Mujeres en tecnología: una minoría nada silenciosa

Se calcula que la brecha de género en el sector de las TIC no se romperá hasta el año 2133, pero, ¿por qué habrá que esperar tanto? Hablan las mujeres que se atrevieron y triunfaron

19 mayo 2017 16:29 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:34
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Ya vamos tarde si queremos que las mujeres dejen de ser minoría en las empresas tecnológicas. Seguramente comenzamos a hacerlo mal desde estas Navidades pasadas, cuando los Reyes Magos pensaron que los juguetes tecnológicos eran cosa de chicos. Así lo explica la psicóloga Milagros Sáinz, profesora de la UOC e investigadora del grupo GENTIC (Relaciones entre el Género y las TIC).

Pero, ¿qué tienen que ver los juguetes? La respuesta es: mucho. La decisión de lo que se quiere o puede ser de mayor comienza a construirse en la más tierna infancia y marca para toda la vida. La consecuencia directa es que si las mujeres no se forman en estos campos tampoco trabajarán en ellos. Según los datos de la oficina europea de estadística, Eurostat, en 2015 en España había 426.800 personas contratadas en el sector, de ellas el 19% eran mujeres. Y para que la situación se revierta, predice el World Economic Forum, habrá que esperar hasta el año 2133.

Así, pues, el asunto es empezar ya, dice la psicóloga, quien advierte que muchas de las personas que hoy trabajan en las TIC relacionan su trabajo con el disfrute que sentían con la tecnología desde pequeños. Y en esto, apunta, los datos confirman que los niños pasan más tiempo jugando con tecnología que las niñas.

Pero no todo queda en el juego; el papel de la familia es crucial. Es fácil oír frases del tipo «mi hijo es un crack o mi hija es un desastre con la tecnología». A esto hay que sumar que las niñas, independientemente de sacar buenas calificaciones, tienen peor percepción de sus conocimientos y habilidades, tal como se han encargado de confirmar varios estudios. Además, se sigue pensando en las matemáticas, la física y las ciencias en general como ámbitos en lo que a los hombres les va mejor.

Y como las niñas se creen menos capacitadas, también se atreven menos a estudiar carreras que presuponen más complicadas. Paradójicamente, además, no se trata de un problema de acceso a las universidades, porque las mujeres ya son más de la mitad de los estudiantes en todas.

Sáinz cree que hace falta tener estrategias de estado bien articuladas, que empiecen pronto y que no sean espasmódicas, que se mantengan en el tiempo. Apunta el ejemplo de Noruega, que ha desarrollado una importante campaña publicitaria para demostrar a las niñas que ellas también podían estudiar carreras tecnológicas y han conseguido ir incrementando paulatinamente las matriculaciones.

Finalmente, a la pregunta de qué ganarían las empresas incorporando a más mujeres, Sáinz habla en primer término de talento, pero también de muchos aspectos prácticos. Tener mujeres en los equipos también s una forma de entender mejor a las mujeres como consumidoras, y pone el ejemplo de la industria automovilística y cómo ha cambiado.

LAS PROTAGONISTAS

Clara Granell: ‘Si pedía un Meccano, los Reyes me traían un Meccano’

Tarragona 1988. Tiene un grado en Ingeniería Informática, un Máster en inteligencia artificial  y un doctorado de la URV. Está realizando su trabajo de posdoctorado en la Universidad de Carolina del Norte (EEUU) tras ganar una beca. Se dedica a investigar sistemas complejos, como la propagación de epidemias. En diciembre la Generalitat le entregó el premio Dona TIC revelación.

A Clara Granell la encontramos, por suerte, en su antiguo laboratorio de la URV. Ha venido de visita; es una de las ventajas de la beca de estudios posdoctorales de la fundación James S. McDonnell que le concedieron. La beca no sólo da para pagar su sueldo como investigadora de la Universidad de Carolina del Norte, sino también para viajar a ver otros laboratorios o ir a convenciones.

Cuando se le pregunta cuándo decidió estudiar ingeniería, cuenta que desde muy pequeña siempre le interesó saber por qué y cómo funcionan las cosas, primero los aparatos pequeños de su casa y luego los ordenadores, que resultaron ser «un juguete muy divertido».

Además relata algo que le parece crucial, ni a ella ni a su hermano jamás les compraban los juguetes según el género. «Si había dinero y pedía un Meccano, los Reyes me traían un Meccano».

Y a la pregunta recurrente de por qué hay pocas mujeres en el campo de la informática, ella contesta que «a esto nunca sé responder porque yo soy una de ellas». Reconoce que, compañeras de clase mujeres, ha tenido más bien pocas a lo largo de su vida académica. Desde el bachillerato en adelante, ellos siempre eran mayoría.

Aunque cree que el desempeño de mujeres y hombres en su campo sólo tiene que ver con los méritos de cada uno, lo que sí le sorprende es que, en general, ellas suelen ser mucho más críticas respecto a sus conocimientos y su rendimiento. Alguna vez le ha sucedido hablar con algún compañero que le preguntaba si sabía de algún tema. Ella respondía «no mucho» y, al final, en el transcurso de la charla, los conocimientos estaban a la par, sólo que el compañero hombre había evaluado sus propios conocimientos como suficientes.

