José Augusto García: «Lo peor que podemos hacer es criminalizar a las residencias»

Entrevista. Este médico especialista en geriatría, exdirector del Hospital Sant Joan de Reus, cree que habrá que hacer una reflexión colectiva cuando se supere la pandemia y dignificar al sector

31 mayo 2020 08:50 | Actualizado a 31 mayo 2020 09:50
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José Augusto García Navarro ha vivido en primera línea el drama de las residencias de mayores durante la pandemia en su doble condición de director general del Consorcio de Salud y Atención Social de Catalunya (CSC) y de presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. Médico especialista en Geriatría y actualmente a caballo entre Barcelona y Madrid, gran parte de su carrera profesional (catorce años) se ha desarrollado entre Tortosa y Reus. Así su primer cargo en alta dirección lo desempeñó al frente del Hospital de la Santa Creu de la capital del Baix Ebre entre 1999 y 2003. De allí saltó al grupo reusense Sagessa, del que fue director de Atención Sociosanitaria y Social, gerente del Área Operativa y director general. Entre medio, de 2007 a 2011, director gerente del Hospital Sant Joan de Reus y coordinador de su traslado desde el centro de la ciudad al nuevo equipamiento junto a la autovia de Bellisens.

¿Qué es lo que ha fallado?

No ha sido un único factor sino diversos.

¿Cómo por ejemplo?


Para empezar, llegamos tarde y erramos en el diagnóstico. Nos pensábamos que teníamos un problema de high tech o alta tecnología y que lo que necesitábamos eran respiradores cuando en realidad el problema era de high touch o alto contacto. Me explico. Las residencias no son hospitales pensados para aislamientos. Son espacios de convivencia diseñados para la actividad comunitaria, en los que los residentes tienen mucho contacto con sus cuidadores porque muchos son muy dependientes. Así que cuando se decretó el confinamiento, el virus ya estaba dentro campando a sus anchas entre residentes y profesionales.

Decía para empezar. ¿Qué más ha sucedido?


Pues que, en muchos casos, la enfermedad no se ha presentado con las manifestaciones más típicas sino con una mezcla de cuadros clínicos que hacían fácil equivocarte. Teníamos mayores sin fibre ni tos ni falta de aire pero sí con diarrea, pérdida de apetito, desorientación o estupor. Si a ello le sumas los asintomáticos, un 30%, hemos dado tiempo a que el virus se expendiera.

¿Algo más?


A eso hay que añadirle que las residencias trabajan siempre con plantillas muy ajustadas y que en el momento álgido de la pandemia se llegó a registrar un absentismo de hasta el 60% a consecuencia de las bajas por coronavirus. Como consecuencia de ello, cada profesional pudo tener a su cargo al doble de residentes y los pocos que encontrábamos de repuesto se iban a trabajar a los hospitales porque allí les pagan mejor. Y esa es otra realidad, el salario fijado en el convenio colectivo del sector es de 7,8 euros la hora, entre un 33 y un 40% menos de lo que se cobra en los hospitales cuando las condiciones laborales son muy diferentes porque el trabajo en las residencias tiene mucha intensidad física y no se pueden llegar a descansar dos horas como sí sucede en los centros sanitarios.

Los equipos de protección individual (EPI) también llegaron tarde.

Sí protecciones y test han llegado tres o cuatro semanas después a las residencias que a los hospitales porque no se les ha puesto al mismo nivel y esa es una de las lecciones de esta pandemia. Los centros para mayores deberían haber estado al mismo nivel que los centros sanitarios en cuanto medidas de prevención y tratamiento.

¿Qué otras lecciones deberíamos sacar?

Lo ocurrido con nuestros mayores en las residencias, con más de uno de cada tres muertos por la pandemia en Catalunya, no puede volver a pasar. Dentro de ellas, debemos aumentar ratios de personal por residente, mejorar salarios y crear una red de centros acreditados por la Administración con dos perfiles: unos más de núcleos de convivencia y otros más sociosanitarios, ambos con mayor participación médica, especialmente de la atención primaria.

