Intelectuales de verdad

21 mayo 2023 20:13 | Actualizado a 22 mayo 2023 07:00
Cándido Marquesán
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Tony Judt en su extraordinario libro Sobre el olvidado siglo XX nos dijo que entre las transformaciones de las últimas décadas, la desaparición de los ‘intelectuales’ quizá sea la más sintomática. El siglo XX fue el siglo del intelectual. Término que a comienzos del XX empezó a usarse despectivamente, y que describió desde el principio a hombres y mujeres del mundo de la cultura, la literatura y las artes que se dedicaban a debatir y a influir en la opinión y la política públicas. El intelectual estaba comprometido con un ideal, un dogma y un proyecto. Los primeros intelectuales fueron los escritores que defendieron al capitán Alfred Dreyfus. Discrepo sobre la afirmación de Judt, especialmente si nos fijamos en Italia, en absoluto han desparecido.

Sorprende la cantidad y calidad de sociólogos, filósofos, juristas y politólogos italianos que hoy reflexionan en profundidad sobre la política, aunque ya ha sido una constante histórica con Cicerón, Maquiavelo, Gramsci o Bobbio. Citaré algunos, contrarios al pensamiento único. No son correveidiles de la clase dominante. Escriben a contrapelo de la opinión pública.

Mauricio Viroli con La sonrisa de Maquiavelo ha forjado el concepto de patriotismo: «Ser patriota es querer que la historia de tu país discurra por la senda de la prosperidad y de la libertad de sus ciudadanos/as». Objetivo difícil de alcanzar con la evasión y elusión fiscales de algunos de nuestros autoproclamados patriotas.

Maurizio Lazzarato dice que la deuda es el mecanismo del neoliberalismo para dominar a los Estados, por lo que la política no la determina el voto, sino los acreedores

Maurizio Lazzarato en La Fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal, publicado curiosamente en Argentina, explica cómo la deuda es el mecanismo del neoliberalismo para dominar a los Estados, por lo que la política no la determina el voto, sino los acreedores. Cabe recordar la reforma del artículo 135 de nuestra Carta Magna.

Stefano Rodotá con El derecho a tener derechos. El título es muy sugerente y más todavía hoy, que nos están arrebatando tantos derechos. Reflexiona sobre el derecho a tener derechos, y que en cuanto a su filosofía está perfectamente reflejada en una cita preciosa que encabeza el libro, de Hannah Arendt, extraída de su libro Los orígenes del totalitarismo: «El derecho a tener derechos, o el derecho de cada individuo a pertenecer a la humanidad, debería estar garantizado por la humanidad misma». Entre los nuevos derechos reivindicados en el libro aparece el ‘derecho a la verdad’, que precisamente es de gran actualidad.

Marco Revelli con Posizquierda. ¿Que queda de la política en el mundo globalizado? El título es ya toda una declaración de intenciones. Abre grandes posibilidades para la reflexión política. En diversos capítulos cita y comenta a autores como Alex Langer, Cristopher Lasch, Ulrich Beck, Anthony Giddens, Manuel Castells, Bauman... En el prólogo Revelli nos indica que el siglo XX terminó con una fuga desordenada de las afiliaciones políticas básicas, del binomio derecha/izquierda, que habían caracterizado las democracias occidentales. Tal aspecto podría entenderse como una crisis sistémica en el ámbito político. Asimismo, lo más llamativo es que las distancias políticas entre derecha e izquierda se van reduciendo en el imaginario colectivo, hasta perder su significado, precisamente cuando las desigualdades a nivel global se están intensificando. Incluso se está extendiendo como un mantra que la atenuación de contrastes entre derecha e izquierda es una muestra de madurez política. Que digan esto no impide el constatar que esta política sin referentes, guiada exclusivamente por el pragmatismo, es profundamente caótica. Sigue diciéndonos que en el fondo, las causas de la contraposición entre derecha e izquierda siguen presentes y más en este mundo global; lo que parecen faltar son las soluciones y los sujetos políticos para hacerse cargo de ellas. Esta convergencia indiferenciada de programas y propuestas no es una respuesta racional a los muchos desafíos actuales, sino una impotencia para encauzar y corregir los problemas claves de nuestra existencia. Lo que es un reconocimiento explícito del fracaso de la política.

Cuando faltan la educación y los mínimos vitales, cuando mueren las personas de hambre y de enfermedades, no puede haber productividad ni desarrollo económico

Luigi Ferrajoli, gran jurista, defensor de los derechos humanos y creador de la teoría jurídica del galantismo. Entre sus muchos libros destaca Poderes salvajes. La crisis de la democracia constitucional, donde explica el peligro para nuestra democracia de esos poderes salvajes: grandes medios de comunicación, mafias, bancos, multinacionales, los mercados... Otro es el de Los derechos y sus garantías, en el que Ferrajoli mantiene una larga y distendida conversación con Mauro Barberis. Habla de muchos temas: justicia y libertad, derechos y garantías, democracia y política. Es opinión muy generalizada en esta vorágine neoliberal que la distinción entre derecha e izquierda sea cada vez más cuestionada. Al respecto Ferrajoli discrepa. Nos dice que quien niega tal distinción, su pretensión en realidad es negar el papel y la razón de ser de la izquierda e ignorar la cuestión social. La idea de que todos los partidos son iguales y de que la política es algo sucio y perverso es el lamento tramposo e interesado de quien busca la destrucción del espíritu cívico. Además añade un segundo criterio diferenciador, ya advertido por Norberto Bobbio: el valor de la igualdad y de la igual dignidad de las personas en la cultura de la izquierda, valor ajeno a de la derecha. Con precisión nos dice que la identidad de la izquierda proviene de la conjunción de un Estado liberal mínimo y de un Estado social máximo: consistente uno en un paso atrás de la esfera pública para garantizar las libertades, y el otro un paso adelante para garantizar los derechos sociales (DS). En cambio, la derecha defiende lo contrario: derecho penal máximo y Estado social mínimo, promovido por los neoliberales. En definitiva, la identidad de la izquierda está más de acuerdo con los valores constitucionales: con el principio de igualdad, con el de la dignidad de las personas, con el de la solidaridad social y, sobre todo, con el conjunto de los derechos fundamentales, que equivalen a todos –desde los derechos de libertad a los DS– a otras tantas leyes del más débil, alternativas a las del más fuerte, que serían las vigentes en ausencia de las primeras. Replica a los neoliberales que aducen sobre el costo de los DS. Obviamente, dice Ferrajoli, cuestan como los derechos de libertad y patrimoniales cuyas garantías requieren inversiones en policía, en orden público, en tribunales, en registros catastrales, etc. Pero el Estado no es una sociedad con ánimo de lucro. Su razón social radica en la garantía de los derechos, todos, recogidos en su constitución, igual que el fin de lucro es la razón social de una sociedad. La garantía de los DS es, en definitiva, ante todo una obligación constitucional en sí misma. Por otra parte, los DS cuestan, pero su no satisfacción es mucho más cara. Cuando faltan la educación y los mínimos vitales, cuando mueren las personas de hambre y de enfermedades, como sucede a millones de personas en África, no puede haber productividad ni desarrollo económico. Los gastos en garantía de los DS representan la principal inversión productiva: no son un coste, sino una inversión para el desarrollo de los países pobres y también para reflotar las economías occidentales en crisis.

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