Tirada en la cuneta

Antes de ir de vacaciones acuda al mecánico para revisar el coche

03 julio 2017 10:07 | Actualizado a 03 julio 2017 10:12
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Hasta ahora pensaba que no me ocurriría nunca. Que él nunca lo haría. De ilusiones también se vive. E ilusionada he vivido hasta ahora en las idas y venidas del trabajo a casa, y de casa al trabajo. El coche que lleva una década conmigo me la ha jugado otra vez. Y con esta ya van tres este año. 

El lado bueno, para explicar alguno, es que en los últimos diez años ha tenido un ‘comportamiento’ impecable. Ninguno de los dos hemos tenido nada que reprocharnos, hasta ahora. 

A más de 30 grados bajo el sol, pisar el asfalto en junio, julio o agosto es lo más cerca que he estado, en vida, del infierno. La carretera N-420 ardía bajo mis pies. Ese día mi coche dijo, sin mediar palabra alguna, ya no puedo más. Presentí que sería el último viaje por carretera juntos. Me puso en un aprieto dejándome tirada otra vez. El aparente trágico final fue eterno. Tampoco voy a decir que me esperaba otro desenlace. 

Todo empezó de camino a casa después de la jornada de trabajo. Soy una más de los conductores que trabaja lejos de su casa y a la que el coche le ha dejado tirada. El chivato del coche con la llave inglesa se encendió. Fue la primera señal de alerta. La siguiente fue que el calor que sentía pasó a ser un sudor frío. No hizo falta que nadie me dijera que en cuestión de segundos el coche perdería velocidad. Lo primero que noté es que no reaccionaba, a pesar de que pisaba el acelerador a fondo.  

En lo siguiente que pensé fue en encontrar un lugar seguro donde parar el vehículo, y molestar lo menos posible al resto de conductores que seguían ‘felices’ por la carretera. El siguiente pensamiento que me vino a la cabeza fue que la avería no resultase tan grave como parecía. Tuve malas vibraciones al volante. Como yo, el coche también sufre los efectos de la ola de calor de estos últimos días. Los expertos ya lo advierten cada ‘operación salida’ durante los meses de verano: desde las baterías hasta los neumáticos, pasando por el motor y al alternador, son los más afectados cuando el termómetro se dispara en junio, julio y agosto.

¿Dónde está el chaleco reflectante?, ¿Llevo los triángulos? Me asfixié en un mar de dudas. Hasta ahora no me había preocupado demasiado del equipamiento obligatorio en caso de accidente, aunque supiera que tengo la obligación de llevarlo en el vehículo. Me puse la equipación fluorescente y empecé a caminar 50 metros para colocar los triángulos, uno por delante y otro por detrás del coche. Son las señales que avisan a los demás conductores del peligro y que les recuerdan que esta vez he sido yo y que mañana puede ser cualquiera de ellos el que se quede tirado en la carretera. Regresé al coche. La temperatura seguía aumentando. Llamé al seguro para que enviara a la grúa. 

Esperar la asistencia en carretera en pleno verano empeora la tortura de quedarse tirado en una cuneta. Rápidamente perdí la cuenta del tiempo que estuve esperando. Pero finalmente llegó en mi rescate. Emprendí de nuevo el viaje, esta vez de camino al mecánico. Crucé los dedos para que la avería no dejara un agujero en la hucha de las vacaciones, y además de fastidiarse el coche me fastidiara también el agosto.

Solo se me ocurre una situación todavía peor. Que todo lo vivido en primera persona me ocurra otra vez o a cualquier conductor en el viaje en familia hacia el destino vacacional. En este caso la situación se agrava. Además de estropearse el coche se fastidian las vacaciones. Cuando ocurre en la ciudad encontrar la ayuda necesaria es más fácil, pero si la avería le sorprende en una carretera secundaria, lo único que está en sus manos es mantener a raya el pánico. El instinto de supervivencia le dirá que hacer. Pero si le falta espíritu aventurero seguro le sobra sentido común. Juicio que, tanto yo como el resto de conductores, deberíamos demostrar antes de planear un viaje. Revisar a tiempo el coche es un peaje que vale la pena pagar para esquivar la mala suerte

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