Gimnastas callejeros

En la cola es necesario pedir tanda, a la antigua usanza

24 julio 2017 19:29 | Actualizado a 24 julio 2017 19:37
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Una especie de reggaetón francés retumba en el celular de un chico de color, acostumbrado, por el armario ropero que lleva incrustado en su rostro, a esfuerzos de hierro incorporado. El teléfono tiembla, como si se hubiera aposentado para tomar el sol en el centro neurálgico de la playa. Estamos en Salou. Poco más de las 14.00 horas. La ciudad arde. El calor asfixia. Al chico francés y a sus colegas parece no importarles demasiado. Se han quitado la camiseta y exponen tableta en un lugar para los privilegiados de los malabarismos corporales. El mini gimnasio de ese paseo vacacional, con barras para flexionar tejidos a lo chicle y realizar ejercicios de fuerza con el propio peso, se transforma en paraíso sin paredes del culto al cuerpo. En verano se trata de un buen refugio para huir de las cuotas mensuales y además para presumir de músculo.
Cedryk, uno d e los entusiastas guiris, se atreve incluso con las volteretas en la arena, eso sí alejado de la muchedumbre que se pisa casi el alma para hallar un lugar privilegiado para su toalla. El santimbanqui conecta la admiración de los optimistas que desafían al sol y pasean, en plan amor, por el cemento, separados de las quemaduras arenales. Se paran e incluso se atreven a inmortalizar sus coreografías. Cedryk, a diferencia de sus compañeros, anda más ligero de masa muscular, su habilidad para las artes gimnastas ameniza un  mediodía de julio en la capital del postureo internacional.  Incluso la simpatía que desprende roba sonrisas a un par de pequeños diablos que intentan emularle. Sin demasiado éxito, claro.

El sistema para tomar tanda y fortalecer los lugares del presumir funciona a la antigua usanza. En la cola de toda la vida se consumen descansos y el sudor insoportable. Luego emerge la gran prueba. Esta vez con presión añadida. En la playa del esfuerzo se desnuda cualquier defecto físico. Para algunos, como el que escribe estas líneas, no resulta sencillo evitar el ridículo. Convertir en virtud la valentía de intentarlo. 
La vocación gratuita del escenario corre serio peligro si los jefes de la gestión municipal se percatan de su éxito irrefutable. Y es que la actividad no cesa. Julio obliga a escapar de los espacios  de cuatro ventanas y algún sistema acondicionado medio roto. A media tarde, Mohamed comparece sin avisar junto a un socio inglés que enseña, como él, largas horas de ejercicio. Mohamed convive en Reus y ama el trabajo puro, con el propio rostro, sin demasiado hierro en el planning. Expresa su deseo y el convencimiento de crear un negocio para fomentar esa práctica.

La domina como un especialista del circo Raluy. Danza sobre las barras. Ni pestañea.De sus brazos salen bíceps como cabezas. 
Mohamed despierta admiración entre incluso los jubilados que han decidido regresar al cobijo del descanso después de su jornada de hamaca, periódico y puro habano, además de algún cotilleo sobre el vecino del quinto. Los minutos vacacionales dan para mucho.

El efecto niño

Conmueve el magisterio que imparte un padre británico, tatuado de brazos y pecho, a uno de sus dos hijos, que no alcanza la decena de años de vida. Estamos en la antesala de la cena, con los chiringuitos repletos de luces y el chill out a pleno poder. Esa saga del turismo inglés  ha decidido cumplir con las obligaciones físicas antes de tomarse alguna licencia caprichosa. El pequeño atiende a cada consejo como si le fuera algo más que un simple avance hacia la perfección abdominal. Los ejecuta con una precisión asombrosa. Papá le anima, aunque con gesto serio. Da ejemplo y explica el porqué de cada movimiento. Sorprende incluso a la decena de deportistas que ya se acumulan en la zona. 
Salou mezcla en estos tiempos de calentura veraniega los placeres del ocio con las rutinas saludables. A escasos metros, las pachangas futboleras que se montan bajo el formato del piedra, papel, tijera, el de barrio de toda la vida, reúnen hasta hinchas enfurecidos entorno al campo de cemento. Los sibaritas de las aventuras podrían escribir capítulos inolvidables.

 

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