Cannes: Una vuelta al género

El Festival recupera el pulso de los primeros días en relación al cine de género y la sátira con ‘Roubaix, une lumière’ y ‘Parasite’

24 mayo 2019 05:42 | Actualizado a 24 mayo 2019 12:56
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La primera vez que la puerta de la lujosa casa donde viven los Park se abre, lo hace como si se descubriese un tesoro. No es para menos, el chico que entra en la mansión, habita en un pequeño apartamento en el subsuelo junto a sus padres y hermana. Él conseguirá que el resto de la familia también ingrese, por turno, en la casa de diseño de los Park, donde cada uno ocupará un puesto de trabajo. Parasite, la última película del coreano Bong Joon-ho, versa en torno a estos dos núcleos familiares y sus respectivos universos, sobre los desamparados y los privilegiados, y sobre todo en torno a los espacios que cada clase social habita. 

Parasite se instala, a lo largo de buena parte de su metraje, en la casa de grandes ventanales donde los Park disfrutan de las comodidades que da el dinero y donde los Ki-taek trabajan para poder sobrevivir.

El escenario dibuja la alegoría social que propone el director, de una manera similar a Nosotros, el film de terror de Jordan Peele que refleja dos mundos: el del subsuelo y el de la superficie, el de unos ciudadanos de primera y otros de segunda. 

En Parasite, un smartphone se convierte en una suerte de arma con la que un personaje amenaza a otro y el inglés se cuela en los diálogos en coreano como una señal de globalización. La propuesta de Bong no solo atiza al capitalismo denunciando el determinismo de la estratificación de clases, sino también los tiempos modernos, los de la obsesión por palabras como «excelencia» y los de las nuevas tecnologías. 

Si el Festival comenzó con sendas sátiras como Bacurau y The Dead Don’t Die, ahora comienza a despedirse con el mismo tono, el del humor negro de un cineasta con marcado carácter político. De todas ellas, Parasite es la mejor. 

Lejos de la contundencia irónica de Bong Joon-ho, Arnaud Desplechin presentó en Sección Oficial Roubaix, une lumière, en la que ahonda sobre dos de sus temas predilectos: el retrato de su Roubaix natal y la deconstrucción del relato fílmico. 

Desplechin se adentra en el género policíaco para relatar, a la manera de The Wire, los bajos fondos de su ciudad. El tono, sin embargo, no es precisamente realista, pues Desplechin se cuida de imprimir a toda la película un halo de ficción, de cuento. Lo hace desde el inicio, cuando las luces navideñas, la noche, la niebla y un vidrio empañado sugieren un estadio propio de lo onírico; y prosigue cuando una música de tintes hitchcockianos se instala de fondo en la película, para casi no cesar en ningún momento del metraje. 

«Un smartphone se convierte en una suerte de arma con la que un personaje amenaza a otro»

Roubaix, une lumière no dista tanto de otras películas de Desplechin, que giran en torno a la representación de la reconstrucción, ya sea del recuerdo, del pasado o de la ficción. En Roubaix, une lumière, se trata de un incendio y de un asesinato, unos hechos que van tomando forma a través de un interrogatorio sirve para ir tanteando el relato, que se irá definiendo y acomodando. 

Aquí todos los crímenes son verdad, se lee al principio de una película, que transita por el relato policíaco y sórdido propio de Anne Perry (quien, con otro nombre, cometió el crimen que daría pie a Criaturas celestiales, antes de estrenarse como novelista con Los crímenes de Oxford Street), por el retrato geográfico de su ciudad y, finalmente, por la reflexión sobre las propias maneras de construcción de lo cinematográfico.

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