«No hemos sido cuidadosos con las personas mayores»

Entrevista. El pensador y teólogo reflexiona en ‘Vivir en lo esencial’ sobre lo que se puede desprender de la pandemia. Cooperación, cuidados y un cambio global de mentalidad son algunas de las ideas

13 agosto 2020 20:10 | Actualizado a 14 agosto 2020 11:34
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Francesc Torralba (Barcelona, 1967) es doctor en Filosofía, en Teología y en Pedagogía. En la actualidad es director de la Cátedra Ethos de la Universitat Ramon Llull. Ha publicado un gran número de ensayos que han sido traducidos a diferentes lenguas. En su último libro Vivir en lo esencial (Plataforma Editorial) Torralba ahonda en los valores que se han redescubierto a raíz de la Covid-19. Los derechos de autor por la venta de este ejemplar se destinan a Aldeas Infantiles SOS.

¿Esta pandemia nos hará más humildes?

Esto ha sido muy desigual. En las personas que han experimentado la muerte de un ser querido, que han estado en una UCI cuarenta días, que han visto muy de cerca la muerte, no hay duda de que la Covid-19 tendrá en ellas una influencia. ¿Cuál? La sensación de que somos muy vulnerables, que necesitamos cuidarnos y cuidar a las personas mayores. Ahora bien, las personas que solo lo han visto por la televisión, pues es muy difícil que hagan este aprendizaje. Por tanto, yo te diría humildad, sí que es un valor que ha emergido, pero desigualmente. Y de igual modo el resto de los valores.

En cuanto a las personas mayores, ¿en cierta manera las hemos abandonado?

Tengo la impresión, primero, de que en esta sociedad hay como un menosprecio hacia las personas por el solo hecho de ser mayores. Yo creo que esto existe, que está implícito e incluso ser mayor o anciano está mal visto. Todo el mundo intenta aparentar que es joven, se estira la piel, se estira lo que puede. Y por otro lado, hay una sacralización del ser joven. ¿Qué ha ocurrido con la crisis? Que los grupos más vulnerables y especialmente las personas mayores y las personas mayores deterioradas también cognitiva y físicamente, son las que han sufrido más la situación y también es verdad que la reacción ha sido muy poca y muy pobre. De hecho, había como una tranquilidad social porque esto solo afectaba a las personas mayores. Por tanto, como a mí no me afecta, la cosa no va conmigo.

El sistema se ha revelado frágil ante la situación.

Hemos puesto de manifiesto la dificultad del sistema de absorber a todas estas personas que estaban afectadas. Entonces había mecanismos de priorización, ¿quién tiene que ser atendido antes que otro? Ciertamente no hemos sido cuidadosos, ni atentos ni prioritarios con las personas mayores pero esto no es nuevo, lo que ocurre es que la crisis posiblemente lo ha evidenciado. Y esto es lo más triste.

¿La nueva mentalidad de la que usted habla llegará?

Necesariamente llegará. El tema es, cuántas crisis tendremos que sufrir y qué grado de sufrimiento se tendrá que generar para hacer este aprendizaje de esta nueva mentalidad o nueva conciencia. Y esta crisis sanitaria está siendo durísima. 30.000 muertos en un Estado como España, un montón de personas infectadas... Ahora viene toda la crisis social, económica, esto no es el 2008, sino mucho peor. Y no obstante, la pregunta es ¿qué tiene que pasar? Que tiene que haber un cambio global de mentalidad y esto quiero decir que afecta a todos los órdenes, empresa, sistema público, sistema político y educativo. Hay que hacer una transformación global. Los cambios de mentalidad son complejos.

Entonces, ¿no lo conseguiremos?

Yo creo que sí. Pero no es inmediato.

No lo veremos.

No. Pero si comparamos la situación de un niño en el siglo XIX en Tarragona con un niño en el siglo XXI en Tarragona, pues de entrada tiene que estar en el colegio hasta los 16 años, puedan pagarlo o no sus padres y tiene seguridad social gratuita. De igual manera, la situación de la mujer. Por tanto, hay cambios, y por eso estoy esperanzado. Lo que ocurre es que como también somos parte de una cultura muy inmediatista nos impacientamos. Yo creo que una crisis es como un pellizco en el alma que te hace despertar para decirnos que no vamos bien. ¿Hasta cuándo? No lo sé.

Usted habla de talento compartido en lugar de competitividad. Pero ahora el sistema se rige por calificaciones.

Esto aún es un tipo de pensamiento que es antiguo paradigma. Es decir, el otro es el enemigo, tengo que vencerlo. Es una mentalidad preilustrada o primitiva porque lo que permitirá salir de problemas complejos como los que tenemos será la cooperación, no la competitividad individual. Es el coliderazgo. Ahora hay en el mundo centenares de investigadores estudiando la vacuna que nos tiene que sacar de la Covid-19. Si entre ellos no cooperan, no irá bien. Si en un país ya se ha comprobado que una hipótesis no funciona, no perdamos el tiempo. Vamos a explorar otro camino. Hay que potenciar la inteligencia cooperativa, que es una expresión muy bonita.

