El día que la India se partió

Pakistán celebra el 70 aniversario de su independencia del Imperio Británico y su partición de la India con llamadas a la unidad nacional, promesas para acabar con el terrorismo y guiños a China

15 agosto 2017 14:58 | Actualizado a 15 agosto 2017 15:05
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Fuegos artificiales, banderas blancas y verdes con la media luna, aviones realizando acrobacias, llamamientos a la unidad y elogios de la amistad chino-paquistaní protagonizaron la festiva jornada en este país musulmán de 200 millones de habitantes.
A la medianoche fuegos artificiales iluminaron los cielos de Islamabad y Lahore (este), mientras las calles se llenaron de paquistaníes haciendo sonar las bocinas de sus vehículos y ondeando banderas.

En el paso fronterizo de Wagah, el único en activo entre Pakistán y la India, el jefe del Ejército paquistaní, Javed Bajwa, izó una enorme bandera de su país en un mástil de 121 metros de altura, entre los cánticos de los espectadores.

Bajwa prometió en la ceremonia «ir tras cada terrorista en Pakistán», después de que el sábado un atentado suicida en la ciudad de Quetta (oeste) acabase con la vida de 15 personas.

Ayer, 31 salvas en Islamabad y 21 en cada una de las cuatro capitales provinciales dieron el inicio oficial a las celebraciones, a lo que siguió una subida de bandera en el Centro de Convenciones de la capital con la presencia de las autoridades del país y el viceprimer ministro chino, Wang Yang, invitado de honor.

Wang Yang afirmó en el discurso inaugural del acto que la amistad entre China y Pakistán «soportará el paso del tiempo y durará por generaciones», entre los aplausos de las autoridades paquistaníes.

«Nuestra amistad es más alta que las montañas, más profunda que los océanos, más fuerte que el acero y más dulce que la miel», dijo el viceprimer ministro, repitiendo el eslogan de la alianza.

‘Nuestra amistad es más fuerte que el acero y más dulce que la miel’, asegura un dirigente chino

Pekín se ha convertido en uno de los principales aliados de Islamabad con la inversión de 55.000 millones de dólares en el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), ruta comercial que conectará la ciudad de Kasghar, en la provincia noroccidental china de Xinjiang, con el puerto paquistaní de Gwadar.

El primer ministro de Pakistán, Shahid Khaqan Abbasi, subrayó la necesidad de la unión nacional en su mensaje a la nación. «Podemos pertenecer a diferentes tribus, fraternidades y etnias; podemos trabajar en diferentes esferas; nuestra visión política puede ser diferente y nuestra visión económica puede tener diferentes perspectivas, pero el interés nacional y la defensa son los objetivos de toda la nación», indicó el político.

Atrás queda una larga historia de sufrimiento porque la partición india no cicatriza, incluso transcurridos ya 70 años, incapaces muchos de olvidar todo lo que dejaron atrás entre matanzas religiosas, al tiempo que se convertían en refugiados en su nuevo país: la India o Pakistán.
«Tengo más de 76 años, me encuentro sano y soy totalmente vegetariano. Estoy feliz (...) Pero hemos sufrido mucho», dice el sij Dalip Singh, un funcionario retirado del banco central de la India, desde su residencia en un barrio en el sur de Nueva Delhi.

Su historia se remonta a agosto de 1947, cuando tras 300 años de presencia en el subcontinente indio, los británicos abandonaban partida en dos ‘la joya de la Corona’: por un lado la India, de mayoría hindú, y por otro Pakistán, nación musulmana que sería dividida a su vez en la parte Oeste y Este, futuro Bangladesh.

Millones de hindúes, sijs y musulmanes que se habían quedado en el lado equivocado durante la partición iniciarían entonces una de las mayores emigraciones de la historia hacia el otro lado de la frontera, un camino marcado por la sangre de cerca de un millón de muertos masacrados por las comunidades mayoritarias de cada región.

«Era muy peligroso, había muchos riesgos. Cada poco veíamos a alguien asesinado aquí y allí. (...) Era difícil incluso conseguir agua porque había un tiroteo constante», rememora Dalip, que viajó desde Pakistán hasta el Punyab indio en el techo de un autobús, habilitado solo para mujeres y niños, en compañía de su hermano.

Otro de los medios de transporte colectivos más comunes eran los trenes, que muchas veces partían entre el barullo de cientos de refugiados y llegaban a su destino en silencio, repletos de cadáveres. En ocasiones, sin embargo, los pasajeros tenían suerte.

«Detuvieron nuestro tren en Pakistán durante dos días (...) Los paquistaníes querían matarnos, pero en la India habían parado otros dos trenes, y les dijeron: ‘Si masacráis uno, nosotros masacraremos dos’. Así que pudimos continuar», narra Hardit Singh, de 80 años y entonces un niño, en un barrio en el sureste de Nueva Delhi.

Hardit trabajó como taxista , al igual que otros muchos de su comunidad. Él y un amigo, Bahadur, reconocen que la vida, «por la gracia de Dios» y tras mucho esfuerzo, les ha ido bien en la nueva India, reconocida ahora por sus altas cifras de crecimiento económico.

Pero no olvidan.

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