Ha pasado más de una semana y Donald Trump no ha sido ni detenido ni acusado. Puede que lo vaya a ser en los próximos días, pero la noticia no se ha producido todavía, y sin embargo, aquí estamos, hablando de él.
En una publicación en las redes sociales, Trump, refiriéndose a sí mismo, dijo que «el principal candidato republicano y expresidente de los Estados Unidos será arrestado el martes de la próxima semana», aunque no dijo por qué esperaba ser arrestado y su equipo dijo después de la publicación que no había recibido ninguna notificación de los fiscales.
Pasó el martes y no pasó nada. Pero él logró lo que logra siempre: que su nombre sea noticia, que esté en boca de los periodistas, en los titulares de prensa, en las tertulias de análisis político, para ser él el que marque la agenda y no otro. Lo ha hecho siempre, desde que lanzó su campaña para la presidencia, y lo siguen haciendo con éxito (aunque cada vez menor).
Con ese anuncio, el sábado de hace nueve días, escribimos ríos de tinta especulando, hablando en medios, manteniéndolo vivo informativamente: le hacemos la campaña.
En una democracia tranquila, no polarizada, con candidatos tradicionales, la mera especulación sobre la posible detención o imputación de uno de ellos sería suficiente para descabalgarlo de su carrera electoral o, como mínimo, para que una parte importante de su base se alejara de ese candidato. Pero Trump es diferente. Trump juega en un terreno distinto. Cultiva a sus seguidores con una narrativa que no gira sobre postulados tradicionales de la política como servicio público o sobre ideas para mejorar el país y gobernar para todos, sino que con Trump todo gira entorno a él, sin respeto a la institucionalidad o, incluso, con desdén hasta para el cargo al que aspira.
Trump se presenta como una suerte de líder mesiánico a quien persiguen fuerzas ocultas que quiere acabarlo y, con él, a todos sus votantes desencantados. Muchos de esos votantes le siguen y le creen a pies juntillas, y Trump lo sabe y sabe también que son esos ciudadanos los que le tienen que votar para ganar las primarias republicanas primero y luego la presidencia.
A esos votantes, contarles que lo van a detener, y especular sobre esa detención, los mantiene expectantes, pegados al ciclo informativo, y motivados de alguna manera a estar pendientes de su candidato. Trump, en lugar de hacer una campaña a base de anuncios o información sobre sus propuestas, logra ese efecto con un corto mensaje en una red social.
Los periodistas no estamos para hacerle la campaña a nadie, y de hecho, debemos ser muy cuidadosos con esos intentos de candidatos como Trump que quieren utilizar a los medios (no olvidemos que todos lo hacen), pero Trump no deja de ser expresidente (su detención no tendría precedentes), y hoy es aspirante a la nominación republicana.
Su posible presentación ante un juez y todo lo que ello implica es noticia. ¿Qué hacer cómo periodistas y como lectores? Primero dimensionar los hechos y luego darle el contexto adecuado.
Cuando Trump lanzó su campaña política, descubrió que haciendo una afirmación groseras, políticamente incorrectas o insensatas lograba ser portada de medios o noticia de apertura de informativos. El periodismo tenía todavía que aprender a cómo lidiar con ese tipo de personajes. El aprendizaje fue más lento que la campaña electoral de 2016.
Hoy la mayoría de medios serios hacen dos cosas antes de publicar este tipo de noticias: verifican lo que dice Trump, incluyen el contexto en los textos destacados para que el lector tenga una dimensión más completa de lo que se habla, y le dan el espacio adecuado que no tiene porqué ser la portada, la apertura de sección o una página completa del periódico.
Los medios no podemos ignorar a Trump pero tampoco prestarnos al juego que él quiere que juguemos. Él juega con nosotros, pero nosotros debemos desplegar nuestro criterio, dimensionar la noticia, buscar el contexto y no dejar que su estrategia nos arrastre.
