Cuatro científicas que pisan fuerte

Cuatro investigadoras del ICIQ hablan de las personas que les han inspirado, de un mundo competitivo al extremo y de la felicidad que puede dar un laboratorio

19 mayo 2017 15:58 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:16
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Cansadas de escuchar datos como que el porcentaje de mujeres investigadoras en España se mantiene estancado en un 39% desde el 2009, o comentarios sobre la desafección, casi histórica, de las niñas hacia las asignaturas científicas, esta vez decidimos hacer el camino al revés: hemos ido a buscar a mujeres que fueron a contra corriente, las que pensaron que la ciencia sí que era para ellas.

Las fuimos a buscar al Institut Català d’Investigació Química, un centro puntero que cuenta con un 42% de mujeres entre sus empleados (aunque aquí se cuenta también al personal administrativo).

Y las encontramos: hablamos con cuatro mujeres que están en distintos puntos de su carrera investigadora. Una de ellas, de hecho, es una de las dos líderes de grupo del instituto (los otros 17 líderes son hombres). Estas son sus historias; la gente que las inspiró, y cómo el techo de cristal se va engrosando a medida que se suben peldaños.

Aceptan posar para la foto por los pasillos inmaculados del ICIQ. Posan seguras, pero no hay vanidad en la escena, todas coinciden en que falta que las mujeres en este campo se hagan visibles, que cuando a los niños y las niñas les hablen de un científico también puedan pensar en una mujer. De hecho, el centro tiene como política que las muchas charlas y talleres que ofrecen para las escuelas sean dirigidas por investigadoras justamente para que los más pequeños incorporen la idea a su imaginario.

"Llegaron a decir que lo había logrado por ser mujer"

Mónica es la química más joven en España con un grupo de investigación independiente y es, junto a Núria López, una de las dos líderes de grupo (los otros 17 son hombres) del ICIQ.

A pesar de la cálida sonrisa que no le abandona en casi ningún momento, no consigue evitar emocionarse cuando recuerda lo mal que lo pasó en el instituto en su Valladolid natal. «No daban un duro por mí», recuerda. Pero justo en esa época llegó una de las mujeres que marcó su vida, una profesora particular de química que creyó en ella.

Estudiante con un expediente académico brillante, se resistió a los que decían que con sus notas podía estudiar medicina o una ingeniería. Cuenta que a los que estudian ciencias básicas «nos ven como de tercera regional desde el principio».

Cuando terminó la carrera se incorporó a trabajar con el grupo de química orgánica de su universidad. «Reconozco que los motivos no eran muy profesionales, ellos simplemente parecían muy felices».

Durante sus estudios postdoctorales en EEUU llegó otra mujer que cambió su vida, la profesora Melanie Sanford, de la Universidad de Michigan, una de las químicas más influyentes del mundo y única mujer en el comité científico del ICIQ. «Ver la fe que tenía en mí determinó que acabara donde estoy», apunta. Explica que «a veces las mujeres nos quitamos méritos... Mucha gente ha apostado por mí, pero yo he trabajado duro y he decidido sentirme orgullosa». En un mundo tan competitivo lamenta que cuando superó el proceso para ser líder de grupo entre las muchas felicitaciones hubo quien dijo que lo había conseguido por ser mujer.Tras un año de experimentos, el grupo ya está prácticamente listo para su primer artículo y confían en que va a tener muy buen impacto.

El campo de investigación del equipo es «desarrollo de nuevas transformaciones químicas: De los estudios mecánicos organometálicos a la catálisis». Para el común de los mortales ella lo explica con un ejemplo: «Nos dedicamos a hacer puzzles, a tratar de entender cómo ocurren los procesos relevantes y ver cómo llegar de A a B». Sus hallazgos pueden ayudar desde a quienes trabajan desarrollando fármacos hasta a quienes trabajan en procesos en la industria más sostenibles y más baratos.

