Los duros y el dialogante

Al ataque. El PSOE y las tres derechas compiten en contundencia contra el independentismo. Iglesias fue el único que fue más allá de «solo la ley»

05 noviembre 2019 08:40 | Actualizado a 05 noviembre 2019 09:12
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Como si fuera un prestidigitador o un Doraimon de carne y hueso, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, hizo aparecer por arte de magia primero un adoquín y luego un rollo de papel. Pretendía criticar la violencia, como no solo independentistas, y repartir a diestro y siniestro a PP y PSOE por sus años de «concesiones» a los nacionalismos. Fue el momento estelar, televisivamente hablando, de la primera, y más interesante, parte del debate a cinco de ayer por la noche. Las redes se llenaron de memes. Casi daban ganas de jugar con él a «piedra, papel, tijera».

Cuatro de los cinco candidatos compitieron en españolidad, en ser más duros que nadie contra el independentismo. Era de esperar en los dirigentes de las tres derechas: Rivera, Pablo Casado (PP) y Santiago Abascal (Vox). Rivera querría para ayer el artículo 155, Casado aplicar la Ley de Seguridad Nacional y Abascal, a saco, ilegalizar a los partidos independentistas y detener y llevar esposado ante el juez al president Quim Torra «con una querella por rebelión de la Abogacía del Estado». ¿Rebelión? La sentencia del Tribunal Supremo, nada sospechosa de ser ‘indepe’, descartó que hubiese tal rebelión. ¿Cortar una carretera o colgar un lazo amarillo en el balcón del Palau de la Generalitat para luego retirarlo ipso facto es rebelión?

Sorprendió un tanto, sin embargo, la contundencia de la que quiso presumir el candidato socialista y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez.

Prometió el aspirante tres medidas si es nombrado presidente del Gobierno. Una: instaurar una asignatura común en toda España de «valores civiles, constitucionales y éticos». Dos: que el Consejo de Administración de una televisión autonómica sea nombrado por los dos tercios de los respectivos parlamentos para acabar con la «manipulación de TV3» y prohibir la celebración de referéndums ilegales. Cosas de la política, fue el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, quien retiró ese delito del Código Penal.

A Sánchez se le vio envarado y un tanto nervioso al principio del debate, pero se fue animando, sobre todo cuando, como el papá que regaña a un niño enrabietado o travieso, cabeceaba de un lado a otro, negando las afirmaciones de Casado. Le faltó suspirar y soltar «¡qué he hecho yo para merecer eso!». Y criticó a Casado porque había cedido demasiado ante el nacionalismo, «indultó a Terra Lliure y se les fugó a Puigdemont. Un poco de autocrítica, Casado».

En un ejercicio más de contradicción, Sánchez reclamó que gobernase la lista más votada. Vamos, exactamente lo mismo que hizo él cuando estaba en la oposición y Rajoy aspiraba a la Moncloa al frente de la lista más votada. Parece olvidar que estuvo a punto de forzar unas terceras elecciones generales en 2016.

Rivera, como siempre, estuvo espitoso y atacó a fondo a Sánchez, pero también a Casado y Abascal. Hasta el punto de que Casado le recordó que «estamos todos contra la izquierda. Se equivoca de adversario».

Quizá fueron los nervios del inesperado ataque frontal de Rivera los que llevaron a Casado a recordar que «mi partido perdió a dos concejales asesinados en Catalunya». Los mató ETA, Pablo. Nada tuvo que ver el nacionalismo catalán. Rescatar el tema del terrorismo etarra estuvo completamente fuera de lugar.

Abascal se mostró sereno, pero obsesivo. Hasta el bloque de economía lo centró en atacar el Estado de las Autonomías. Por cierto, Vox se presenta en los comicios y cobra de varios parlamentos autonómicos. Vive, por tanto, de aquello que tanto critica.

Cargó, cómo no, contra la política migratoria, la memoria histórica, la ideología de género y «el consenso progre». En suma, agitó todos los fantasmas: inmigrantes, feminismo y exhumación del dictador Francisco Franco. «El 70% de los imputados por violación son extranjeros», llegó a decir.

Acusó el líder ultraderechista a Jordi Pujol de ser un «golpista» ya en aquellos tiempos en los que el ‘ABC’ le declaró «español del año». Pidió una «reflexión de cómo hemos llegado hasta aquí». Correcto. ¿Quizá porque el Tribunal Constitucional se cargó un Estatut aprobado por el Parlament, el Congreso, el Senado y un referéndum en Catalunya?

Iglesias lució populismo («tendencia política que pretende atraerse a las clases populares») a raudales. Saludó al iniciar su intervención a las señoras de la limpieza. Aludió a los ryders, recogió el guante de las críticas de la moderadora del debate, Ana Blanco, de que los cinco candidatos eran todos hombres...

Calmado, como si impartiera una clase, le espetó a Rivera que «los libros de historia son más interesantes que los rollos de papel» y recordó cómo Adolfo Suárez fue capaz de negociar con Josep Tarradellas la recuperación de una institución republicana preconstitucional: la Generalitat.

El ‘profe’ Iglesias riñó a sus contertulios al espetarles que en el «bloque de cohesión territorial» solo se hablase de Catalunya. «Faltamos el respeto a millones de personas», les dijo, antes de precisar que «lo de Catalunya solo se resuelve con diálogo, sentido común y mano izquierda. Tenemos que reconocer que España es un Estado plurinacional, como lo son Reino Unido y Suiza».

Todo apuntaba a que el debate iba a ser un todos contra Pedro Sánchez. Desde la derecha y desde la izquierda. No fue así. Pablo Iglesias le criticó, pero con suavidad y Albert Rivera atacó casi tanto a Pablo Casado como al propio Sánchez sin olvidar al líder de Vox. Abascal cargó contra unos y otros. El dirigente de Podemos y el de Vox se enzarzaron en un absurdo cara a cara con motivo de las víctimas de ETA y sus sentimientos. Iglesias le recordó que «me siento orgulloso de ser español cuando alguien necesita un trasplante y se lo hacen en los mejores hospitales públicos, se hable en castellano, euskera o gallego».

Sánchez quiso hacerse la víctima con un «todos me acusan...». No le salió bien. El debate fue un continuo rifirrafe contra Sánchez, pero también entre los tres partidos de la derecha. Visto lo visto, se avecina un nuevo bloqueo. A menos que, tristemente, se cumpla el augurio que lanzó Iglesias: «Catalunya puede ser la excusa perfecta para un pacto entre PSOE y PP».

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