Muere Carmen Alborch, la ‘rebelde alegre’ apasionada por el feminismo y la cultura

Fue el rostro feminista de los gobiernos de González. Ejerció como ministra de Cultura, diputada, senadora y concejala, pero era, sobre todo, una escritora metida accidentalmente en política

25 octubre 2018 08:51 | Actualizado a 25 octubre 2018 08:55
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Fue la última ministra de Cultura de los gobiernos de Felipe González, pero, sobre todo, fue uno de los iconos más reconocidos del feminismo de los años 90. Su melena roja, sus vestidos no especialmente discretos y su perpetua sonrisa –que le granjearon los apodos de ‘ministra pop’ o ‘ministra Almodovar’– también le sirvieron para ser uno de los rostros más amables y joviales del Ejecutivo socialista.

Carmen Alborch Bataller (Castellón de Rugat, Valencia, 31 de octubre de 1947) falleció ayer en su domicilio de Valencia a los 71 años. Sabía que estaba muy enferma de cáncer, pero no dejó la vida pública. El pasado 9 de octubre, en el Día de la Comunitat Valenciana, reapareció para recibir la Alta Distinción de la Generalitat en reconocimiento a su trayectoria, un acto al que acudió Pedro Sánchez.             

Como ministra de Cultura desde julio de 1993 a mayo de 1996 se le recordará por ser la gran impulsora de la primera ampliación del Museo del Prado. Tras alcanzar la cima de su carrera política entonces, no abandonó la primera línea tras la derrota socialista y la llegada de José María Aznar. Siguió como diputada, siempre por Valencia, hasta marzo de 2008. Después fue senadora, por Valencia, hasta enero de 2016.

En 2007 incluso, el PSPV y José Luis Rodríguez Zapatero pensaron en ella para intentar desbancar de la alcaldía de Valencia a Rita Barberá, quien llevaba 16 años al frente del consistorio de la capital del Turia. Pero el ‘efecto Alborch’ no hizo mella en la alcaldesa popular, quien estaba en sus horas más altas y volvió a arrasar con el mejor resultado (el 56% de los votos) de sus cinco victorias consecutivas con mayoría absoluta. Algunos de sus correligionarios socialistas entonces justificaron la derrota de la exministra, que se quedó como concejala de la oposición hasta 2011, por su poco «perfil político».

Sin afiliarse                     

Y es que Alborch, sobre todo, era una mujer de universidad y una escritora metida accidentalmente en política. De hecho, a pesar de llegar a ser ministra, no se afilió al PSOE hasta cuatro años después, en 2000. Llegó a la política de la mano del entonces conseller de Cultura de la Generalitat Valenciana, Ciprià Císcar, que le ofreció la Dirección General de Cultura y ella aceptó, aunque para ello tuviera que abandonar el decanato de la Facultad de Derecho de Valencia, al que había accedido con tan solo 37 años, y a su proyecto de continuar con sus estudios en Nueva York. Antes de desembarcar en la política nacional, dirigió el rInstituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM).

Su faceta de escritora estuvo marcada por el éxito a finales de los noventa y principios de siglo. Su trilogía de temática feminista la convirtió en una de las autoras más leídas de aquellos años (Solas, 1999; Malas, 2002; y Libres, 2004).

Comprometida con el feminismo

El compromiso con el feminismo y la pasión por la cultura fueron los ejes vitales de Carmen Alborch, una rebelde alegre y transgresora que desde su juventud se implicó en la lucha por la igualdad y ocupó espacios de poder cuando era extraño ver a mujeres en esos ámbitos. Ser la mayor de cuatro hermanos obligó a abrir caminos –como tantas veces haría en su vida– a quien en el colegio siempre levantaba la mano para cuestionar lo que se explicaba.

Su paso por la Universitat de València para estudiar Derecho marcó la experiencia vital de una joven que llegó a esas aulas en un momento en el que era extraño que las chicas estudiaran esa carrera, y que se sintió afortunada de pertenecer a la generación del 68. Durante su etapa universitaria luchó desde el activismo y la rebeldía contra la dictadura y por la democracia, y además descubrió el feminismo cuando una compañera le prestó El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Un feminismo que le cambió la vida y la llevó a implicarse en el nacimiento de las primeras asociaciones de mujeres a principios de los setenta, que reclamaban la despenalización del adulterio, del aborto o del divorcio, y a practicarlo con pasión también desde los espacios de poder donde estuvo.

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