Aunque tiene claro que no todo está en la química. Cree que la empatía, algo que identifica como muy femenino, es fundamental. Que el equipo esté bien, que confíe en sus capacidades, le importa mucho. «Es lo que me motiva, no estoy aquí ni por ego ni por dinero».

"Todo comenzó con mi profesora de sexto"

Cristina habla rápido pero ordenadamente, con contenido, sin perder ni un momento el hilo. Cuenta que su interés por la física arrancó con su profesora de sexto de primaria y los problemas que les ponía a resolver. En bachillerato tuvo un momento de duda, porque le llamaba también la filosofía; al final pudo más la ciencia.

Desde el principio se acostumbró a verse en minoría numérica. En el bachillerato técnico había 5 chicas de 40 alumnos; en la carrera, más de lo mismo, y así sucesivamente. Ella es de Logroño y fue a la universidad en Zaragoza y destaca con cierto orgullo que las mujeres fueron más persistentes y todas sus compañeras acabaron la carrera.

El grupo al que pertenece en el ICIQ está trabajando en el comportamiento magnético de los materiales. Han patentado incluso material para hacer las mediciones, ya que no había aparatos específicos para ello.

Se trata de investigación básica para que otros científicos, a su vez, puedan avanzar en sus investigaciones. Una de las utilidades futuras, por ejemplo, sería encontrar materiales más pequeños y estables para el almacenamiento de datos en los ordenadores.

«Me siento apreciada», explica, porque el grupo se plantea crear una empresa Spin Off y su jefe quiere que ella esté al frente.

Pero la discriminación de género, aunque no siempre es evidente, siempre ronda. Recuerda un congreso en Turquía en el que iba junto a otro investigador. La presentaron como su esposa, «no entendían que yo también pudiera ser científica».

Lleva 4 años en Tarragona y ha tenido varias oportunidades de irse fuera de España pero de momento prefiere estar cerca de casa. «El nuestro es un campo con poca estabilidad laboral y muy competitivo», dice.

Cree que faltan referentes de científicos en general y de mujeres en particular. «No vivimos en una cueva, yo tengo amigos, juego al baloncesto, soy voluntaria en la protectora y puedo cerrar una discoteca si hace falta», ilustra.

Ser madre, de momento, no es una cosa que se plantee. Reconoce que en su campo, que hay grupos trabajando en todo el mundo, hay que estar actualizada y ser más rápida, no se puede pensar en dejar de seguir la pista a la competencia, «en dos meses desconectado estás obsoleto», reconoce.

Además, como se estudia el número de publicaciones por año, estar meses sin publicar mientras se está de baja es un gran desfase, «lo que no haces tú lo va a hacer otro», sentencia.

"Siempre nos hemos sentido en igualdad, más arriba ya veremos"

Ana García cuenta que desde pequeña le gustaban todas las asignaturas científicas y no se arrepiente, «es mucho esfuerzo, pero se ve recompensado», explica.

A Ana Maria le pasaba lo mismo, y cuando tuvo que elegir carrera se decantó por la química porque quería hacer algo experimental, «tenía curiosidad por aprender, por ver cosas nuevas cada día».

Ambas trabajan la transformación de moléculas a través de la luz.

Ana García dice que no se ha sentido discriminada por ser mujer ni en España ni cuando hizo su máster en Holanda; Ana María del Hoyo considera que «no hay más discriminación que en otros campos» y, por ejemplo, en materia salarial no hay diferencias en los mismos puestos... Pero no se engañan, la cosa se complica cuando se quiere ascender.

Ninguna de las dos, igual que las otras entrevistadas, es madre. En su caso sus becas se detendrían en el momento en que estuvieran de baja maternal, igual que ocurriría con una baja por enfermedad, pero aquí no acaba todo. Igual que en el resto de la sociedad, que el peso de criar y llevar la casa sea para las mujeres (también las científicas) pesa demasiado. Para que las mujeres lleguen donde pueden llegar creen que hacen falta medidas como permisos de maternidad y paternidad igualitarios «y un cambio cultural ya», sentencian.

 

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