Granell habla entusiasmada de su campo de trabajo: los sistemas complejos, un nombre que, de entrada, ya puede hacer rehuir al menos enterado. Ella aclara, no obstante, que «los sistemas complejos están por todas partes, una red de transporte de una ciudad, un grupo de personas que interactúan, son un sistema complejo».

En este momento está centrada en el desarrollo de un modelo matemático que permita predecir con mayor precisión cómo evolucionará la epidemia de una enfermedad en un grupo determinado de personas.

 

Montserrat Batet: ‘Trabajo para que las máquinas nos entiendan’

Valls, 38 años. Esta vallense es doctora en ingeniería informática, profesora en la UOC y profesora visitante en la URV. En diciembre la Generalitat le entregó el premio Dona Tic en la categoría Académica/Investigadora por sus contribuciones destacadas en las áreas de la privacidad de datos y de la inteligencia artificial. Se dedica especialmente a las bases de datos textuales.

Montserrat Batet se dedica las bases de datos textuales, «a hacer que las máquinas nos entiendan, que entiendan nuestro lenguaje». Y aunque así contado parece abstracto, cuando lo explica se ve que está de candente actualidad. Lo suyo es la protección de datos como los que están en una historia médica o en las redes sociales. Su trabajo podría evitar, por ejemplo, que una persona sea discriminada para un puesto de trabajo por causa de una enfermedad.

Montserrat Batet es investigadora del Internet Interdisciplinary Institute (IN3) y miembro del grupo K-riptography and Information Security for Open Networks (KISON), de la UOC. Cree que justo una de las cosas que hacen falta para que más mujeres se interesen por estos estudios es explicar su alcance social. Considera, además, que hay que desmitificar aquello de que hay que estudiar muchas matemáticas para hacer una ingeniería como la suya.

Sobre las causas que llevan a las chicas a elegir otras carreras, apunta a los estereotipos que, asegura, tenemos interiorizados y que hablan de que sólo los chicos pueden ser ingenieros.

Aunque siempre ha estudiado con pocas mujeres, nunca se ha sentido discriminada por su condición, tampoco en su trabajo como investigadora. Eso sí, en las empresas tecnológicas, reconoce, las mujeres tampoco se salvan del techo de cristal, «igual que pasa en todas las empresas».

Respecto a lo que se pierde la sociedad por la falta de mujeres en estas área apunta que ya varios estudios han evidenciado que la incorporación de mujeres en este campo implicaría un repunte económico. Y las mujeres, por su parte, se pierden la oportunidad de trabajar en un campo amplísimo y en crecimiento.


 

 

A Clara Granell la encontramos, por suerte, en su antiguo laboratorio de la URV. Ha venido de visita; es una de las ventajas de la beca de estudios posdoctorales   de la fundación  James S. McDonnell que le concedieron. La beca no sólo da para pagar su sueldo como investigadora de la Universidad de Carolina del Norte, sino también para viajar a ver otros laboratorios o ir a convenciones.
Cuando se le pregunta cuándo decidió estudiar ingeniería, cuenta que desde muy pequeña siempre le interesó saber por qué y cómo funcionan las cosas, primero los aparatos pequeños de su casa y luego los ordenadores, que resultaron ser «un juguete muy divertido».
Además relata algo que le parece crucial, ni a ella ni a su hermano jamás les  compraban los juguetes según el género. «Si había dinero y pedía un Meccano, los Reyes me traían un Meccano».
 Y a la pregunta recurrente de por qué hay pocas mujeres en el campo de la informática, ella contesta que «a esto nunca sé responder porque yo soy una de ellas». Reconoce que, compañeras de clase mujeres, ha tenido más bien pocas a lo largo de su vida académica. Desde el bachillerato en adelante, ellos siempre eran mayoría.
Aunque cree que el desempeño de mujeres y hombres en su campo sólo tiene que ver con los méritos de cada uno, lo que sí le sorprende es que, en general, ellas suelen ser mucho más críticas respecto a sus conocimientos y su rendimiento. Alguna vez le ha sucedido hablar con algún compañero que le preguntaba si sabía de algún tema. Ella respondía «no mucho» y, al final, en el transcurso de la charla, los conocimientos estaban a la par, sólo que el compañero hombre había evaluado sus propios conocimientos como suficientes.
Granell habla entusiasmada de su campo de trabajo: los sistemas complejos, un nombre que, de entrada, ya puede hacer rehuir al menos enterado. Ella aclara, no obstante, que «los sistemas complejos están por todas partes, una red de transporte de una ciudad, un grupo de personas que interactúan, son un sistema complejo».
En este momento está centrada en el desarrollo de un modelo matemático que permita predecir con mayor precisión cómo evolucionará la epidemia de una enfermedad en un grupo determinado de personas. 
 

 

 

 

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