Recorrer medio mundo en familia

Miquel y Sara dejaron por un tiempo sus trabajos para recorrer el mundo junto a sus hijos Ona y Ferran; así fue el viaje que transformó su vida durante 18 meses

10 julio 2017 08:52 | Actualizado a 10 julio 2017 09:17
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Cuando Sara García y Miquel Sansa explicaron a sus allegados que iban a dejarlo todo temporalmente, incluida su casa y su trabajo en Tarragona, para dedicarse a recorrer el mundo con sus hijos Ona, que en ese momento tenía 4 años, y Ferran, de 7, pensaron que era una broma: «Creyeron que nos estábamos volviendo locos... La familia,  los amigos, decían que no podrían estar tanto tiempo sin ver a los niños».

Pero al final se empeñaron y se fueron. En enero de 2015 iniciaron un viaje en el que recorrieron Asia, donde estuvieron la mayor parte del viaje (12 meses),  Australia (2 meses) y América del Norte (otros 2 ). Visitaron 20 países «solamente».

El viaje sólo se interrumpió para regresar a casa unos días en medio de una crisis familiar. Fue por Navidad y los niños estaban preocupados porque creían que si estaban tan lejos los Reyes Magos no les encontrarían. «Al final fue una buena decisión, en un viaje así todo el mundo tiene que pasárselo bien», cuenta Sara.

‘No hace falta ser rico’
La pareja  había  ahorrado durante más de dos años, pero Miquel asegura que para hacer un viaje así no hace falta ser rico. «Había sitios donde gastamos menos que si estuviéramos en casa, no sólo porque eran más baratos, sino porque no teníamos gastos fijos», explica Sara. 
Con todo, la única parte del viaje que estaba planeada era  el primer vuelo con destino a Bangkok; a partir de allí todo fue improvisado.

Cuentan, por ejemplo, que un día en Camboya preguntaron cuándo salía el autobús hacia un pueblo que querían conocer. Salía a las 7 de la mañana, pero como no querían madrugar, decidieron coger el siguiente autobús, el que salía a las 9 de la mañana, aunque iba a otro sitio. Los lugareños alucinaban.

Tenían un vuelo a Bangkok, lo demás fue improvisado

Con el alojamiento, más de lo mismo: cuando llegaban a un pueblo Sara se quedaba con los niños en algún establecimiento y Miquel se iba a buscar hotel.

Se hicieron entender gracias a su inglés básico, aunque en algún sitio de la China rural necesitaron hasta media hora para comprar un billete de tren. Y eso que Miquel, que ya había hecho grandes viajes solo, tenía muchos trucos, como llevar el nombre de los lugares apuntado en caracteres chinos. Lo demás lo hacía Google translator, la salvación allá donde había wifi.

Los niños no se enfermaron
Reconocen que se abstuvieron de ir a lugares que les interesaban y de visitar, por ejemplo, África, pensando en la salud de los niños. Eso sí, recuerdan que aunque llevaban un botiquín completísimo, no lo necesitaron; apenas usaron el betadine para heridas y raspones; los niños no tuvieron ni una diarrea ni una enfermedad importante a lo largo de todo el viaje.

También les tocó lidiar con la comida, especialmente en Asia, donde abundaban las salsas y la comida picante. Los niños, que son de buen comer, en un principio se quejaban y no comían.«Al final se seguían quejando, pero comían», cuentan.  De hecho, cuando les servían, por ejemplo, espaguetis a la carbonara sin picante era  una fiesta : «Es de las cosas que los niños apuntaban en sus diarios de viaje».Ahora a Ona y Ferran les encanta enseñar aquellos cuadernos llenos de recuerdos, dibujos y fotos.

A excepción de las estancias largas, la mayor parte del tiempo se movían de sitio más o menos cada tres días e iban decidiendo por el camino cuál sería la próxima parada. «Es muy cansado, un viaje así no son vacaciones», explica Miguel. De hecho, en medio del viajes sí que se tomaron un mes para descansar.

