Así es la vida que nos espera

Expertos, sindicalistas, empresarios y diputados tarraconenses explican los cambios que se avecinan a todos los niveles: sanitario, social, económico, político, asistencial, de valores...

26 abril 2020 08:00 | Actualizado a 26 abril 2020 08:44
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¿Habrá un antes y un después del coronavirus? ¿O nuestra memoria es tan frágil que nos olvidaremos de lo que estamos viviendo? En nuestro corazón permanecerán aquellos que han caído víctimas del Covid-19. A diferencia de la crisis económica de 2008, de la que muchos salieron indemnes al mantener sus empleos, en esta pandemia no hay prácticamente nadie que no haya sufrido directamente o indirectamente los estragos del virus. La primera y durísima losa que tendremos que soportar será una crisis económica y social. Las previsiones son escalofriantes. Pero las consecuencias van mucho más allá. Y afectan a todos los ámbitos.

¿Perderemos privacidad en favor de un mayor control sanitario? ¿Quién usará los datos que se extraigan de esas apps sanitarias? ¿El modelo de residencias cambiará tras la gravísima mortalidad que han sufrido como consecuencia del abandono en que las han sumido las autoridades? ¿El teletrabajo, ahora tan en boga, es solo coyuntural o algo definitivo? ¿Cambiarán nuestras relaciones sociales? ¿Y nuestros valores? ¿Volveremos a necesitar la producción foránea de productos sanitarios o podremos autoabastecernos? ¿El Procés ha quedado olvidado? ¿Y la Unión Europea? ¿Qué papel va a jugar? ¿Corre peligro la libertad de expresión? ¿Haremos pagar a los políticos su indecente comportamiento?

El Diari ha consultado a media docena de expertos, a dos sindicatos, dos patronales y seis políticos para intentar responder a estas cuestiones. El objetivo es intentar desentrañar que nos espera.

1. Menos privacidad en pro de más control sanitario

Más control sanitario y menos privacidad? ¿Defensa a ultranza de la protección de datos a costa de poner en un supuesto peligro a los que te rodean? Es el dilema que nos encontraremos en cuanto salgamos del confinamiento. 

Países afectados por el coronavirus han comenzado a expedir entre la población ‘certificados de inmunidad’. Estos documentos, que se materializan en aplicaciones de móvil o pulseras con códigos de barras, pretenden confirmar que una persona ya ha pasado la enfermedad y está inmunizada, de manera que puede reincorporarse a la vida normal. 

La medida, que en España querían impulsar Catalunya y Castilla y León, requeriría la realización masiva de pruebas y cuenta, además, con las objeciones éticas de los expertos, que piensan que podría alumbrar la existencia de una ciudadanía de primera (los inmunizados) y otra de segunda (los contagiados). Éstos podrían tener dificultades en su trabajo o a la hora de contratar un seguro de vida. Las personas sin dicho pasaporte podrían convertirse en los nuevos ‘apestados’ del siglo XXI. La OMS rechazó ayer establecer esos ‘certificados de inmunidad’.

Carlos Cosials, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales y director del Máster en Big Data de la UIC Barcelona, asegura al Diari que «técnicamente no hay otra forma de saber lo que queremos saber en el momento que lo queremos saber, es decir, ya, instantáneamente, que tener cuántos más datos mejor de cada persona y de cuanta más población. No hay otra solución». 

Cosials alude al Big Data, una especie de Gran Hermano que lo puede saber (casi) todo de nosotros. Por ejemplo, en Corea del Sur cada ciudadano recibe sms en su móvil si una persona contagiada ha estado cerca de él. Incluso se precisa si la persona en cuestión llevaba mascarilla. Se alerta así de que el destinatario del mensaje ha estado en contacto con un persona positiva en Covid-19. Ese enorme mapa personal de situación ha permitido que Corea del Sur sea uno de los países que mejor ha controlado la pandemia. ¿A costa de perder libertad? Para los habitantes del país asiático, no. La ciudadanía ha aceptado sin problemas ese macrocontrol.