¿Y fuera de ellas?

Fuera de las residencias, hemos de reforzar los Servicios de Atención Domiciliarios (SAD) que hoy son totalmente deficitarios. Las personas mayores quieren vivir en sus casas. Partiendo de esta premisa y de que lo que habría que hacer es preservar el valor de la autonomía personal, lo que no puede ser es que únicamente se ofrezcan entre dos horas y media y diez a la semana, principalmente en horario de mañana y centrados en la limpieza de la casa cuando lo que precisan es atención de mañana y tarde y todo tipo de apoyo, desde ayuda para asearse o ejercitar la memoria pasando por ejercicio físico. , ...

Se habla también de viviendas tuteladas.

Sí esa es otra opción con mucho futuro. Desde el Consorci de Salut hemos impulsado en Igualada y en la Vall d’Aran. Son viviendas adaptadas para la dependencia, con servicios diversos, incluida la atención domiciliaria. Todo a un precio medio de 650 euros al mes frente a los 1.700 de una residencia.

¿Cómo es ahora la situación en las residencias de mayores?

Desde hace dos semanas en Catalunya a todos los residentes se les ha practicado un PCR y el 73,4% han dado positivo. Además, tenemos el plan de acción para residencias más avanzado de Europa con una muestra de 42 centros centinela representantivos del total en los que se está haciendo un seguimiento pormenorizado de la evolución de la pandemia, las 1.073 residencias catalanas clasificadas en función de su capacidad médica y comenzando la desescalada con la autorización de las visitas de familiares.

El Parlament ha constituido una comisión de investigación y la Fiscalía investiga penalmente a 170 geriátricos, ¿qué opina?

Me parecen bien ambas cosas. La comisión porque es un ejercicio de transparencia y nos debe servir para aprender y mejorar, no para la lucha política. Y la investigación de la Fiscalía también, si existen indicios de una mala actuación o prácticas irregulares pero me gustaría también que se reconociera el papel de las residencias y que el 99% son muy dignas. Sus profesionales han demostrado una gran vocación luchando por las personas mayores en condiciones precarias, sin equipos de protección y sin saber a lo que se enfrentaban. Por eso, pido un aplauso grandísimo para ellos, por haberse dejado la piel.

En algunos casos, las familias se han quejado de falta de información.

Sí, es cierto, no se ha informado bien o se ha informado tarde o se ha valorado mal la velocidad con que actuaba el virus. Pero recuerdo lo que he dicho antes, a las bajas y falta de medios, se unió que, a menudo los ancianos fallecían apenas cuatro días después de mostrar las primera décimas de fiebre.

¿Se ha criminalizado mucho al sector?

Sí y es lo peor que podemos hacer cuando lo que toca es dignificarlo porque no olvidemos que las personas mayores que están en residencias toman de media once fármacos, tienen siete enfermedades crónicas activas y más del 50%, demencia cognitiva moderada o grave. Debemos mucho a los mayores y a sus cuidadoras, porque no olvidemos que, entre el 80 y el 90% del personal de las residencias son mujeres. Por tanto, nuestro deber es poner en valor su papel invirtiendo. Ya sabemos que la economía se resentirá de esta crisis y no seré yo quien diga de dónde hay que recortar pero sí que la prioridad tras esta pandemia es estar al lado de los colectivos más vulnerables y las personas mayores son uno de ellos y requieren una atención de calidad.

Tras esta crisis, ¿cree que los jóvenes querrán trabajar en este sector?

Aunque se quiere poco, nuestro deber es transmitir que la geriatría es una especialidad de prestigio con beneficios importantes para la sociedad, sobre todo si tenemos en cuenta que la mitad de los nacidos en 2017 vivirán más de cien años.

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