Memoria de una barbarie

Este domingo se conmemora el fin del Holocausto, uno de los genocidios más macabros de todos los tiempos

27 enero 2019 16:17 | Actualizado a 28 enero 2019 15:51
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La Segunda Guerra Mundial dio pie a uno de los genocidios más crueles y bárbaros de la historia, el Holocausto. Hoy tiene lugar el aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, uno de los más macabros. Quizá por ello, la efeméride simboliza el día Internacional de las Víctimas del Holocausto. 

La fecha se centra en el Holocausto, que atañe principalmente a judíos. Seis millones perdieron la vida a manos de los nazis, pero este genocidio incluyó más millones de víctimas que no tenían porqué seguir la fe de Yahveh: polacos, comunistas, luchadores de la izquierda política, homosexuales, gitanos, discapacitados físicos y mentales y prisioneros de guerra soviéticos. 

Hace ya 74 años que millones de personas recuperaron una libertad de la que fueron privados por la guerra, ambiciones supremacistas y concepciones raciales que no merecen ni un ápice de respeto. Ideas repugnantes que por desgracia parecen volver en una sociedad en clara involución. 

El crecimiento de la ultraderecha y el fascismo en Europa, incluida España, es un altavoz para grupos antisemitas que niegan el Holocausto. Este negacionismo al alza resulta una paradoja, por no decir un insulto, pues se trata de uno de los genocidios mejor documentados de la historia. 
Tres cuartos de siglo después de una masacre sin límites, las personas, aunque algunas no merezcan tal categoría, seguimos odiándonos por motivos de raza, religión, envidia o simple estupidez. Hoy no sólo se reclama un instante de silencio en respeto a las víctimas, también su reivindicación para que no vuelva a ocurrir. 

Existen entidades que todavía protegen y difunden la cultura judía como Tarbut Tarragona. Hablamos con su presidente, Francesc Valls-Calçada para profundizar en el tema: «Según datos difundidos por la Comisión Europea, el 66% de los ciudadanos españoles no cree que negar el Holocausto sea ningún problema; frente a la media europea, que es de un 38%. Vivimos en uno de los estados europeos con más negacionismo. Es un problema de cultura, de educación y de sensibilidad. Tenemos que hacer memoria de la tragedia humana y evitar que se repita nunca más».

Es importante hacer pedagogía sobre este capítulo de la historia para conseguir una sociedad respetuosa, madura, empática y más sensible. Valls-Calçada apunta que «el antisemitismo no es de derechas o de izquierdas, sino de ideologías totalitaristas. Ciertamente la ultraderecha vive momentos álgidos por todas partes. La carencia de sensibilidad es un problema de cultura y las escuelas -cuando lo hacen- ayudan mucho si trabajan bien el Holocausto. La ignorancia genera desprecio y es la madre del odio». 

Esta falta de sensibilidad respecto al Holocausto está banalizando los hechos hasta tal punto que hoy en día oímos la palabra «nazi» usada a la ligera demasiado a menudo: «El lenguaje, en la esfera política y en la barra del bar, se ha pervertido tanto que se confunde ‘tocino’ con ‘velocidad’. Te pegan y te dicen violento. Te roban y te dicen ladrón. La palabra democracia tiene tantas lecturas como las cartas del Tarot. Todo ello, una banalización global que hay que evitar, porque parece un carnaval y la amnesia colectiva puede resultar peligrosa». 

La lucha de Neus Català
Como apuntábamos al inicio de este artículo, el Holocausto no fue el único genocidio en los campos de concentración nazis. Los prisioneros enemigos del Tercer Reich o de alguna dictadura como la franquista, también eran destinados a esos pozos de horror. 

Es el caso de Neus Català, vecina de Els Guiamets a sus 103 años, que estuvo 18 meses prisionera, primero en el campo de Ravensbrück y después en Holleischen. Payesa del Priorat y diplomada en enfermería, luchó en la retaguardia de la Guerra Civil como enfermera, defendiendo sus ideales de libertad y justicia social, en el bando republicano. Se vio obligada al exilio francés, donde su pugna siguió viva al lado de los maquis y su marido, anarquista galo, contra las fuerzas alemanas. 

Fueron capturados y deportados. Él perdió la vida en un campo de concentración; ella pudo sobrevivir y siguió haciendo la revolución incluso en pleno infierno. Tras pasar por Ravensbrück fue enviada a una fabrica de armamento en Holleischen. Allí boicoteaba la elaboración de las armas en lo que llamaron el ‘Comando de las gandulas’. Tras la liberación de los campos, siguió bregando por sus ideales libertarios. Elisenda Beleneguer (Neus Català. Memòria i lluita) y Carme Martí (Un cel de plom) narran con detalle la epopeya de Català.  

Nos ponemos en contacto con la hija de Neus, Margarita Català, y vía telefónica directa a París nos cuenta que «la liberación de los campos de concentración fue un retorno a la vida para mi madre. A diferencia de muchas deportadas que volvían a sus países, las españolas seguían exiliadas y no podían regresar. Era la doble cara de la moneda, por un lado la alegría de la liberación, por otro, la pena de no poder volver a España, ya que los Aliados no hacían nada contra Franco. Así que vivió en Francia, donde nací yo». 

«Mi madre dice que tenías más posibilidades de sobrevivir si seguías un ideal. Sabías por qué estabas luchando. Las que morían solían ser las que apresaban de la calle», dice Margarita, quien añade: «Esto no se supera nunca. Hasta que no escribió el libro -De la resistencia y la deportación-, mi madre estaba depresiva y antes de ello le costaba hablar sobre su propia experiencia. Recoger el testimonio de otras mujeres españolas le ayudó a abrirse. Fue una segunda liberación».

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