Cosials explica que hay tres visiones sobre el uso del Big Data: la oriental (se acepta porque el Estado está por encima del individuo), la estadounidense (en la que las empresas explotan el datos) y la europea, que defiende la privacidad. De ahí que las «apps sanitarias tengan que ser muy cuidadosas a la hora de extraer datos», advierte Cosials. La pregunta clave es «¿quién aglutinará y cómo toda esa información?» Para Cosials, tendría que encargarse una organización supraestatal. 

En todo caso, la privacidad podría correr peligro. Así lo piensa el abogado especialista en derecho digital Carlos Sánchez Almeida: «El Big Data permite cruzar muchísimos datos y elaborar perfiles, algo que nos despojaría de toda libertad. Los datos son el petróleo del siglo XXI. Hay muchos intereses en juego».

2. Replantear la atención en las residencias tras dejarlas abandonadas

Más de 15.000 ancianos han fallecido en residencias de la tercera edad en todo el Estado (2.711 en Catalunya, 90 de ellos en la demarcación de Tarragona, a fecha del viernes). Eran lugares de asistencia, no de atención médica y no han podido asumir la avalancha de contagios que han padecido. A la falta de equipos de protección se ha sumado la no realización de tests. Hasta ahora.

La situación ha sido similar en otros países europeos. Por citar un solo ejemplo, el director general adjunto de la OMS, Rainieri Guerra, calificó de «masacre» lo sucedido en Italia. 

El president de la Generalitat, Quim Torra, admitió el jueves que las residencias de gent gran en Catalunya «no estaban preparadas para una catástrofe como la que venía» y advirtió: «No podemos reconstruir las residencias que teníamos antes, lo hemos de hacer muy diferente». 

En declaraciones a ‘El Punt Avui’, Torra dijo que entre los motivos por los que la siniestralidad en las residencias ha sido tan elevada destaca que no estaban medicalizadas. «De la misma manera que en el sistema sanitario había músculo, una preparación, potencia y capacidad para hacer frente a la ola, nos hemos dado cuenta de que las residencias no estaban preparadas, como tampoco estaban preparadas en Inglaterra, por ejemplo», señaló. 

Esto, a su juicio, «merece una reflexión muy profunda en Catalunya pero creo que en todo el mundo» porque «no puede ser de ninguna de las maneras que el sistema sociosanitario continúe así». ¿Qué cambios habrá?

La presidenta de la Associació Catalana de Recursos Assistencials (ACRA), la tarraconense Cinta Pascual, asegura que «nada será igual. Habrá un antes y un después del Covid-19. Ya hace tiempo que pedimos al Departament de Salut que nos tenga más en cuenta. Somos servicios de atención a la persona y queremos mantener la calidez no hospitalaria del sistema, pero el 93% de personas a las que atendemos son enfermos crónicos. Salut no puede mirar a otro lado».

Sigue Pascual: «El nuevo plan de la Generalitat pasa por la coordinación de las residencias con atención primaria. Es importante que el cambio de competencias (de Serveis Socials a Salut) suponga una oportunidad para los mayores de tener residencias con más servicios sanitarios. Debería haber el máximo de atención domiciliaria. Con este nuevo modelo las residencias no hubiéramos estado tan solas durante la crisis».

3. El ‘nuevo’ teletrabajo ha llegado para quedarse

El teletrabajo ha pasado de ser una utopía para la inmensa mayoría de los trabajadores españoles (siete de cada diez querría poder practicarlo) a ser una realidad obligada para varios millones de personas que han conseguido de esta forma mantener su empleo a flote... desde sus casas. Una situación ‘puntual’ que se va  a convertir en permanente.

Para la secretaria general de CCOO en Tarragona, Mercè Puig, «el teletrabajo ha venido para quedarse en gran parte. La parte positiva es que habrá una mayor posibilidad de conciliación de la vida laboral y familiar. La parte negativa son las horas que al final dedicas. Por norma son más de las que haces en tu puesto de trabajo presencial y no hay desconexión del trabajo».

