El sainete
que no cesa

30 diciembre 2022 13:31 | Actualizado a 31 diciembre 2022 07:00
Dánel Arzamendi
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Hace unas semanas estuve hablando con un amigo extranjero, que acababa de volver de Estados Unidos, donde tuvo la oportunidad de conversar personalmente con Felipe VI: «Si yo fuera español, estaría orgulloso de tener un rey como él». Otros conocidos que lo han tratado comparten básicamente esta valoración, que no supone una coincidencia absoluta con todas y cada una de sus decisiones y declaraciones, pero sí la percepción de que la persona que actualmente ocupa el trono probablemente sea el mejor monarca que ha tenido España desde hace siglos. Tampoco es difícil, todo sea dicho, teniendo en cuenta la cuestionable talla de la mayoría de sus recientes predecesores. Aun así, como se dice en macroeconomía, lo importante es la tendencia. Sospecho que no son pocos los países bajo un régimen monárquico cuya ciudadanía aceptaría cambiarnos gustosamente de rey con los ojos cerrados.

Lamentablemente, las cualidades que viene demostrando Felipe VI al frente de la Casa Real no son compartidas por gran parte del enjambre que revolotea a su alrededor. Y en este capítulo computan tanto sucesos menores (por ejemplo, el incidente de la reina Letizia con su suegra Sofía en la catedral de Palma, o los recurrentes encontronazos de la infanta Elena con la prensa), pasando por otras cuestiones de mayor calado (como la vacunación contra el Covid que disfrutaron las hermanas del actual rey en Abu Dabi, mucho antes de que les llegara el turno a sus compatriotas de a pie), llegando a episodios realmente graves, en los que se han visto involucrados otros parientes del monarca a quienes jamás comprarías un coche de segunda mano, que han llegado incluso a sobrepasar la línea roja que distingue lo poco edificante de lo abiertamente penal.

Por citar sólo los dos casos más señalados de este último apartado, pensemos en la larga ristra de escándalos que han salpicado el reinado de Juan Carlos I (turbias comisiones pagadas por regímenes totalitarios, bochornosas cacerías en África y Europa oriental, denuncias internacionales de amantes despechadas, incumplimientos tributarios demostrados por las posteriores regularizaciones fiscales, etc.) así como los fraudulentos negocios del marido de su hija menor, con beneficio evidente para su amnésica esposa, cuyo aireamiento provocó que el yernísimo terminase dando con sus huesos en la cárcel. El emérito posiblemente se libró de la sombra gracias a una interpretación generosa de la inmunidad real, un privilegio del que carecía el exbalomanista del Barça, y que le obligó a recoger con precaución la pastilla de jabón en las duchas durante una temporada.

Lamentablemente, las cualidades que viene demostrando Felipe VI al frente de la Casa Real no son compartidas por gran parte del enjambre que revolotea a su alrededor

Los entusiastas del modelo monárquico (y también quienes somos republicanos teóricos pero monárquicos pragmáticos) pensábamos que este sentimiento colectivo de vergüenza había llegado a su fin con el exilio emiratí de Juan Carlos I, y con la ruptura definitiva del vínculo conyugal que ligaba a Iñaki Urdangarín con la Casa Real. Pero no ha sido así. Esto es como la Marvel: la saga nunca se acaba.

Esta semana hemos confirmado que, en el marco del culebrón borbónico, comienzan a brillar dos estrellas del sainete que probablemente garanticen a la prensa rosa décadas de portadas, cada cual más estrambótica: Froilán y Victoria Federica de Marichalar. El hijo mayor de la infanta Elena era ya una promesa desde su más tierna infancia (recordemos su peineta a los periodistas, sus patadas en la boda de los actuales monarcas, o su comentadísimo disparo en el pie) mientras la segunda comenzó a apuntar maneras cuando se autoproclamó ‘influencer’ (con un impacto mediático que nada tiene que ver con su segundo apellido, por Dios, sino con su contrastada erudición en el campo de la comunicación), una faceta que combinó con un creciente protagonismo en las páginas de papel couché.

Acaba de conocerse por fuentes policiales una trifulca etílica a navajazos en la que recientemente se vio envuelto el primogénito de la infanta Elena, de la que él se declara una simple víctima, y en la que un amigo suyo sufrió una herida que requirió hospitalización. Este hecho, acaecido durante la madrugada del pasado 25 de noviembre en las inmediaciones de la madrileña discoteca Vandido (sic), tampoco revestiría una trascendencia especial, teniendo en cuenta los inquietantes derroteros que está tomando la vida nocturna española, si no fuera porque estamos hablando del cuarto aspirante al trono en la línea de sucesión. Aun así, todos celebramos que Froilán haya decidido pasar de las armas de fuego a las blancas, como ingrediente de las ensaladas en las que se ve inmerso durante sus momentos de esparcimiento. Pero no es la primera vez que nos encontramos ante un altercado semejante: en abril, un tipo propinó un contundente puñetazo al sobrino del rey cuando éste quiso saltarse una cola al grito de «usted no sabe con quién está hablando». Todo un clásico.

Supongo que Felipe VI, pese a sus evidentes y meritorios intentos por reconstruir el prestigio de la institución que encabeza, está viviendo en carne propia la vieja máxima: la familia no se elige

Paralelamente, este último incidente ha permitido conocer otro episodio escabroso, que había permanecido oculto hasta ahora. Apenas unos días antes, los dos hijos de Jaime de Marichalar circulaban a altas horas de la noche por el céntrico y elitista barrio de Salamanca, ella al volante y él como copiloto. Según han publicado diversos medios, Victoria Federica perdió el control de su Audi, llevándose por delante varios vehículos estacionados en la calle. La policía acudió inmediatamente al lugar para proceder a la identificación de los responsables del desastre, pero minutos después aparecieron unos agentes de seguridad de la Zarzuela que lograron silenciar lo sucedido, al más puro estilo Men in Black.

Supongo que Felipe VI, pese a sus evidentes y meritorios intentos por reconstruir el prestigio de la institución que encabeza, está viviendo en carne propia la vieja máxima: la familia no se elige. En cualquier caso, con amigos como estos, me temo que la monarquía no necesita enemigos. ¡Feliz 2023!

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