Clase magistral de Martí i Franquès

Ruta teatralizada. El científico de Altafulla ‘resucita’ para explicar su vida y obra

10 noviembre 2017 08:43 | Actualizado a 10 noviembre 2017 08:49
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El científico Antoni de Martí i Franquès ya predijo allá por el año 1804 que la química sería «un buen negocio para Tarragona». Y así se lo hizo saber ayer a 24 estudiantes de segundo de bachillerato de la Escola Joan XXIII de Bonavista, quienes lo tuvieron como guía de lujo en una ruta teatralizada diseñada por la URV y la agencia Itinere Turisme & Cultura.

El ingeniero y antropólogo Jaume Martell se volvió a meter en la piel del químico de Altafulla, algo que lleva haciendo desde hace siete años, y con sabiduría, mucho ingenio y buen humor invitó a todos los presentes a viajar en el tiempo para recorrer la vida y la obra del personaje.

1794 es el año de partida. Martí i Franquès, con su metro de madera en mano, comenta los hechos que acontecen en Francia, donde acaban de ejecutar al rey.  Pero como gran científico que es, aparca la política y lanza al aire la primera pregunta de las muchas que les irá haciendo a los estudiantes.

¿Qué es la ciencia? El químico ofrece una clase de botánica en el Camp de Mart «a los hijos de los ricos» entre comentarios prudentes sobre la Santa Inquisición, «porque no me llegan las revistas científicas» y la reivindicación de una nueva universidad para Catalunya ya que «en Cervera sólo se enseña Aristóteles, teología, Santo Tomás y un poco de medicina». 

En el siguiente punto, a las puertas de la Antiga Audiència, reclama una carretera «como las que hay en Francia porque el otro día llovió y los carros se quedaron atascados, y claro... para llevar el vino. Si alguien tiene un amigo en Madrid, por favor, que le pida una carretera al menos de Tarragona a Valls». «Ya se lo diré yo a mi primo Felipe», le prometieron. 

Unos metros más allá, en la Casa Castellarnau, ya es el año 1804, poco después de la visita de Carlos IV y Godoy para inaugurar el puerto de Tarragona. «Aquí comeremos bien porque el señor Castellarnau tiene buena cocina. Trabaja el hierro. Vuestra casa debe ser más o menos como ésta», comenta entre la admiración de los estudiantes, quien más de uno no había estado nunca en su interior. 

Bajo la lámpara de cristal de Murano, el químico dirige a sus oyentes hasta llegar a la composición del aire, su trabajo principal... y de allí a las escaleras de la Catedral. Es 1817. «No me gustan estas escaleras porque he visto correr mucha sangre.

A Napoleón se le han subido los humos. A mí me hirieron y me destrozaron el laboratorio». Ya en 1921, con 71 años y «muy poca vista», explica en su casa –el Museu d’Art Modern– el sistema métrico decimal. Con Fernando VII en el trono augura que «acabaremos todos en la cárcel». Y al lado de la Plaça del Rei se despide de sus alumnos instándoles a «apostar por la química y los idiomas».

Toda una clase de «ciencia e historia», como bien definió Joan Farré, el profesor de química que acompañó al grupo. Martell reivindica la figura del científico, «un personaje olvidado» por la historia, que «si hubiera sido francés o inglés estaría en las enciclopedias».

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