Sigue Puig: «Otra cosa es que no todas las casas están preparadas para hacer teletrabajo. No hay  un espacio adecuado, y muchas veces ni un equipo para poder trabajar bien. Se debería hacer una formación específica en aspectos como la gestión del tiempo, estudios psicosociales y ergonómicos e implantar la desconexión digital para los trabajadores al finalizar la jornada».

Su homólogo de UGT, Joan Llort, considera que «el teletrabajo ya estaba, pero no era visible. Ha sido con esta crisis que se ha hecho visible y ha venido para quedarse. Se tiene que regular el teletrabajo y disponer de sistemas de control informático para no excederse de la jornada laboral».

Ambos dirigentes sindicales coinciden en lo mismo: el exceso de horas en casa. ¿Quién no está conectado casi permanentemente estos días y sobre todo muchas más horas que en la oficina? Ahora es normal por la crisis del coronavirus, pero ¿qué pasará cuando la situación se normalice?

La abogada laboralista especialista en teletrabajo Eva Pous Raventós recuerda, por un lado, que el teletrabajo ya está regulado en el Estatuto de los Trabajadores, que establece que los teletrabajadores tienen los mismos derechos que los presenciales. Y, por otro lado, que el artículo 88.1 de la nueva Ley de Protección de Datos determina que «los trabajadores y los empleados públicos tendrán derecho a la desconexión digital a fin de garantizar, fuera del tiempo de trabajo legal o convencionalmente establecido, el respeto de su tiempo de descanso, permisos y vacaciones, así como de su intimidad personal y familiar»

Pous, que es coautora del libro ‘Teletrabajo. Vivir y trabajar mejor’ (Editorial Profit), alerta del aislamiento social que puede generar en el trabajador el perder el contacto con sus compañeros. 

El director del departamento de Noves Tecnologies i Innovació de Pimec (la patronal de la pequeña y mediana empresa), Andreu Bru, asegura que «con el teletrabajo ganaremos todos, aunque requiera un tiempo de maduración y aprendizaje. Se evitan desplazamiento y se concilia mejor. La empresa tiene que poner los medios para el teletrabajo. Hay que establecer un control, pero el mejor control es trabajar por objetivos. En todas las empresas se sabe  quién rinde en su trabajo. Es una cuestión de confianza». 

4. Crecerá (todavía más) la desafección hacia los políticos

El ciudadano asiste al espectáculo de un Gobierno que comete error tras error de imprevisión, improvisación y de organización al repartir, por ejemplo, mascarillas defectuosas al personal sanitario. Pero también al show de una oposición que se aprovecha del caos, el dolor y los fallecidos para socavar la credibilidad del Ejecutivo. Los españoles ya están acostumbrados a que la clase política sea un problema y no una solución, como señalan las encuestas del CIS. ¿Pero crecerá el desencanto con los gobernantes? ¿Quién pagará políticamente la factura?

El profesor colaborador de los estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC Ernesto Pascual explica que «a diferencia de otros países, la pandemia no ha generado una unidad en la clase política española. Todo lo contrario. Se ha producido una mayor polarización. El único movimiento en favor de unos pactos es el que se ha producido en el Ayuntamiento de Madrid». Pascual alude a que la portavoz de Mas Madrid (una escisión de Podemos), Rita Maestre, brindó su apoyo al alcalde, José Luis Almeida, del PP. Por contra, PSOE-Podemos, por un lado, y el PP, por otro, se han tirado los platos a la cabeza a nivel estatal.

El de Madrid no es el único ejemplo de que los políticos pueden ir más allá del mero partidismo. El presidente de la Generalitat valenciana, Ximo Puig, reconoció que su Gobierno no fue consciente del alcance de la pandemia, y ofreció a la oposición «un gran acuerdo valenciano» para superar la crisis sanitaria, económica y social. PP y Ciudadanos lo aceptaron. Incluso Vox. Su portavoz en las Cortes valencianas, José María Llanos, le dijo al socialista Puig: «Tiene toda nuestra lealtad. Sabemos que su voluntad es hacerlo bien». Por contra el líder estatal de Vox, Santiago Abascal, nisiquiera coge el teléfono al presidente Pedro Sánchez. 

