«¿Mami, qué ha pasado, por qué han destruido esas casas?, ¿Mami, por qué hay unos malos que matan a las personas?, ¿Mami, nosotros no vamos a ir a países que están en guerra verdad?».
Son tres de las preguntas que me ha hecho mi hijo de cinco años a raíz de las imágenes en televisión de los bombardeos en Ucrania. Su sufrimiento cuando escucha las noticias del conflicto nos ha llevado a evitar ver los informativos en su presencia.
Cuán difícil es explicar determinadas actuaciones a un niño cuando ni siquiera tienen sentido para nosotros. Cuando el Diari recogió alimentos, ropa, latas, medicamentos y todo tipo de material con destino a Ucrania le hicimos partícipe, pero únicamente le dijimos que era para gente pobre, que no tenía casa.
No nos atrevimos aún a abordar abiertamente el tema de la guerra, pero seis meses después de la invasión relámpago lanzada por Putin, a diferencia de lo que por desgracia nos acaba sucediendo a los adultos, él sigue sin acabar de entender la barbarie de lo que se relata.
Se le escapan muchas cosas, como el nombre de los pueblos arrasados o el de sus protagonistas (Putin, Zelenski...), pero no la tragedia que hay detrás de casas, coches, calles, carreteras, colegios e incluso vidas destruidas. Qué difícil explicar tanta malicia y crueldad cuando eres madre.
