De cobrar 2.500 euros al mes en la obra a no tener dinero para comer

19 mayo 2017 16:21 | Actualizado a 24 diciembre 2019 23:11
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Fatima Bouchtat El Aouni (27 años) respira aliviada. En diciembre, por fin, llegó a un acuerdo con el banco, después de más de un año de negociación. Puede quedarse en su piso de Parc Riuclar por un alquiler social de 100 euros. Nada que ver con los más de 600 que abonaba hace diez años por la hipoteca. «Lo hemos pasado muy mal en este tiempo», admite enfundada en su camiseta verde de la PAH.

Su historia es como la de tantas otras familias que vieron cómo la crisis dinamitaba sus planes de vida. «Compramos el piso en 2005 por 160.000 euros. Eran buenos tiempos. Mi marido trabajaba de encofrador y cobraba 2.500 euros. Podíamos tirar adelante con la hipoteca». Todo se torció en 2007. Su esposo, Mohammed, fue una de las víctimas precoces del estallido de la burbuja del ladrillo. Perdió su empleo y y ahí comenzó la odisea de miseria. «Pagamos hasta donde pudimos», cuenta.

Hubo que probar mil soluciones. Pusieron su piso en alquiler y se fueron a vivir al de los padres de Fatima, que luego acabaron emigrando a Bélgica. Ese hogar paterno también estaba en riesgo, ya que su padre había ejercido de avalista. «Era lo que peor me sabía. Mi padre había comprado esa casa con los ahorros de toda su vida y ahora la podía perder», rememora.


De vuelta a Marruecos
Ella y su marido, cuando se vieron sin nada, decidieron regresar a Marruecos. «Fue ese momento en el que ya nos faltaba para comer. Teníamos un hijo y mi marido no encontraba trabajo».

Por entonces, el banco ya les perseguía: «Fue bastante desagradable. Venían a buscarte a casa los del banco y te amenazaban con que nos iban a quitar los dos pisos, el de mi padre y el mío. Recuerdo estar en el hospital, porque mi hijo tenía neumonía y le habían operado, y aún así los del banco llamándonos».

La deuda ascendió a 200.000 euros, mientras en casa los ingresos seguían escaseando debido a la falta de trabajo. Ella limpiaba escaleras, él hacía alguna chapuza puntual, pero todo era insuficiente para pagar cuentas.

Fatima se dirigió a la PAH. Ahí halló una fuerza colectiva clave y la luz al final del túnel. Arrancó una tensa negociación con la entidad financiera que ha acabado, por suerte para ella, liberándola: «Me he quitado un peso de encima. Mi marido ha vuelto a trabajar. Cobra 800 euros, pero como el alquiler es de 100 podemos pagarlo. Lo malo es que aún hay mucha gente que no ha conseguido lo que yo».

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