«La actitud de Almeida y Maestre debería ser un referente. En tiempos de crisis, la gente necesita confianza, que se construye cuando se ve que todos los que tienen poder o influencia reman en la misma dirección. En la mayoría de países, ha crecido el apoyo al Gobierno. Aquí no. La situación puede pasar factura a todos los partidos. Al Gobierno por su gestión y a la oposición por no mostrar unidad. Y a los gobiernos de las autonomías por no haber previsto la situación o restarle importancia, como en el caso de Catalunya, donde en un principio se comparó el coronavirus con la gripe», detalla el experto.

Pascual no augura elecciones anticipadas: «Si se necesita mucho tiempo para recuperarse no hay incentivo para cambiar de gobierno. Además Podemos está cumpliendo algunas de sus promesas, como la renta mínima, y para ellos es mejor estar en el gobierno, que arriesgarse a perder el poder en unas elecciones».

5. La tregua del Procés es solo temporal

Parece que sucedió en otro siglo, pero hace tan solo cinco meses, las calles de Catalunya ardían, y hace dos se reunieron en la Moncloa el Gobierno y el Govern, en la primera ‘mesa de diálogo’. Ahora el Procés está aparcado. ¿Volverá? ¿Se reanudarán las conversaciones a alto nivel? Esta es la opinión de los seis partidos con representación por Tarragona en el Congreso o el Parlament. No se incluye a Vox porque no cuenta con ningún diputado tarraconense ni en Madrid ni en Barcelona. 

Jordi Salvador (ERC): «Vivimos una tregua con fecha de caducidad y se llama mesa de diálogo. Si la política no resuelve los problemas, la confrontación volverá a las calles tanto por los derechos sociales como los derechos nacionales. No. ERC lleva sus objetivos en sus históricas siglas y no renunciará nunca, porque pensamos que aportan las soluciones».

Joan Ruiz (PSC): «No se dice adiós a la mesa de diálogo. Pero  ahora todas las energías del Gobierno, de las comunidades autónomas y de Ayuntamientos tenemos que dedicarlas a vencer el virus. Los ciudadanos no nos perdonarían que nos dedicáramos a otras cosas. Una vez controlada la epidemia, nos tendremos que dedicar prioritariamente a la reconstrucción social y económica».

Ferran Bel (Junts per Cat): «El Procés, entendido como que Catalunya pueda decidir libremente su futuro, no quedará olvidado. Ahora la prioridad es superar la crisis sanitaria, y después la económica y social. Pero estos objetivos pueden ser y deben ser compatibles, a medio plazo, con el debate sobre el futuro de Catalunya. La mesa de diálogo se debería retomar de forma inmediata cuando finalice la crisis sanitaria. Es necesaria para reforzar la credibilidad institucional».

Ismael Cortés (Unidas Podemos): «La crisis del coronavirus no ha cambiado unos ejes por otros. Lo que ha hecho es agravar crisis existentes y dejarlas a la vista con más fuerza que nunca. Más allá del Procés y de algunas posiciones lamentables por parte de miembros del Govern, lo cierto es que esta crisis también tiene una dimensión territorial. Cuando llegue la crisis económica, federalizar y descentralizar hacia territorios y ayuntamientos no será opción, será una necesidad».

Lorena Roldán (Ciudadanos): «Lamento la prisa con la que Torra ha pedido retomar esa mesa a la que ellos llaman de diálogo pero que solo divide a los catalanes aún más. Ahora necesitamos unidad. Tenemos urgencias mucho más importantes. Debemos salvar vidas y ayudar a los más castigados por el Covid-19».

Alejandro Fernández (PP): «Mientras dure la crisis sanitaria el ‘proceso’ queda aparcado. Pero cuando la crisis económica empiece a notarse volverán a la carga con el ‘España nos roba’. Creo que recuperarán la mesa de diálogo cuando la situación sanitaria mejore, pero su agenda ha quedado desfasada».
 

