Una cerveza en el Tourmalet

La Mongie prometía una juerga que acabó en esfuerzo de gregario

14 julio 2017 08:29 | Actualizado a 14 julio 2017 08:46
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En estos días de siestas ciclistas, entre cada cabezada me atormenta mi última aventura en el Tour de Francia. No, no soy ni he sido ciclista profesional, pero fue una ascensión al Tourmalet sobre dos patas digna de bonificación que tuvo a dos jóvenes hambrientos de juerga como protagonistas. 

Ocurrió hace dos veranos. Me encontraba en mi Valle de Aran natal, mientras el Tour se adentraba en el corazón de los Pirineos. Junto a Javi, el único de mis amigos al que pude engatusar, empaquetamos la tienda de campaña, cuatro troncos para el fuego, carne, refrigerios (30 cervezas, una botella de vino y otra de cava), para acampar en el Tourmalet y disfrutar de la Clásica francesa.

Antes de poner rumbo a la mítica cima, nos encontramos a un primo de Javi tomando el café: «Si vais al Tourmalet, podéis salir esta noche por La Mongie, que se montan grandes festivales». En ese instante me recorrió un escalofrío. La Mongie es una estación de esquí en la falda de la montaña, donde se organizan fiestas en la temporada de invierno, creía recordar. 

Las casi dos horas de viaje hasta Sainte-Marie-de-Campan, a los pies del Tourmalet, las pasamos poniéndonos los dientes largos pensando en la juerga que caería al anochecer. Nuestras ilusiones se alimentaron al pasar por La Mongie en plena tarde. Junto a sus bares con neones, la gente abarrotaba las calles ante la expectación generada por el Tour. 

En la cima del Tourmalet instalamos nuestra tienda en un campamento lleno de seguidores de la prueba, cerca de un bar con una terraza que ofrecía una panorámica de postal pirenaica. Allí nos indicaron que sólo se tardaban 20 minutos para bajar hasta La Mongie campo a través siguiendo el telesilla. 

Con el plan montado, nos propusimos cenar algo para salir con energías. Primer contratiempo: los troncos que llevábamos estaban más verdes que mi compañero Juanfran en el gimnasio y no había manera de que prendieran. Por suerte, unos franceses compasivos nos ofrecieron su brasa para cocinar

Con la barriga llena nos pusimos camino a La Mongie. Esos 20 minutos fueron una hora tropezando con piedras y riachuelos. Una vez en la estación de esquí, buscamos un bar donde calentar motores y reanimarnos. Todos los establecimientos estaban cerrando a eso de las diez y media de la noche. Hechos caldo, nos dispusimos volver a nuestro campamento en la cima para atacar la nevera. 300 metros de desnivel eran el principal obstáculo. 

Subimos por los prados entre vacas dormidas y otras que nos observaban sorprendidas. Los gemelos se nos agarrotaban y los cuádriceps nos iban a explotar. En un escenario igual de dramático más de 100 años atrás, se ideó la primera edición de los Pirineos en el Tour. 

Fue en 1910, cuando el periodista del diario L’Auto Alphonse Steinès propuso a su director Desgrange, organizador del Tour, cruzar los Pirineos. El Patrón se opuso pero tras un tira y afloja decidió incluir los Pirineos en el recorrido si Steinès era capaz de recorrerlos (Peyresourde, Aspin, Tourmalet, Soulor y Aubisque) en coche.

Era primavera y la nieve seguía en las montañas del sur de Francia. Los vecinos de Sainte-Marie-de-Campan desaconsejaron a Steinès cruzar el Tourmalet en coche. Era imposible, pero igualmente lo probó. Llegó a un punto que el chófer no pudo avanzar y el periodista se apeó del vehículo y siguió su ascensión a pata.

Un pastor lo guió hasta la cima a cambio de 20 francos. Sobre los 2.115 metros de altitud le ofreció 20 más para bajar hasta Barèges. La vertiente estaba a oscuras y el ganadero se negó. Demasiado arriesgado. Steinès, con valor de gregario, descendió a ciegas entre barrancos y rocas afiladas. Lo encontraron por la mañana tiritando de frío y lo primero que hizo al llegar a Barèges fue enviar un telegrama urgente a París: «Cruzado el tourmalet stop ruta buen estado stop ningún problema para ciclistas stop saludos Steinès». 

Con un apremio semejante al del periodista galo, Javi y yo alcanzamos la cima. Para nuestro asombro en el bar que coronaba la montaña y nos habían indicado el camino a La Mongie se celebraba una fiesta, muy bucólica, eso sí. Ahí, entre acordeones y canciones occitanas, por fin nos tomamos la primera cerveza. 

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