Un oso y un terremoto

También hubo momentos críticos pero no tuvieron que ver con robos o situaciones violentas. Relatan que cuando más miedo pasaron fue durante una caminata en un parque natural de Estados Unidos, cuando de repente se les apareció un enorme oso negro.

«Afortunadamente los niños no se pusieron nerviosos, armados como iban con sus espadas de la Guerra de las Galaxias», dice Sara. A los padres les tocó confiar con que bastaría con tirarle piedras y hacer ruido para espantarle, tal como les habían dicho los guardias. Al final no hizo falta: el oso pasó de largo.

También les pilló un terremoto de 5,5º en Japón en un edificio de sesenta plantas. Mientras su anfitrión les tranquilizaba, los hijos de la familia se escondían bajo la mesa y los altavoces no paraban de advertir que nadie saliera de sus pisos. Finalmente no hubo daños.

Y, por supuesto, el viaje también estuvo lleno de momentos inolvidables. De entre tantos, les pedimos que elijan uno y se acuerdan de una escena en su viaje en caravana por Australia: en una de las noches, mientras cocinaban, se dieron cuenta de que estaban rodeados de una cincuentena de wallabys (canguros pequeños). Otra mañana se despertaron rodeados de aves de colores. Los niños estaban fascinados.

Entre las muchas enseñanzas del viaje destacan la seguridad en sí mismos que ganaron los  niños y el aprender a no tener apego a las cosas. Aseguran, todavía hoy, un año después de regresar, que lo que los niños más echan de menos es poder estar las 24 horas con sus padres y, sobre todo, el poder despertarse con ellos.

Ahora Sara y Miquel siguen su vida en Tarragona. «Aquí se vive muy bien», y han participado en charlas de viajes y en encuentros en diferentes entidades y colegios. El próximo encuentro será mañana en la Biblioteca Pública de Tarragona. Será a las 18 horas. Las plazas son limitadas y las inscripciones se hacen en la sala infantil.

La familia tienen un blog (viatgeenfamília) y colaboran con quienes les escriben pidiendo asesoría porque quieren iniciar una aventura como la suya.

Dos maletas para cuatro 

Casi tan sorprendente como las historias  vividas durante el viaje que cuenta la familia , es el hecho de que hicieran todo el recorrido sólo con dos maletas. Eso sí, una de las maletas era  exclusivamente para los libros de los niños y el completo botiquín.

Los niños siguieron estudiando los 18 meses que duró el viaje y, en el caso del mayor, Ferrán, que entonces tenía siete años, se presentaba a los exámenes vía internet. Sus padres cuentan como anécdota que, al principio del viaje, el niño  se quejaba porque no era capaz de escribir en el autobús porque se movía. Al final de la aventura ya podía  escribir o dibujar en cualquier vehículo en marcha, independientemente del que fuera, de día o de  noche. Aprovechaban los traslados para hacer clases, pero no había una rutina fija.

Además usaban todos los elementos a su alcance. A Ona, por ejemplo, que estaba aprendiendo a escribir, le enseñaban a hacer las letras en la arena de la playa.

Dejar la vida en suspense

Miquel Sansa es de Tremp, Lleida, y su mujer, Sara García, de l’Ametlla de Mar, y ambos viven junto a sus hijos Ona, que hoy tiene 7 años, y Ferrán, de 10, en Tarragona.

Para poder hacer el viaje de 18 meses por medio mundo  él cerró su despacho de abogado y ella pidió una excedencia en su trabajo en la administración. Él dice que emprender una empresa así es cuestión de decisión, de querer  salir de la zona de confort. «Todo se puede hacer si quieres, es cuestión de prioridades y para nosotros el viaje era una pripridad», asegura.

Los niños siguieron estudiando a distancia y el mayor presentaba exámenes vía internet.

Comentarios
Multimedia Diari