6. La Unión Europea se juega su razón de ser

«En tiempos de crisis, la gente busca gobiernos con soluciones sencillas y hombres fuertes. Esto ya lo vimos en la primera mitad del siglo XX. Que esa amenaza se concrete dependerá en Europa de si se ve la solidaridad como tal («yo soy solidario con los países del sur de Europa que están sufriendo la pandemia porque en el fondo me reportan beneficios») o como una especie de caridad.

Esta segunda opción podría hacer germinar un nacionalismo más fuerte, como ocurrió en Alemania tras la I Guerra Mundial o en Grecia antes de ser intervenida». Es el análisis del profesor colaborador de los estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC Ernesto Pascual sobre si la Unión Europea corre peligro como tal si no responde con eficacia a la crisis producida por el coronavirus.

El filósofo italiano Massimo Cacciari es más contundente. Si la Unión Europea fracasa ahora «sería el último, no habrá otro fracaso. Después del fracaso de la política de integración social y fiscal, de la crisis de 2008, de la de Grecia, el tema de la inmigración. Basta. Cerrado. No habrá un nuevo examen de reparación, recordémoslo. Será el final. Espero que los países más fuertes, como Alemania, lo entiendan, pues el final de Europa es también el fin de cualquier fuerza de Alemania. Espero que Alemania aprenda de los errores y entienda que si fracasa la Unión Europea talará el árbol sobre el que se asienta».

En la cumbre del pasado jueves, la UE puso la primera piedra para una reconstrucción económica común tras la pandemia de coronavirus, que no deje solo a ningún país, pero la falta de detalles en el plan pactado genera dudas sobre la envergadura de una recuperación que debe comenzar con urgencia. 

En una breve reunión por videoconferencia, los líderes comunitarios pactaron crear un fondo de recuperación ligado al presupuesto comunitario para costear las medidas billonarias necesarias para sacar a la economía de la recesión que se avecina este año, pero dejaron en manos de la Comisión Europea el diseño de ambas propuestas sin pactar su volumen o funcionamiento. 

Para el catedrático emérito de la URV y responsable de la Cátedra Unesco de Diálogo Intercultural Enric Olivé, «todos los estados y organizaciones han quedado descolocados ante la pandemia. Ahora hay que mirar hacia adelante. Esto implica más unidad o más divergencia, más solidaridad o menos, más humanidad o menos, más Unión Europea o menos. Cada uno, en función de lo que ya pensaba antes, utiliza la pandemia para decir que la Unión Europea no sirve para nada o para defender su fortalecimiento».

Según Olivé, «la pandemia ha demostrado que tiene que haber más Unión Europea, una UE que defienda a sus ciudadanos delante de una pandemia como esta».

7. La libertad de expresión puede correr peligro si se persiguen los bulos

La enésima polémica política en surgir ha sido la del control de las redes sociales por el Gobierno de coalición PSOE-Podemos. El jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, el general José Manuel de Santiago, ordenó investigar las noticias falsas y bulos «susceptibles de provocar estrés social y desafección a instituciones del Gobierno». El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, precisó que «no hay censura, trabajamos para proteger a la sociedad y en situaciones complejas como esta». Pero los partidos de la oposición consideran que en realidad es un ataque a la libertad de expresión. 

¿Qué opinan los expertos? ¿Corre realmente la libertad de expresión? Marta Montagut, profesora agregada de los estudios de Comunicación de la URV, sostiene que «la desinformación ha existido siempre y forma parte del juego político, pero ahora se ha magnificado gracias a las redes sociales. Pero hay un contrapoder para luchar contra las fake news: los periodistas. Si los periodistas aplicasen su código deontológico, no haría falta perseguir penalmente una fake new si no ha generado un daño claro a una persona o a la sociedad. El problema es que ha habido un desprestigio continuo de la profesión periodística».

Continúa Montagut: «No es tanto cuestión de perseguir penalmente unas determinadas prácticas sino de generar una opinión pública sana a través de un buen ejercicio del periodismo. Pero la crisis ha provocado que muchos medios de comunicación dependan de grandes empresas y de la publicidad institucional por lo que no pueden publicar todo lo que deberían. Eso ha hecho perder puntos al periodismo. Hay que fortalecer la profesión, no perseguir judicialmente determinadas expresiones. Pero soy pesimista: es más fácil una respuesta judicial o militarizada que ponga en peligro las libertades fundamentales. La cuestión es ¿quién decidirá lo qué es verdad o mentira?».

