El final de la democracia

21 marzo 2023 19:18 | Actualizado a 22 marzo 2023 07:00
Alfredo Ramírez Nárdiz
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Imagine la siguiente situación: entra usted en casa tras volver del trabajo y, mientras deja los bultos y se arroja en el sofá, escucha un pitido. Su móvil. Le acaba de llegar un mensaje. Es un vídeo que le reenvía un padre de la AMPA de la escuela. Lo abre.

Aunque hay mucho movimiento y se nota que la cámara es la de un teléfono de alguien que corre mientras graba, se distingue un grupo de hombres, de apariencia magrebí, que, machete en mano, persigue por las callejuelas del Barrio Gótico de Barcelona a una pareja de turistas extranjeras. Se escuchan gritos y peticiones de socorro de las muchachas a las que nadie ayuda por miedo a los hombres armados que ya casi las alcanzan. El vídeo acaba. Queda usted impresionado.

Antes de que tenga tiempo de reaccionar, le llega otro vídeo. En él se ve a los mismos protagonistas del anterior. Está grabado desde un balcón. El que graba se esconde tras ropa tendida. Los magrebíes ya han alcanzado a las muchachas. Una de ellas yace en el suelo inmóvil. Tiene una herida sangrante en el abdomen. La otra grita desesperada. Dos magrebíes la sujetan de brazos y piernas. El tercero la viola salvajemente. A plena luz del día.

En una calle no muy lejana de la Plaza de Sant Jaume. Como si de un bombardeo se tratase, el móvil arroja media docena más de vídeos grabados por vecinos y transeúntes agazapados en restaurantes y tiendas. En todos se ve lo mismo. No hay ayuda. No hay policía. Una muchacha es asesinada y la otra violada y golpeada con saña. Los agresores se alejan después tranquilamente lanzando gritos en alabanza a su dios.

En los días siguientes, la noticia se vuelve viral. Los medios de comunicación se hacen eco. Los políticos más radicales piden, literalmente, cazar a los magrebíes. El gobierno, desconcertado, no reacciona. Surgen más vídeos con casos similares. ¿Hay una epidemia de violadores magrebíes en Barcelona? Se producen linchamientos de musulmanes, algunos de mujeres con pañuelo, en varias ciudades catalanas. Mueren veinte personas en enfrentamientos con radicales.

Los avances en inteligencia artificial hacen ya factible que se puedan crear vídeos falsos indistinguibles de la realidad

Cinco días más tarde se difunde la noticia de que los vídeos eran falsos. Creados por una inteligencia artificial. Difundidos por un militante extremista experto en informática y residente en Vic.

Gran parte de la población no cree la versión oficial, aunque ni mossos, ni policía, hayan sido capaces ni de determinar quiénes eran esas dos muchachas, ni cual la identidad de los agresores, ni si realmente todo pasó o no pasó de verdad. Da igual. La mayoría de la población asume la autenticidad de los hechos y el partido de extrema derecha sube quince puntos en las encuestas. Las elecciones generales son el mes que viene.

Todo lo anterior ni es ciencia ficción, ni el guion de una serie de televisión. Es algo que en unos pocos años será real. Los avances en inteligencia artificial hacen ya factible que se puedan crear vídeos falsos indistinguibles de la realidad, audios que imiten la voz humana (imaginen una grabación en la que se escuche a nuestro actual Presidente del Gobierno diciendo la verdad y que esa voz, no siendo la suya, sea indistinguible de la suya.

Aun y lo inconcebible de la situación, habría gente que se lo creería), campañas de desinformación promovidas por actores internos, por gobiernos extranjeros o, simplemente, por gente que disfrute creando el caos. Las actuales fake news serán un juego de niños.

Hay que garantizar que, aunque el pueblo engañado elija líderes nocivos, éstos no puedan hacer lo que quieran

La pregunta es sencilla: si, como decía Sartori, la democracia se sostiene sobre la opinión pública, sobre ciudadanos informados que votan con conocimiento y, si nos acercamos a un momento en que será imposible, por mucho que se intente, evitar que enormes porcentajes de la población voten engañados por falsedades interesadas: ¿tiene futuro la democracia?

Lo más probable es que la radicalización actual se agudice y que, ante el marasmo y el caos, acaben triunfando los líderes más extremos, polarizadores y fanáticos. De ahí a que esos líderes debiliten, al estilo Orban o Trump, los límites liberales al poder que impone la democracia y que, poco a poco, ésta, tal como la conocemos, se deshilache, hay un paso. ¿El final de la democracia? Sin duda. Y en apenas unos años. No es el futuro.

¿Qué se puede hacer? Si el elemento democrático de la democracia liberal está a punto de ser dinamitado, no queda sino apostar más que nunca por los elementos liberales: fortalecer la institucionalidad, robustecer la separación y equilibrio de poderes y así tratar de garantizar que, aunque el pueblo engañado elija líderes nocivos, éstos no puedan hacer lo que quieran al ser frenados por las restantes instituciones del Estado, especialmente la legislatura y, sobre todo, la judicatura. Esta es la batalla que nos tocará luchar a los que aún creemos en la democracia liberal.

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