'Tarragona era la segunda ciudad con más prostitutas'

Entrevista con Ferran Gerhard, escritor y periodista. Ha coordinado el libro 'Burdelatura', compuesto por relatos de autores tarraconenses y ambientado en los años sesenta y setenta

19 mayo 2017 15:35 | Actualizado a 19 mayo 2017 15:35
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En los años sesenta y setenta del siglo pasado había cuarenta prostíbulos en la Part Alta de Tarragona. Los policías no paraban por allí, cobraban por hacer la vista gorda. Era un barrio tranquilo, de hombres. Pocos niños jugaban en la calle. «Era un oasis dentro de aquella Tarragona gris y represiva de los últimos años del franquismo», recuerda Ferran Gerhard, coordinador del libro Burdelatura, una compilación de historias ambientadas en el mundo del sexo de pago y la noche tarraconense de entonces. Son relatos de ficción o inspirados en personajes y situaciones reales. Literatura.

«Tarragona era la segunda ciudad de España con más putas por habitante después de Lugo», asegura. Sus clientes eran obreros que trabajaban en la construcción de la petroquímica, militares, marineros que desembarcaban en el puerto, funcionarios, políticos… «Haciendo un reportaje sobre la muerte de una prostituta me encontré a un político en el reservado de un burdel. Al verme se escondió», comenta Gerhard.

Los trabajadores del montaje estaban de paso, iban de ciudad en ciudad sin familia. Vivían en pisos de alquiler y en su tiempo libre solían frecuentar los prostíbulos. El negocio tenía una gran demanda. «Cuando llegaba un barco americano venían prostitutas hasta de Barcelona porque las de aquí no daban abasto». La mayoría eran autóctonas, apenas había extranjeras. Al revés que ahora.

Los burdeles de la Part Alta eran de saldo, cutres. Las barras americanas del centro y la parte baja tenían más glamur. «Las camareras de las barras tenían más estilo. Si querían podían mantener relaciones sexuales, si no, no –las de arriba estaban prácticamente obligadas–. Cobraban en función de la copas que se tomaban los clientes». Los precios eran más elevados que en la Part Alta, una zona que, por aquel entonces, «estaba muy degradada y llena de bares, no solo prostíbulos, que le daban un toque diferenciador respecto al resto de la ciudad», explica.

Gerhard y otros jóvenes estudiantes de entonces se juntaban allí para hablar de política. De tertulia. «Nos sentábamos en la punta de la barra y charlábamos tranquilamente porque sabíamos que allí nadie nos denunciaría. Éramos troskos y maoístas y en otros lugares teníamos que ir con cuidado con lo que decíamos. Pero allí no. Y las trabajadoras no nos molestaban porque sabían que no íbamos por cuestiones de sexo. El único problema era que los quintos de cerveza costaban tres veces más que un bar normal».

Con la democracia y la libertad sexual, el adulterio salió de los burdeles. Se fastidió el negocio. Ahora sólo queda uno en la Part Alta, el Montevideo. El resto bajó la persiana por falta de clientela. Los locales siguen cerrados o han desapareció –literalmente– por el derrumbe de algún edificio.

La sociedad reprimida salió del armario y el negocio ha cambiado de modelo. «Con la apertura de establecimientos chinos y la prostitución en pisos, los bares de alterne ya no tienen sentido. Es más cómodo para la gente ir a un piso particular que a un bar, donde te pueden ver cuando entras o sales. Que Tarragona es muy pequeña…» concluye Gerhard.

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