Limitarianismo y economía del bienestar

05 marzo 2023 19:27 | Actualizado a 06 marzo 2023 07:00
Cándido Marquesán
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Hoy uno de los problemas más graves en nuestras sociedades es la desigualdad con muchas secuelas negativas. Igualmente es una obviedad que los más ricos logran manejar el debate público, fijando los estándares de qué es razonable y qué es inaceptable.

Jeffrey Winters ha estudiado en el libro Oligarquía (2011) la historia de los más ricos, desde las oligarquías de la Antigua Grecia hasta los multimillonarios que hoy lideran el ranking de Forbes. Examina las estrategias de las grandes fortunas para defender sus bienes y los problemas que su éxito está causando al mundo moderno. Han pasado ya doce años de su publicación, pero es plenamente vigente.

Hoy esta acumulación de la riqueza es un hecho sin parangón en la historia de la humanidad. Un senador del imperio romano en la cima de la escala social, era 10 mil veces más rico que una persona promedio. En Estados Unidos los 500 más ricos tienen cada uno 16 mil veces más que un americano promedio. Ni siquiera en las épocas con esclavos, la riqueza estaba tan concentrada como hoy.

En las últimas décadas, el debate público se ha desinteresado del aumento de la concentración de la riqueza, según el pensamiento económico dominante, para el que lo importante es el crecimiento económico. Robert Lucas, profesor de la Universidad de Chicago y Premio Nobel de Economía 1995, es un buen ejemplo: «Entre las tendencias dañinas para una economía bien fundada, la más seductora y la más venenosa, es la de poner el foco en la distribución», escribió en 2003. Winters sostiene, sin embargo, que al olvidarse de la concentración, lo que se ha hecho es ignorar el poder político que esta genera.

Es una obviedad que los más ricos logran manejar el debate público, fijando los estándares de qué es razonable e inaceptable

Advierte que a medida que la concentración crece, ese poder se hace más indomable, y que la voracidad del 1% más rico es consecuencia de la aparición de un poderoso actor: la industria de la defensa de la riqueza.

Es «un ejército de profesionales muy preparados y bien remunerados, que piensan no solo en cómo hacer más ricos a sus empleadores, sino en cómo imponer políticamente las ideas que los benefician». Esta industria surgió en Europa y América como consecuencia de las alzas tributarias con que los países buscaron financiar los gastos de las dos guerras mundiales y el Estado de bienestar.

Desde entones su misión es asesorar a los más ricos para neutralizar la amenaza redistributiva del Estado, por dos vías: desde centros de pensamiento y una extensa red de instituciones conservadoras que imponen: la redistribución es económicamente dañina y éticamente injusta»; y desde bufetes tributarios en los que abogados y economistas diseñan complejas redes legales para que los más ricos oculten sus ingresos y bienes a los Estados.

Un ejemplo. Antoni Domenech señaló que las grandes multinacionales se permiten también amenazar a sus gobiernos con migrar a países más «libres», si no rebajan la presión fiscal o les ofrecen todo tipo de condiciones favorables –verbigracia: subvenciones públicas– para sus inversiones: así lo hizo a finales de los 90 el presidente de Mercedes Benz, que advirtió expresamente a Schröder que trasladaría toda su producción a los Estados Unidos, de concierto con el gigante automovilístico Chrysler, para conseguir del canciller la destitución fulminante de su ministro de Hacienda, Oskar Lafontaine.

Las sociedades democráticas tratan de establecer regulaciones que actúen como cortafuegos entre la política y la riqueza

Las sociedades democráticas tratan de establecer regulaciones que actúen como cortafuegos entre la política y la riqueza. Según la economista y filósofa belga Ingrid Robeyns, esos cortafuegos no han funcionado porque las grandes fortunas son un poder demasiado grande para las democracias. Sostiene que la extrema riqueza no genera problemas, sino que es el problema.

Como he mencionado los más ricos usan su dinero para que la democracia funcione de acuerdo a sus intereses y les dé más dinero: usan el lobby y los contactos para pagar pocos impuestos, financian los partidos políticos y consiguen leyes en defensa de sus intereses. Circunstancia que no está al alcance del ciudadano normal, lo cual supone una perversión de la democracia.

Para hacer frente a este problema de la acumulación excesiva de la riqueza, con la subsiguiente desigualdad, que condiciona la democracia, Robeyns defiende el «limitarianismo», que es un esfuerzo por pensar cómo repartir los recursos de una manera ética y justa, para proteger la igualdad en política y enfrentar los desafíos del cambio climático y la pobreza. No entiende la riqueza como algo negativo; pero sí su acumulación excesiva, es decir la codicia. El límite debe definirlo cada sociedad a través de sus procesos políticos.

Mas, su pregunta clave es: ¿qué necesitamos para una vida plena en términos de acceso a salud, educación, transporte, alimentación? En Holanda evaluó la idea de establecer un límite a la riqueza y un 96,5% aceptó tal idea. La cantidad vinculada con un determinado estándar de vida fue entre 2 y 3 millones de euros para las familias. Sobrepasado ese nivel, el dinero no contribuye a la prosperidad ni a la calidad de vida.

La desorbitada desigualdad podría empezar a corregirse a nivel de salarios. La economía ha justificado las diferencias salariales en razón de la productividad. No es así. En las grandes empresas los salarios altos no son definidos por la productividad, sino por los directorios. En la crisis financiera de 2008 vimos que bancos hicieron un trabajo pésimo, y sin embargo algunos de sus ejecutivos siguieron percibiendo grandes emolumentos. Una ley en Holanda limita los ingresos de los directivos de las instituciones públicas.

Un rector de una universidad no puede ganar más que el salario del Primer Ministro. Es un ejemplo de política limitarianista, aunque solo se aplica al sector público. En 2008 también en Holanda, a propósito de la crisis financiera, tras recibir un salvataje gubernamental, el dueño de un banco quería aumentar el monto de compensación para pagar a uno de sus directivos. Esto generó gran oposición, por lo que el banco retiró la propuesta.

Dentro del neoliberalismo parece una herejía pensar que algunos tengan demasiado y una prueba de envidia. El limitarianismo cuestiona esa mirada y considera que tener demasiado es problemático por diferentes razones, entre ellas, la mencionada de un peligro para la democracia. Son necesarias alternativas. El limitarianismo de Robeyns es una de ellas.

U otras, como la de la Economía del bienestar (EB) que pone el centro en las personas y los valores públicos, y no en la libertad económica. Hoy la EB está presente en Nueva Zelanda, Escocia, Costa Rica, Islandia y hay gente investigándola y dirigentes políticos que la apoyan. En Nueva Zelanda se identificó el bienestar de los individuos como una meta central de sus políticas y diseñó su presupuesto económico en función de nuevos indicadores. En la EB se pone en el centro la equidad, el desarrollo ecológico sustentable, la justicia económica.

En ese contexto, medidas limitarianistas de la riqueza son justificables, porque no se trata de la libertad económica individual sino de la calidad de vida y otros valores. Entonces la discusión de fondo es sobre el objetivo de la economía. En un modelo neoliberal las personas sirven a la economía. En el modelo del limitarianismo o la EB, es la economía la que está al servicio de las personas.

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