La vida es

26 abril 2023 19:20 | Actualizado a 27 abril 2023 07:00
Martín Garrido Melero
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El otro día un cliente colombiano resumía su historia familiar en una frase de su madre, la cual había decidido venir a España a verle, después de haber perdido a otro hijo. La vida es un ratico, decía la madre.

En una época que estudiaba alemán, en realidad me he pasado la vida estudiando intermitentemente alemán sin gran provecho, siempre le decía a mi profesora: «Das Leben is kurz» (la vida es corta), a la que ella añadía invariablemente otra palabra en alemán que yo nunca he aprendido, pero que podía ser traducida por «y una mierda».

A muchas personas mayores, aquejadas de enfermedades y sobre todo de desafecciones familiares, las he oído en mi estudio la misma frase al terminar de firmar un documento. Alguno es más explícito, como el que se limita a concluir: «Yo quiero morirme», como si morirse fuera una cosa de la voluntad.

La vida es un ratico, decía la madre. Cuando yo aprobé las oposiciones a notario, hace muchos años (sí, soy viejo, pero añado en mi defensa que aprobé muy pronto para lo que son), una tía mía, que había sido maestra durante toda su vida y al final se había jubilado, me decía sin felicitarme por mi logro: «Ahora estás muy contento, pero en nada estarás como yo, jubilado».

Entonces me pareció como mínimo una impertinencia de una tía solterona, pero ahora creo que era un buen resumen anticipado de lo que iba a ocurrir. Un compañero mío de Tarragona, ya muerto, cuando llegó a la edad de su jubilación y debía entregarme su protocolo, afirmó completamente compungido: «Tanto estudiar para esto».

Y otro de Reus, también ya fallecido, cuando le pregunté cómo estaba, unos días después de su jubilación, se puso a llorar como un niño de teta.

La vida es corta, dice un alemán, pero una colombiana prefiere definir nuestro paso por ella como un ratico. Ante la objetividad alemana, que no expresa nada (salvo la frase final de mi profesora), la expresión colombiana nos sumerge en un diminutivo cautivador muy distinto.

Porque estarán ustedes de acuerdo que en el fondo nuestra vida, sea más o menos larga (es decir, más o menos corta), se compone de pequeños raticos de felicidad, algunos de infelicidad y muchos, demasiados, de tiempo muerto, que ni ‘fú ni fá’. La infelicidad de hoy es la felicidad de ayer, dice un personaje a otro al final de una célebre película.

La vida no es que sea corta, es que la vivimos sin más; casi siempre sin darnos cuenta de que este ‘sin más’, que no expresa ni felicidad ni infelicidad, es casi todo nuestro tiempo.

He conocido muchas personas que estaban sentenciadas médicamente a una muerte próxima y siempre he visto que lo que querían era seguir haciendo lo que habían hecho siempre, es decir, vivir, sin más.

En el fondo nuestra vida se compone de pequeños raticos de felicidad, algunos de infelicidad y demasiados de tiempo muerto

No buscaban ya la felicidad o la infelicidad, porque ya no había tiempo para eso, sino simplemente vivir (seguir viviendo). No querían hacer lo que nunca habían hecho, o incluso lo que durante mucho tiempo hubieran deseado hacer, sino simplemente seguir como siempre.

La vida es un ratico, que se descompone en múltiples raticos, porque en otro caso nos volveríamos locos. No es un tiempo que empieza y termina, es una continua cadena de pequeños tiempos, que tienen su principio y su final, y que se van sucediendo uno a otro.

No morimos cuando se certifica que estamos muertos sino constantemente a lo largo de nuestra vida, decía Proust acostado enfermo en su cama escribiendo los últimos tomos de En busca del tiempo perdido. La memoria es el bisturí más terrible que nos va matando poco a poco sin darnos apenas cuenta de ello. Sí, Proust y el filósofo Bergson tenían razón. La vida es un ratico recordado.

Cualquiera que tenga mi edad, o incluso menos, ha aprendido que el ratico da para mucho y al mismo tiempo para nada. Un amigo recientemente fallecido en la última cena que compartimos antes de su anunciada muerte resumía: «Yo he hecho todo en esta vida, he follado, he tenido un hijo, y he trabajado».

Es lo mismo que decía un famoso psiquiatra en la última entrevista televisada antes de morir y después de pasarse los últimos meses escribiendo (o dictando) un libro de cómo saber morir. Yo, sin embargo, aun habiendo hecho las actividades de mi amigo, les reconozco que soy de los que creen que no ha hecho nada, ni siquiera completar después de tantos años de estudio el final de la frase «Das Leben ist kurz». La vida es un ratico que no da tiempo para nada y encima nos empeñamos en perderlo.

No renunciar a vivir es pensar que el día dura más de 24 horas, que la noche es la continuidad del día y no el principio del siguiente

Quizás debemos distinguir entre la aceptación de la muerte (de nuestra muerte), entre otras cosas porque no tenemos más remedio que aceptarla, nos pongamos como nos pongamos, que es lo que hacen mi amigo y el célebre psiquiatra; y la renuncia a vivir, que es una experiencia que empieza o continúa cada día incluso cada hora y cada segundo.

No renunciar a vivir es querer continuar la partida, cuando sabes que el final está muy próximo, no decir lo he hecho todo, sino me queda todo por hacer, como titula Tomás Alcoverro su último libro después de pasarse cincuenta años de corresponsal en Beirut.

No renunciar a vivir es pensar que el día dura más de veinticuatro horas, que la noche es la continuidad del día y no el principio del siguiente. Que la vida es un ratico muy largo, hasta infinito, porque como decía Zenón de Elea, siguiendo a Parménides, el movimiento (la vida) es una pura ilusión de los sentidos.

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