El Parc de la Ciutat siempre da de qué hablar. Sin ir más lejos, hace escasos días la alcaldía anunciaba la mejora del alumbrado del recinto y una compañera del mismo Diari relataba la ardua experiencia de atravesar el parque. Es cuestionado frecuentemente por su estado y garantías de seguridad que ofrece. Por ello, cabe preguntar a sus visitantes, aquellos que día a día se adentran en el recinto.
Tras sus verjas, el Parc de Sant Rafael se puede encontrar casi desértico en las frías mañanas invernales. Rompen la quietud los vecinos que aprovechan el amplio espacio para pasear sus perros y los transeúntes que, simplemente, lo usan como atajo para ir de un lado a otro de la ciudad. Algunas familias y jóvenes usan las instalaciones deportivas y parques infantiles que ofrece. Más allá de eso, y la sensación de vacío a las espaldas, no parece haber nada fuera de lo común. «Es un sitio muy tranquilo, vengo cada mañana a pasear al perro y nunca ha pasado nada», explica Elvira completando su recorrido rutinario. En esa misma línea lo cuenta Joan, un jubilado que visita el parque para estirar las piernas, descansar en un banco y ver alguna cara conocida. Alberto, vecino que también pasea allí su mascota a diario, asegura que es un lugar calmado y que «hay mucha literatura» sobre la inseguridad del entorno. Sin embargo, no es raro encontrar individuos bebiendo o fumando en bancos y esquinas. Pero parece que su alejada presencia no resulta un mayor impedimento para los visitantes
Alejarse de las sombras
Hay dos hechos con los que los vecinos coinciden unánimemente. Uno es la limpieza, agradecen el cuidado y trabajo del personal. El otro es que la tranquilidad del parque no dura las 24 horas. Una vez cae el sol, la cosa cambia. Muchos de ellos ni se acercan al parque. «De noche da miedo», declara tajante Esther, vecina que evita la zona a toda costa cuando está oscuro. Ella, y muchos otros, aseguran haber visto cómo roban a otros visitantes. A Joan le hurtaron su abrigo; otra visitante relata cómo le intentaron quitar el móvil en dos ocasiones.
De noche es un sitio distinto, cuentan. Como valora Esther, el problema es la poca luz: «Por los laterales no se puede ni pasar; está vacío, como mucho hay alguien con su perro en las entradas donde hay más farolas». Además de la anunciada ampliación de puntos de luz, los vecinos tienen claro el remedio: patrullas de vigilancia constantes por el parque.