También habla del valor del cuidado.

Justamente en esto también se tiene que cambiar de mentalidad. Tenemos que ir hacia una sociedad de los cuidados, tenemos que ir hacia una ética del cuidado, los bosques, las personas mayores, los niños pequeños, los ríos... El cuidado se tiene que aplicar a todo pero ciertamente esta práctica, tanto en el pasado como aún hoy, en el presente, ha repercutido y ha caído sin decisión y sin libertad en la mujer. Solo hay que ir a geriátricos y escuela primaria o infantil.

¿Por eso les escribe una carta a las maestras y no a los maestros en general?

Cuando voy a hacer una conferencia en un claustro de primaria o de infantil raramente veo a un hombre. Esto no quiere decir que el ser humano hombre no tenga capacidad de cuidar, lo que pasa es que no ha estado integrado ni desarrollado, siempre lo ha delegado a su madre, hija, mujer o hermana, y aquí los hombres tenemos que hacer una transformación. Yo me he dedicado mucho a estudiar esto. Primero debe reconocer el valor del cuidado. Y segundo, debe desarrollar estas actividades y estas capacidades que todo ser humano tiene. Desigualmente, pero todo ser humano tiene, de cuidar y de cuidarse.

Es la cultura del patriarcado.

Pues la cultura del patriarcado subestima el cuidado, subestima la atención a los más vulnerables, subestima valores como la empatía y la escucha. Estos valores todo ser humano los puede desarrollar pero los tiene que desarrollar, entrenar y aplicar.

¿Todas estas reflexiones las ha hecho durante el confinamiento?

Todo el libro nace del confinamiento. No lo tenía planificado. Pero me encontré en la circunstancia de que se me anularon un montón de viajes que tenía pendientes. Estaba en casa confinado, haciendo clases digitales y empecé a pensar en lo que estábamos viviendo. Y tengo la suerte de que a un editor le interesa lo que hago, que es Plataforma.

¿Encontró durante aquellos días algún vecino?

Muchos. Nos saludábamos cada día, de puerta a puerta y de balcón a balcón, a las ocho de la tarde. Vecinos que no sabía ni que existían, ni el nombre, ni el apellido. Se desplegó una solidaridad vecinal muy interesante más allá de los focos, las cámaras y los diarios. El vecino del cuarto que le llevaba la bolsa con la comida a mujeres mayores que no podían salir de casa. Esto se ha producido y quiere decir que la crisis también ha sido una ocasión para despertar tanto actitudes altruistas como la solidaridad vecinal como actitudes desgraciadamente egoístas y sobre todo discriminadoras, como excluir a una persona porque es posible que esté infectada porque es una enfermera.

¿Qué ocurrirá con las libertades?

Esta es la gran amenaza de futuro. Hemos aceptado reducir nuestra libertad de movimientos, hemos aceptado reducir nuestra libertad de vincularnos y asociarnos por un bien superior que es la salud y la seguridad. Pero no ahora. Hace ya tiempo que lo hemos aceptado. El miedo al terrorismo, el miedo a una bomba, el miedo a un contagio, a sufrir, a morir, hace que estemos dispuestos a renunciar a determinadas libertades de asociación, de movimiento e incluso de intimidad. Y de privacidad y es triste pero esto va hacia aquí, hacia un mundo de ciudadanos monitorizados.

¿No es contradictorio el tener que colaborar y al mismo tiempo, deber estar solos?

Sí porque nosotros seguimos teniendo deseo de vínculos sociales porque somos animales sociales. Profundamente sociales. Y por lo tanto queremos el abrazo, el beso, encontrarnos con el otro, queremos comer juntos, cenar juntos, somos animales sociales, no ermitaños. Pero al mismo tiempo nos da miedo porque sabemos que la interacción social es la que activa, de nuevo, las posibilidades de contagio, enfermedad y muerte y por tanto es una situación muy contradictoria. Queremos pero por otra parte, sufrimos por lo que pueda pasar.

¿Qué les diría a los jóvenes y a los adolescentes actuales?

Que confíen en su potencial, que se impliquen, solos no cambiarán nada. Se tienen que organizar y asociar. Y que no se limiten a lamentarse del mundo que los adultos les hemos dejado, ya que el resentimiento no lleva a ningún sitio. Y, sobre todo, que traten de generar nuevas formas de producción, de consumo y de vida. En el mundo que vendrá solo los que vivan austeramente podrán abrirse camino. Que intenten no limitarse a imitar lo que sus padres y madres han hecho.

Comentarios
Multimedia Diari