Especímenes de playa

Historia de una expedición antropológica por la Arrabassada

26 julio 2017 18:03 | Actualizado a 26 julio 2017 18:17
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Los escultores, la fotógrafa surfera, los chiringuiteros, los gourmets, el yogui, el Frente de  Juventudes, los guerreros, los intelectuales... Y hasta un bicho raro. Una expedición antropológica por la Arrabassada y la Savinosa, en Tarragona, permite un estudio de los especímenes que conviven en armonía en nuestras playas. He aquí su disección.

Los preparados. Calle Josep Ras i Claravalls, la vía de acceso a la playa de la Arrabassada. Una señora de nacionalidad francesa y su hija se dirigen a la arena. Bolsos, toallas y un espeluznante flotador en forma de piña. El verde fosforito del artilugio daña a los ojos. Unos metros más allá, tres generaciones –abuela, madre e hija– inspeccionan las sombrillas expuestas en un comercio. Comprueban el tacto, el precio, el tamaño... en busca del parasol perfecto. Familia que playea unida permanece unida.

El escultor. Un niño  esculpe unos incalificables castillos de arena. La línea recta no es lo suyo. No importa. El padre se lo mira embobado, con esa expresión que se pone cuando el peque te regala un incomprensible pero emocionante dibujo hecho en clase.

La fotógrafa en remojo. Lo que sea por la foto del verano. Incluso meterse en el agua hasta más arriba de las rodillas con la cámara. Eso sí, para evitar que se moje es imprescindible que la artista pegue saltitos cuando le golpean las olas. Un ojo en el objetivo y otro en el mar, al tiempo que se dispara. Meritazo.

La buena gente. Voluntarios de la Fundación Onada, para personas con discapacidad intelectual, atienden con ternura a Laia y sus compañeros. Todos se hacen una foto tras un arduo proceso de colocación. Playa adentro, una monitora de un esplai dribla con maestría a los chavales en un partidillo de fútbol.

Los intelectuales. Una persona lee un libro en la playa, sin tocar el móvil. Parece un espejismo, pero no lo es. O sí. Un simple recuento arroja a lo largo de la Arrabassada una estrepitosa derrota de los intelectuales frente a los adictos al whatsapp: tres personas libro en ristre, cuatro con sendas revistas del corazón, otras tres en plena resolución de pasatiempos... Y una veintena con los dedos en el teclado.
Los gourmets. Un matrimonio y sus hijos colocan a lo ancho y largo su mesa de camping y su nevera portátil que se convierte en improvisado asiento. No hace falta volver a casa a comer. Un bocata, algo de fruta y a tostarse.

El Frente de Juventudes. Una hilera de nueve yayas se ha situado en primera fila. El despliegue es impresionante. Ni un ejército en plena ofensiva ocuparía tanto espacio.

El yogui. Un hombre sentado en la postura del loto medita con los ojos cerrados. Nada le altera. Ni el susurrante balanceo de las olas. Ni el ligero rumor de la brisa. Ni los cotilleos de una familia cercana. Ni los chillidos de los niños. De repente abre los ojos y parpadea para ‘bajar’ a tierra.

Los guerreros. Madre e hijo se disparan chorros de agua con una especie de escopeta de gomaespuma. La víctima colateral es la abuela. El chaval apunta a la yaya. La mujer se tambalea... ¡Choff!

Los chiringuiteros. Mientras teclea sin parar en el móvil, un hombre de unos 40 años liquida su segunda jarra de medio litro de cerveza en el chiringuito de la Savinosa. Un par de mesas más allá una mujer engulle una bolsa de patatas acompañada por un café. De ‘postre’ un croissant. Para gustos, los colores. Un matrimonio llama ansiosamente al camarero y éste acude al trote. Literalmente. 

Nudistas y textiles. Personas completamente desnudas conviven a la perfección, sin molestia alguna, con los ‘textiles’. Cada uno a lo suyo.

El bicho raro. El periodista que, libreta en mano, recorre la playa mirando a diestro y siniestro. ¡Lo que hay que hacer para llenar una contraportada del diario de verano!

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