El último que apague la luz

06 mayo 2023 18:41 | Actualizado a 07 mayo 2023 07:00
Dánel Arzamendi
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Aunque llevo más de un cuarto de siglo viviendo en Tarragona, el hecho de haber residido previamente en otras capitales me hace imposible evitar las comparaciones entre las dinámicas de una y otras desde la perspectiva del ciudadano de a pie.

Podrían ser muchos los puntos a valorar, pero en esta ocasión me gustaría poner el foco en un fenómeno que me desconcierta y preocupa a partes iguales. En efecto, las poblaciones donde he vivido con anterioridad han crecido notablemente durante las últimas décadas, tanto en extensión como en habitantes, y en este proceso expansivo han ido absorbiendo los pequeños pueblos de alrededor, cuyos residentes han recibido positivamente su nueva vecindad, por los beneficios de todo tipo que ha traído consigo.

Por el contrario, en Tarragona asistimos a un progresivo desmembramiento urbano, con sucesivos barrios de todos los perfiles que amenazan con iniciar un proceso de divorcio, si es que no lo han hecho ya.

Por centrarnos en los casos más evidentes, el primer capítulo lo protagonizó La Canonja, que formó parte de la ciudad hasta que, en 2004, una cuestionada votación del consistorio tarraconense abrió las puertas a la segregación.

No era difícil encontrar incentivos para este proceso desde la óptica del colectivo que marchaba (entre otras cosas, ingresar los impuestos locales de las químicas). Algunos analistas locales consideraron entonces que la decisión de extender esta alfombra roja respondía al clamoroso interés electoral de la formación política que entonces gobernaba en la plaza de la Font (dado que no se comía un rosco en el barrio disidente, feudo incontestable del principal partido de la oposición).

Así, La Canonja culminó el año 2010 su conversión en municipio de pleno derecho (y, a partir del 2026, cobrará la totalidad de los tributos del 85% de las industrias del Polígono Sur, incluidas Bayer, Basf, Dow y Repsol).

También la zona de La Mora y Tamarit lleva años rumiando la opción de convertirse en una Entidad Municipal Descentralizada (EMD) o bien en una población directamente diferenciada. Aquí se percibe igualmente cierta excepcionalidad tributaria, en este caso intrínseca, teniendo en cuenta que se trata de un barrio económicamente pudiente (y, en consecuencia, donde se pagan más impuestos por habitante que la media).

En Tarragona asistimos a un desmembramiento urbano, con sucesivos barrios que amenazan con iniciar un proceso de divorcio

Sus impulsores no esconden esta motivación financiera en ningún momento, y de hecho hablan ya de medio millón de euros anuales que saldrían ganando en caso de autogestión.

Sin embargo, también ponen el acento en la falta de equipamientos e inversiones municipales en la zona norte de la ciudad, especialmente en el ámbito educativo, deportivo, sanitario y policial (un peliagudo asunto, este último, cada vez más sensible en áreas de baja densidad constructiva).

El último lugar donde suenan tambores de divorcio es Sant Salvador, y aquí la tendencia se torna aún más inquietante. Ya no se trata de que el barrio pueda quedarse con una mina de oro fiscal, o de que nos encontremos ante una zona próspera cuyos residentes se muestran lógicamente hartos de ser los que más pagan y los que menos reciben.

En este caso estamos hablando de los habitantes de una de las áreas más humildes de la capital, que comienzan a plantearse su incorporación al cercano municipio de Els Pallaresos porque consideran que pertenecer a Tarragona ya no es una suerte sino una desgracia: la movilidad, el transporte público, el comercio de proximidad, la seguridad ciudadana –otra vez–, etc.

Por si fuera poco, paralelamente, algunos residentes de Mas d’en Pastor, una urbanización tarraconense que linda también con Els Pallaresos, han iniciado ya contactos con este ayuntamiento para cambiar de municipio, en unas conversaciones que parecen bastante avanzadas. El último que apague la luz.

Personalmente, como tarraconense de adopción, me duele y me alarma que tantos convecinos quieran dejar de serlo. Y son cada vez más. Es cierto que el caótico esquema urbano de nuestra capital (que creció a mediados del siglo pasado conformando un plano que haría enloquecer al barón Haussmann) no ayuda a crear un modelo estructural y emocional integrado.

Aun así, también parece innegable que algo se está haciendo mal –rematadamente mal– para que cada día despertemos con nuevas noticias sobre zonas, barrios o urbanizaciones que quieren dejar de pertenecer a nuestra ciudad.

¿Acaso existe algún indicador más evidente e inapelable sobre el declive del poder atractivo y cohesión interna de un espacio compartido que el creciente deseo de abandonarlo?

Cuando, en cualquier agrupación, los socios empiezan a darse de baja de forma recurrente, el declive puede resultar ya imparable

Podríamos organizar un torneo de lanzamiento de culpas, pero sospecho que este ejercicio resultaría completamente estéril, y nos introduciría en el clásico debate de brillantez demosténica al que ya estamos acostumbrados: «Vosotros no habéis hecho nada por solucionarlo», «y vosotros tampoco», «pues anda que vosotros», etc.

Aun así, parece evidente que tampoco avanzaremos si continuamos cocinando con las mismas recetas. Como dice la cita de autoría controvertida, «la locura es hacer lo mismo una y otra vez, pero esperando resultados diferentes».

Teniendo en cuenta las actuales tendencias centrífugas, procede un debate serio sobre la futura estructura de la ciudad: o bien bajamos los brazos y nos resignamos al desmembramiento de nuestra capital por las áreas más alejadas del núcleo urbano (asumiendo la pérdida de peso e influencia correspondiente), o bien abordamos un cambio urgente y diametral para que Tarragona recupere su atractivo interno y profundice en su cohesión urbana, logrando que todos sus barrios se sientan integrados y valorados, sus vecinos orgullosos y seguros, sus comercios respaldados e impulsados, sus asociaciones escuchadas y atendidas, etc.

Hasta ahora, a la vista de los hechos, parece que no lo hemos conseguido. Y atención: cuando, en cualquier agrupación humana, los socios empiezan a darse de baja de forma recurrente, el declive puede resultar ya imparable. Ojo.

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