Montagut apuesta por «enseñar a la gente a lidiar con la información que le llega a través de las redes». La profesora participa en el proyecto ‘Que no te la cuelen’, que explica a los estudiantes de Secundaria cómo enfrentarse a las redes. La iniciativa está liderada por Nereda Carrillo.

El catedrático emérito de la URV y responsable de la Cátedra Unesco de Diálogo Intercultural Enric Olivé advierte que «la libertad de expresión es un derecho que por si mismo no puede tener límites de ninguna naturaleza. Si alguien quiere ponerle un límite, aunque sea para una supuesta defensa de la comunidad, atenta contra la propia libertad de expresión y lo hace por un principio autoritario o inconfesable».
Olivé: «Cualquiera puede lanzar una fake new. Y la sociedad decir que es mentira. Pero no se puede perseguir porque forma parte de la libertad de expresión. Es muy peligroso. Se puede caer en un estado autoritario y fascista».

8. Adiós a los abrazos y los besos
Caminar estos días por las calles es desolador. No solo porque estén vacías sino porque casi todas las personas con las que se cruza uno llevan mascarilla y guantes. Los que hacen cola en el súper o una oficina están separados. Nada de acercarse y charlar. Parece una pesadilla, que durará meses. La calidez que marcaba nuestras relaciones es ya historia. Tendremos que acostumbrarnos al reencuentro con los amigos/as y compañeros/as sin un apretón de manos y dos besos en las mejillas.

«Nuestra cultura latina es del contacto, la cercanía... Las relaciones son muy próximas y no guardan la distancia de seguridad. Ahora sufrimos una sensación de inseguridad personal. Se transmite el mensaje de que acercarse al otro supone un riesgo», explica el psicólogo tarraconense  Luis Heredia, miembro de la junta rectora del Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya.

Heredia advierte que «a nivel comunicativo la cercanía es muy importante. Ayuda a estrechar los lazos y la confianza. El contacto físico desencadena los neurotransmisores del cerebro, libera sustancias como la oxitocina. Se genera sentimiento de filiación».

«Si estamos acostumbrados a todo eso y de repente nos lo quitan, nos falta el refuerzo social. Y se genera un clima de desconfianza hacia el otro. No sabemos dónde ha estado, qué ha hecho, si se protege o no en casa. La relación social se restringe al ámbito familiar. Seleccionaremos mucho más los sujetos con los que tendremos esa conducta de cercanía».

El psicólogo alerta también de que se acabe produciendo «una aversión al otro, que se piense que hay personas ‘peligrosas’. Que surja una especie de racismo sanitario, reforzado por el discurso institucional, algo que no ocurre con otros casos de segregación. Es algo que se discute con el carnet de inmunidad, que puede generar un clasismo sanitario».

«Si yo tengo fama entre mis conocidos de interactuar, de abrazar, seré automáticamente más sospechoso que otros», lamenta.

¿Este distanciamiento social será ya permanente? Heredia responde que «depende de cómo evolucione el virus. Si se vuelve a la normalidad, recuperaremos las costumbres, pero si a finales de año hay un rebrote de casos, se cronificará».

9. Una época de mayor solidaridad... o de olvido

Desde donaciones de todo tipo  a insultos o amenazas a sanitarios o trabajadores de supermercado por el temor al contagio. El confinamiento ha despertado lo mejor y lo peor de cada uno. Nos ha obligado a convivir más tiempo con la familia. Ha rebrotado la religiosidad. La cuestión es si cambiaremos nuestros valores u olvidaremos rápidamente los días de encierro.

