Papás amigos y residentes en Tarragona

En el origen de las instituciones no siempre se esconde la patrística,
el estado opresor o el macho alfa iracundo; también están la logística y
la costumbre, que ha demostrado ser la menos mala de las soluciones

07 febrero 2023 22:12 | Actualizado a 08 febrero 2023 07:00
Lluís Amiguet
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Me sorprende una compañera de trabajo, al filo de San Valentín, con una reflexión que no nace del despecho de su reciente separación, sino que aprecio como larga y meditada: «Ojalá me hubiera puesto de acuerdo con un amigo para que fuera padre de mi hijo en vez de con mi marido con el que me casé enamorada, pero con el que hoy me llevo francamente mal».

Y es que la reflexión encaja con la de varias ensayistas sobre el amor y en especial la de Carrie Jenkins, quien tras publicar Amor Triste conversa conmigo defendiendo la paternidad no como acabado fruto del amor entre dos personas, sino como un contrato entre meros amigos.

Otro ensayista de Filosofía del Derecho tercia con que en sus orígenes el contrato de matrimonio no requería en absoluto del amor entre las partes, sino del mero cumplimiento de los capítulos establecidos. Y reconocía además el derecho al divorcio y al muy machista repudio.

Ese nuevo acuerdo entre amigos-padres facilitaría la apertura de la estricta concepción previa de paternidad solo para una «pareja de género binario y enamorada de hombre-mujer» hasta ser una «pareja de amigos» de «género fluido», explica Jenkins. Y asegura que esta flexibilidad es mucho más realista para procrear en estos tiempos cambiantes y líquidos en los que el matrimonio ha devenido contrato basura.

Solo si se amplía y diversifica el guión de la paternidad, añaden otros ensayistas ‘woke’ (activistas en las nuevas formas de militancia feminista) podrá Occidente frenar el declive demográfico y convertir en accesibles a todos los avances en la tecnología reproductiva.

Lo cierto es que conceptualmente no es fácil oponer a estos defensores de la libertad, la diversidad y la fluidez argumentos que no sean de autoridad o meramente conservadores. Pero, en la práctica, el origen de nuestras instituciones no siempre se esconde la patrística, el estado opresor o el macho alfa iracundo, también están la logística y la costumbre, que lo es porque ya ha demostrado empíricamente ser la menos mala de las soluciones.

Porque si ya es un follón organizarse con alguien que amas o has amado para repartir idas y venidas a la guardería, cole, médicos, ballet o fútbol, que luego será discoteca; los gastos, las fiestas, las vacaciones y las familias extensas e intensas... ¿Cómo será ponerse de acuerdo con quien, fluido o no, ha sido solo un amigo o amiga, condición que a menudo no resiste la prueba del mucho roce?

Y apunto a mi amiga separada que tal vez el amigo, con quien tendría hijos sin haber tenido antes amor, dejaría de serlo tras la primera o segunda discusión sobre los recibos de la luz, las visitas de su madre, o las insistentes peticiones de ayuda crediticia de su primo, el tío de la criatura al cabo, pero que no sabe mantenerse alejado de las timbas.

El noviazgo, la vida, la cama –y el lavabo– en común lo enseñan todo, pero demasiadas veces tarde, y aún bajo la dopamina del amor, sobre con quien te comprometes a tener un hijo, pero, ¿puedes sustituirlo por alguien con quien solo compartes colla, ‘calçotades’ y salidas al campo en general para arriesgar tu sueldo, vida y afectos en traer al mundo y educar a una criatura?

Me temo que habrá que darle muchas vueltas al derecho romano, al civil y a los grupos de amigos de whats antes de dar por garantizada la seguridad jurídica, afectiva y emocional de la mera amistad para proporcionar la estabilidad que necesita una persona para llegar desde la comadrona a la Universidad.

Mientras tanto, feliz san Valentín, enamorados... Y amigos.

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