¿De qué se ríen los políticos?

Putin tiene un problema en la cara y puede sonreír muy mínimamente pero no reírse. Se supone que la cirugía estética ha hecho su trabajo

27 noviembre 2022 18:01 | Actualizado a 27 noviembre 2022 22:39
Ponç Mascaró Forcada
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Cuando se habla de políticos me refiero a los de carácter estatal o autonómicos, pero no a los de la administración local. En mis tiempos los secretarios de Ayuntamiento eran, en cierto sentido y entre otras cosas, una especie de mayordomo municipal. Y este articulista siempre ha procurado mirarse en el ejemplo del mayordomo inglés y no en el del mayordomo español que en cualquier momento puede aparecer en ciertas cadenas de televisión y contar todas las intimidades, cuanto más íntimas mejor, de las casas donde hubiera trabajado. Y el mayordomo inglés en donde mirarse era Anthony Hopkins en la película Lo que queda del día.

Supongo, amigas y amigos lectores, que habrán observado que nuestros políticos sobre todo en cuanto vislumbran la presencia de cámaras y periodistas empiezan a sonreír, especialmente en ruedas de prensa y similares. Aunque las noticias no sean buenas y les afecten directamente, siempre sonríen. Deben de pensar que de esta manera demuestran a sus adversarios y también a sus seguidores que no les afectan las malas noticias y que son fuertes. Las procesiones, se dice, van por dentro.

El 17 de agosto de 1973 para celebrar el bimilenario de la llegada del emperador Octavio Augusto a Tarragona, el consistorio invitó a Dalí a la ciudad, que aceptó, con una condición, recorrerla a bordo de un elefante, pero el elefante tuvo problemas en la frontera francesa y nunca llegó. Pero Dalí se conformó con dos elefantes de cartón piedra de la Cabalgata de Reyes. Y cuando llegó al Camp de Mart pronunció un discurso y pintó un cuadro que regaló a la ciudad. Un miembro de la brigada municipal que le atendió me contaba la rápida metamorfosis de Dalí según las circunstancias. Cuando estaba sólo con él llego a decirle: «Ja veus xiquet les coses que he de fer davant del públic». Y en cuanto aparecía un fotógrafo o cámara, inmediatamente se ponía recto y se afilaba los bigotes en una pose inmensa. Los políticos también se transforman.

Pero de qué se ríen los políticos. Vamos a citar primero un político que no es de los nuestros, sino más bien es un jugador caucásico de ajedrez. El líder ruso Putin tiene un problema en la cara y si se fijan puede sonreír muy mínimamente, pero no reírse. Se supone que la cirugía estética ha hecho su trabajo sobre todo si se le compara con imágenes antiguas en que de más joven ya tenía arrugas en la cara y ahora no. A su amigo Silvio Berlusconi le pasa algo parecido, pero en este caso el profesional que según parece le retocó la cara lo dejó un poco mejor. Es sabido que los escultores italianos siempre, históricamente, han sido mucho mejores que los rusos. Desconozco si Putin ha reído con fuerza alguna vez, pero ahora es que no puede.

A nivel local los políticos no locales se ríen sobre todo del Forún Judicial. Aquí la sonrisa ya desborda hasta las carcajadas

Los nuestros no tienen estos problemas. Ellos ríen siempre. Hace poco leía un artículo en prensa donde el articulista Casimiro García-Abadillo reproducía un interesante Whatsapp que le había mandado un amigo: «Aplicando la ley trans de Irene Montero, si la Princesa Sofía quisiera hacer la puñeta a su hermana mayor no tendría más que declararse hombre y mandaría a Leonor al paro, al convertirse en sucesora legítima de la Corona».

En las abundantes citas judiciales de nuestros políticos, a veces justificadas y algunas no, también aparecen sonrientes. Pero en este caso las declaraciones son bien diferentes según se trate de políticos centrales o autonómicos o políticos que siendo jurídicamente también autonómicos se declaran independentistas. Los primeros sonrientes declaran su inocencia, que además tiene a su favor la presunción, pero que aquí funciona más bien poco y a continuación proclaman su confianza en la justicia. En el caso de los independentistas también sonríen pero menos y también declaran su inocencia pero sobre todo manifiestan su desconfianza total con la justicia española llegando a veces a manifestar que la suerte ya está echada y en cambio proclaman su confianza en la justicia europea. Pero las sonrisas unen a unos y otros. En Portugal la solución fue la revolución de los claveles, aquí en pleno ‘procés’ se intentó la revolución de las rosas, tal vez por lo de Sant Jordi. Pero se cree que la solución pudiera estar en la revolución de las sonrisas, que como se ve unen a todos los políticos aunque sean de signo contradictorio y distante.

Pero a nivel local los políticos no locales se ríen sobre todo del Forún Judicial, es decir, la edificación de la ciudad judicial. Este es el ejemplo más claro y más adecuado para figurar en el ‘Manual de la sonrisa’. Aquí la sonrisa es superada ampliamente y ya desborda hasta las carcajadas. En efecto el pasado 31 de enero la consellera de Justícia del momento anunciaba la decisión sobre la ubicación del Forum Judicial o Ciudad de la Justicia. Y la misma consellera afirmaba literalmente que así se ponía fin «a una asignatura pendiente desde hace más de veinte años». Se da la circunstancia, decía la noticia del Diari de Tarragona, de que en 2010 ya se licitó un proyecto ejecutivo de la Ciudad Judicial en el solar ahora escogido. Es decir, 20 años dando tumbos para un proyecto básico para la ciudad y la provincia y 12 años para decidir de nuevo volver al mismo solar para su confección. Que 20 años no es nada cantaba Carlos Gardel en su tango. Aquí se superan todos los plazos jurídicamente conocidos ya sean de prescripción, caducidad o incluso ya se estaría con la usucapión para algunas cosas. Por cierto, la consellera en cuestión también ya ha cesado en el Govern de la Generalitat de Catalunya y ya hay otra persona como consecuencia de la última crisis de Govern.

Sergio Leone fue el director de películas del oeste como La Muerte tenía un precio, Por un puñado de dólares. En una escena Clint Eastwood llega a la plaza de un pueblo montado en su caballo poco brillante, por cierto, y embutido en un poncho mejicano. La gente se burla de él, risas y miradas burlescas. Y Clint, sin inmutarse, quieto sobre su equino se los mira y dice: «A mi caballo no le gusta que le miren así». Y a partir de aquí, ya pueden pensar lo que pasó y cómo acabó todo. Porque no es conveniente que se rían de la ciudadanía.

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