El doctor en Filosofía y profesor de la UOC Miquel Seguró considera que «vivimos en un contexto muy acelerado que ahora se ha ralentizado. Veremos si volvemos a los ritmos acelerados. No sabemos por donde irán las cosas, pero creo que no cambiarán mucho. Tras la crisis sanitaria, viene una crisis socioeconómica que implicará que toda la atención e intención estén focalizadas en intentar superar la crisis a nivel personal, familiar y comunitario».

Seguró explica que la solidaridad, la empatía, la capacidad de reconocer al otro.... «ya estaban, están y estarán, pero no tengo claro si han surgido para quedarse. Más que nada porque la situación es extraordinaria y, por tanto, alguien las puede interpretar como medidas extraordinarias. Cuando volvamos a la ordinariedad habrá que ver si podemos destinar energías emocionales y relacionales a estos valores que tanto nos gustan y necesitamos. Soy escéptico. Temo que esas cuestiones queden en segundo término».

«La cuestión va más allá: ¿cómo resolveremos esta crisis socioeconómica? Si nos ayuda a enfatizar la confianza, la comprensión, la mutua dependencia... y no solo la competitividad y el beneficio, tendrá una incidencia positiva en los valores sociales. Me gustaría que surgiese una mayor conciencia de la necesidad mutua de convivir, que seamos conscientes de que para estar mejor en el mundo es fundamental portarte bien con los otros», concluye el filósofo. 

10. Retorno a la industria y mercados de proximidad

¿Cómo ha sido posible que un elemento tan básico como una mascarilla se haya tenido que comprar en masa en China, con la consiguiente competencia brutal y los precios disparados? La respuesta es que muchos países han dejado que el gigante asiático se convierta en la fábrica del mundo. Si algo no es productivo, no interesa aquí. Se hace en China. 

La consecuencia ha sido el desabastecimiento. De ahí que ahora se busque la reindustralización, al menos en ciertos sectores, y se mire más a los mercados de proximidad y al comercio local. De hecho hay un movimiento en las redes sociales para apoyar a las tiendas de barrio frente a las grandes superficientes cuando se vuelva la normalidad.

El analista político Antonio Papell señala que «el cambio consiste en una urgente renacionalización estratégica, después de ver cómo Occidente no disponía del más elemental y rudimentario material sanitario para hacer frente a una pandemia. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, ha dicho que esta crisis nos ha enseñado que el acceso a ciertos bienes, la disponibilidad de ciertos productos y de determinados materiales, el carácter estratégico de algunos procesos productivos, imponen tener una soberanía europea. Hay que producir más en suelo nacional para reducir nuestra dependencia exterior y así equiparnos a largo plazo. No se trata de regresar a un trasnochado nacionalismo sino de diversificar por prudencia nuestros mercados exteriores y nuestras fuentes de abastecimiento». 

Para el filósofo y lingüista Noam Chomsky, residente en Tucson (Arizona, Estados Unidos): «No hay nada malo en la globalización. Está bien ir de viaje a España, por ejemplo. La pregunta es qué forma de globalización. La que se ha desarrollado ha sido bajo el neoliberalismo. Es la que han diseñado. Ha enriquecido a los más ricos y existe un enorme poder en manos de corporaciones y monopolios. También ha llevado a una forma muy frágil de economía, basada en un modelo de negocio de la eficiencia, haciendo las cosas al menor coste posible. Ese razonamiento te lleva a que los hospitales no tengan ciertas cosas porque no son eficientes».

El director del CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs), Pol Morillas, sostiene que no es realista dar marcha atrás en la globalización porque sería revertir décadas de dinámicas globales de producción y porque autoabastecerse no está ya en manos de prácticamente ningún país, «salvo quizá China o EEUU». 
Eso no significa, añade Morillas, que la carencia de materiales, como consecuencia de esta crisis, no repercuta en cierta «renacionalización» de bienes para tener autoabastecimiento suficiente a nivel local. «Pero eso no supone una alteración del sistema en su conjunto», advierte. 

En la misma línea, el profesor colaborador de los estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC, Ernesto Pascual, defiende que «la vuelta al proteccionismo financieramente hablando no es posible cuando el capital está tan globalizado y diversificado y los estados y las corporaciones tienen intereses en todo el mundo».

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