Cannes se debate entre las figuras y el fondo

Buenas perspectivas. Mati Diop presenta en Sección Oficial su prometedor debut, ‘Atlantique’,  un film donde el mar es una constante

17 mayo 2019 07:21 | Actualizado a 17 mayo 2019 07:23
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Pasan los años, y sigue sin haber una herramienta tan eficaz a la hora de dibujar el amor en el cine como el plano contraplano. En Atlantique, Souleiman y Ada se observan, separados por la vía de un tren. La mirada se ve intercalada por los vagones, pero la emoción no entiende de distancias. Ni siquiera, cuando Souleiman se va sin avisar, en un viaje en barco a través del océano, con la intención de llegar a España. 

En Atlantique, el mar es una constante: bajo el sol, brilla como el papel de plata; a la noche se torna gris oscuro; y por momentos resulta tan blanco que el oleaje se funde con el cielo. El horizonte desaparece. Ahí es donde debió dirigirse Souleiman, a quien Ada espera, aunque esté prometida con otro. 

Atlantique resulta un debut prometedor, por parte de una cineasta, Mati Diop, que en esta ficción presentada en la Sección Oficial de Cannes se deja llevar en exceso por esa máxima del cine narrativo según la cual nada está ahí porque sí. Atlantique da vueltas alrededor de un conflicto que no es más que una excusa, como sucedería en una película de Asghar Farhadi. Sin embargo, cuando la película se desabrocha el cinturón de lo narrativo encuentra el lirismo: el de los edificios de Dakar de noche, el de los cuerpos sonámbulos a la manera de Jacques Tourneur en Yo anduve con un zombie y el de ese horizonte diluido que late como una constante.
En Atlantique, los cuerpos no terminan de inscribirse en el espacio, sino que Diop los alterna: cuerpo o paisaje, cada uno a su turno, sin que terminen compartiendo espacio. 

La cuestión del paisaje parece recurrente en un Festival donde también se ha podido ver A White White Day, del islandés Hlynur Palmasson, en la que el duelo de un hombre por la muerte de su esposa se refleja en el paisaje agreste. Lástima que esto ya lo hayamos visto en otra película, dirigida por Alexander Payne, y en la que el cielo y el mar gris se mimetizaba con el pelo canoso de George Clooney. Se titulaba Los descendientes. 

Hasta hace apenas unos días, la Hayward Gallery de Londres expuso la obra de Kader Attia, artista de origen argelino y criado en la banlieue parisina. Attia tiene una instalación titulada La tour Robsespierre, un vídeo que consiste en un movimiento de cámara vertical, que asciende a lo largo de la alta fachada de una de las muchas construcciones que se desarrollaron en las afueras de las grandes ciudades. Cuando la cámara llega al tejado (esto podría ser un spoiler), se descubre cómo detrás de este edificio mastodóntico se esconde un barrio residencial de casas adosadas. La geografía urbana queda retratada: así es el paisaje de la diferencia de clases. 

«La cuestión del paisaje parece recurrente en un Festival donde también se ha podido ver A ‘White White Day’, del islandés Hlynur Palmasson»

Es curioso cómo la crítica humanista se gesta mediante una herramienta deshumanizada: el dron. De hecho, hoy, en Cannes, la cosa también va de drones. Es el caso de Les Misérables de Ladj Li, en la que el adolescente Buzz se sube a los tejados de su barrio periférico, hace volar su dron, graba a las chicas desde las ventanas y, en una ocasión, pilla a una brigada de policías cometiendo una agresión. 

En Les Misérables hay algo de The Wire y su paisaje de casas baratas –incluso, una imagen de uno de los chicos sentado en un sofá en un descampado, como en la serie de HBO–, pero olvida que aquel hito televisivo se asentaba también en los tiempos muertos.
Se abre con un chico de la periferia envuelto en la bandera tricolor, mientras especula con un gol de la estrella postadolescente Mbappé y se dirige a celebrar el triunfo a un lugar tan emblemático como la Torre Eiffel. La tesis ya está expuesta: esta es una película sobre la Francia de la diversidad, también, sobre la Francia encolerizada. La rabia se irá filtrando a medida que tres policías recorran las calles de la banlieue, donde se ha escapado un león y donde la violencia se revela como una condición del día a día. En verdad, no hacía falta el subrayado del principio: Les Misérables resulta más interesante cuando derrocha músculo y acción.

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