Tiburones en tierra de secano

El Cau del Tauró de L'Arboç es el museo dedicado a los escualos más importante de Europa. Custodia a La Miracle, capturada en Tarragona en 2007, y una mandíbula de un megalodón de quince metros

19 mayo 2017 16:21 | Actualizado a 24 diciembre 2019 23:11
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Maldito sea el día que se me ocurrió ver la película Tiburón (1975), de Steven Spielberg. Eso debieron pensar los bañistas que en agosto de 2007 salieron despavoridos del agua cuando vieron acercarse a un escualo gris de 1,6 metros de largo en la playa del Miracle de Tarragona. Los humanos tenemos pánico a estos animales. Y mucha culpa de ello la tiene Spielberg. El tiburón de Tarragona resultó ser una tiburona. Fue capturada y trasladada al Acuari de Barcelona, donde murió días después por una úlcera causada por la ingestión de dos anzuelos. La Miracle, como fue bautizada, es una de las atracciones del Cau del Tauró de L’Arboç, el museo dedicado a este pez más importante de Europa. Está disecada dentro de una urna.

Su responsable, Joan Ribé, encontró hace más de cuarenta años un diente fósil de escualo en los alrededores de L’Arboç, población de la parte oriental del Baix Penedès. Comenzó así su obsesión por recopilar piezas de estos depredadores. Ha viajado por gran parte del mundo para observarlos en su medio natural, ha subido y bajado montañas y ha recorrido miles de kilómetros sobre y debajo del agua.

En 2001 inauguró el Cau del Tauró, en los bajos de la calle Muralla, 23, y después de dos años de remodelación lo abrió definitivamente al público. Una mandíbula a tamaño real de un megalodón, el tiburón más grande de los océanos –mide más de 15 metros– es una de las ‘reliquias’ más fotografiadas por los visitantes. Hay restos de más de cien especies, de todas las partes del mundo y de diversidad de formas y colores, conservados en grandes acuarios con agua y formol.

«Es un museo único en Europa. En el British Museum de Londres o en el de Ciencias Naturales de Madrid solo hay una pequeña representación dedicada a los tiburones», asegura Ribé.

El museo, de 400 metros cuadrados, tiene un fondo patrimonial de 100.000 piezas y consta de dos salas visitables con música ambiental de sonidos marinos, notas explicativas y proyecciones audiovisuales. Varias pantallas de plasma reproducen el episodio de la playa del Miracle. Es el punto de partida de un debate sobre los estereotipos que erróneamente acompañan a los tiburones: la realidad es que no les gusta la carne humana, pueden morder como curiosidad o como defensa, pero no devoran la presa. Sí disfrutan de un excelente olfato que les permite oler la sangre a kilómetros.

Ribé siente una gran admiración por este animal y trata de sensibilizar a la población sobre la importancia de su protección. El Cau del Tauró es un punto de referencia para aficionados y profesionales, con una vertiente divulgativa y otra de investigación.

Dispone de una parte dedicada a la biología, dentición, aparato sensorial y de reproducción y otra sobre los antepasados de los tiburones. Intercambia materiales con otras instituciones y acoge exposiciones temporales.

«Son animales que deben existir porque son la cadena principal que hay en el fondo del mar. Debemos conservarlos porque la desaparición de los tiburones implicaría la desaparición de otras muchas especies», afirma Ribé.

Todas las visitas son guiadas y concertadas previa reserva. Duran entre una hora y media y dos horas. Los grupos deben estar formados por un mínimo de siete adultos.

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