El drama de los desahucios persiste en Tarragona

Mustapha ha logrado la dación y salvar a su avalista. Rafael lucha por quitarse una deuda de 200.000 euros. La PAH lleva sus casos. Otros no ven la luz y acaban en desalojos ´invisibles´

19 mayo 2017 16:21 | Actualizado a 24 diciembre 2019 23:11
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Mustapha está de enhorabuena. Es uno de los últimos rostros en Tarragona salvados de la lacra de los desahucios. Ha logrado bonificar la deuda impagada y ha podido sacar al avalista que tenía de la hipoteca. «Ha sido posible gracias al apoyo de todos los compañeros», dice con orgullo la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) de Tarragona.

«El problema sigue igual. Tenemos unas 135 familias afectadas», desgrana Mari Carme Lleyda, del equipo de coordinación. El número no varía desde hace años, más allá de algún aumento puntual. El flujo es constante. Entre ocho y diez personas con problemas para pagar su hipoteca llegan cada semana a la asamblea que se realiza en un aula de la antigua Facultat de Lletres.


Desalojos detenidos
El lugar, un bastión donde mandan el verde de la PAH y sus lemas (se impone el clásico ‘Sí, se puede’) se llena cada jueves de gente en busca de ayuda. «Hay algunos que vienen sólo a informarse, y otros que se acaban quedando», cuenta Mari Carme Lleyda.

El drama de los lanzamientos no ha desaparecido, aunque haya perdido presencia mediática. Desde 2012 la PAH no detiene un desahucio en puerta en Tarragona. Pero los desalojos se siguen parando, esta vez a base de negociaciones persistentes y durísimas con los bancos. En el mejor de los casos se prolongan unos seis meses, pero el tira y afloja con la entidad financiera se puede alargar hasta los dos o tres años.

Lo peor son esos desahucios silenciosos, subterráneos, de aquellos que deciden no dirigirse a la PAH y condenarse a la invisibilidad. «Sabemos que sigue habiendo muchos desalojos que no controlamos y que pasan inadvertidos. Siempre decimos que la PAH hace mucho. Lo vemos en las negociaciones con el banco. Sólo con llevar la camiseta verde, ya nos hacen más caso, es todo más fácil», indica Mari Carme Lleyda.

Las cifras del Consejo General del Poder Judicial muestran que el drama persiste después de la crisis. La recuperación económica, el voluntarismo de los ayuntamientos y las promesas de la banca sólo han mitigado el problema. Eso sí, los desalojos han bajado. En los tres primeros trimestres del año pasado (los últimos datos disponibles) hubo 1.253, por los 1.531 del mismo periodo de 2015. Es un descenso del 18%.

Otra comparativa: en el tercer trimestre de 2016 hubo 290 desalojos (una media de unos tres diarios), mientras que en el mismo periodo del año anterior se registraron 407, más de cuatro lanzamientos cada día.

Si bien labores como las de la PAH han detenido el número de gente que se queda sin casa, los problemas de impagos de hipoteca siguen siendo graves y lastrando a muchas familias. «Ahora nos topamos con una realidad nueva, la de la gente que, a pesar de tener un empleo, es tan precario que no puede pagar la hipoteca. Antes era algo asociado al paro», cuenta Mari Carme Lleyda.


Una hipoteca de 1.000 euros
De hecho, las ejecuciones hipotecarias, ese paso que se sucede cuando se deja de pagar, sí aumentan. Hubo 595 en el tercer trimestre, más de seis al día. Un año antes la cifra fue de 441. Buena parte de esos datos corresponden a primeras viviendas de familias.

Quien hace tiempo que dejó de pagar fue Rafael Pérez. Ahora su objetivo fundamental es deshacerse de los 200.000 euros de deuda que le quedan de hipoteca por su piso en Salou. «Lo compré en la cresta de la ola, en 2006. Era autónomo y me iban bien las cosas. Pude pagar hasta el 70% del precio, pero ahora quiero darlo, aunque me quede sin él, pero deseo estar sin deudas», asume.

Por entonces el hogar era solvente. Entraban 1.000 euros por el empleo de su mujer y alrededor de 2.000 que podía aportar él por sus negocios: una tienda de alquiler de videojuegos y venta de películas en Bonavista y otra en el centro de Tarragona.

Con esos ingresos podían sufragar una hipoteca que empezó siendo de 1.000 euros pero que a veces se disparaba hasta los 1.500. Luego llegó el batacazo. Su tienda perdió clientes por el ‘boom’ de las ofertas ‘on line’. «Perdí mucho negocio. Tuve que cerrar una tienda. Mantengo la otra pero estoy en pérdidas», se resigna.

El sueldo de su mujer ya no les da para pagar, así que hace seis meses se puso en contacto con la PAH, que le ayuda en el diálogo con la entidad bancaria. «Sólo quiero quedarme sin deuda, aunque el piso no sea para mí. No le echo toda la culpa al banco. Yo también me equivoqué». La negociación con el banco, la suya y la de tantos otros, continúa. Parece que irá para largo.

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