«No tiene sentido confinarse y tener que coger el coche para cubrir cualquier urgencia»

Decenas de pueblos del territorio han quedado aislados con la puesta en marcha del estado de alarma. Explican cómo es vivir sin los servicios básicos cerca de casa

23 marzo 2020 11:20 | Actualizado a 23 marzo 2020 12:31
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Si el confinamiento por si solo ya es complicado, en un pueblo lo es todavía más. «Las limitaciones que tenemos de normal ahora se hacen latentes» explica David. Tiene 32 años y vive en Castellvell del Camp (Baix Camp), un municipio a 3,8 kilómetros de Reus, ciudad a la que tiene que ir sí o sí a comprar: «Aquí no hay supermercados y las tiendas de alimentación han ido cerrando con el paso del tiempo y ahora solo disponemos de una panadería y una tienda de la cooperativa, con latas aceite y poco más». El pasado martes, el CAP de Castellvell cerró hasta nuevo aviso, derivando sus servicios a la capital de la comarca. «No tiene sentido que nos ordenen confinarnos y que tengamos que coger el coche para cualquier necesidad de urgencia».

En una situación similar se encuentra Rosa María, vecina de Almoster (Baix Camp). Sus más de 1.300 habitantes tienen que ir a hacer la compra la Selva del Camp o Reus, los dos municipios más cercanos con supermercado. «Cada pocos días nos vemos obligados a desplazarnos. Yo personalmente voy a la Selva porqué hay menos gente y, consecuentemente, menos probabilidades de contagio».

Tanto David como Rosa coinciden que las carreteras que conectan sus pueblos con otros municipios sigues estando altamente transitadas.

En Capafonts y el Arbolí, dos pequeños pueblos ubicados en las moñas de Prades el aislamiento se acentua a varios metros de altura. «Somos unos sesenta personas viviendo, muchos de ellos mayores de 70 años», explica la alcaldesa de Capafonts, «yo misma y el otro regidor del Ayuntamiento llamamos cada día a las personas mayores por si necesitan algo de comida o medicamientos y vamos a Prades a buscarselo». Otra opción que han habilitado es la de encargar comida para llevar al bar del pueblo».

Desde el Arbolí, Laia explica que han creado un grupo de Whastapp con los sesenta habitantes actuales del pueblo: «En el puenlo no se puede adquirir nada así que los que vamos a trabajar a Cornudella y Reus aprovechamos para comprar lo necesario».

La cara amable de los pueblos

Laia explica que en el municipio de Arbolí «la psicosis generada por el coronavirus no es tan grande como la ciudad». De hecho, explica que algunos de los que van al pueblo los fines de semana se han decidido pasar el confinamiento en Arbolí y que incluso han visto una autocaravana que «se ha creado su autoconfinamiento en el bosque de la entrada del pueblo».

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Si el confinamiento por sí solo ya es complicado, en un pueblo sin supermercado lo es todavía más. «Las limitaciones que tenemos de normal ahora se hacen más latentes», explica David. Vive en Castellvell del Camp (Baix Camp), un municipio a 3,8 kilómetros de Reus, ciudad a la que tiene que ir sí o sí a comprar: «Las tiendas de alimentación han ido cerrando con el paso del tiempo y ahora solo disponemos de una panadería y una tienda de la cooperativa, con latas, aceite y poco más». Además, el pasado martes, el CAP de Castellvell cerró hasta nuevo aviso, derivando sus servicios a la capital de la comarca. «No tiene sentido que nos ordenen confinarnos y que tengamos que coger el coche para cubrir cualquier necesidad de urgencia».

En una situación similar se encuentra Rosa María, vecina de Almoster (Baix Camp). Sus más de 1.300 habitantes tienen que ir a hacer la compra la Selva del Camp o Reus, los dos municipios más cercanos con supermercado. «Cada pocos días nos vemos obligados a desplazarnos. Yo personalmente voy a la Selva porque hay menos gente y, consecuentemente, menos probabilidades de contagio». Tanto David como Rosa critican que las carreteras que conectan sus pueblos con otros municipios siguen estando muy transitadas teniendo en cuenta la situación actual.

En Capafonts y Arbolí, dos pequeños pueblos ubicados en las montañas de Prades, el aislamiento se acentúa a setecientos metros de altura. «Somos unos sesenta personas viviendo aquí, muchos de ellos mayores de 70 años», explica la alcaldesa de Capafonts, Judit Giró. ¿La solución?«Yo y el otro regidor del Ayuntamiento llamamos cada día a las personas mayores del pueblo por si necesitan algo de comida o medicamentos y vamos a Prades a buscárselo», señala. Otra opción que han habilitado es la de encargar comida para llevar al bar del pueblo.

En Arbolí, Laia explica que también han optado por la cooperación, creando un grupo de Whastapp con los cincuenta residentes: «En el pueblo no se puede adquirir nada, así que los que vamos a trabajar a Cornudella y Reus aprovechamos para comprar lo necesario».

Ir al pueblo a confinarse

Laia explica que en su municipio «la psicosis generada por el coronavirus no es tan grande como en la ciudad». De hecho, familias que suelen subir solo los fines de semana han decidido pasar el confinamiento en Arbolí: «Incluso hemos visto una caravana que se ha creado su autoconfinamiento en el bosque de la entrada del pueblo». Rosa María coincide con que uno de los puntos a favor de pasar el estado de alarma en un pueblo es que «al menos estamos en la naturaleza y no notamos un gran cambio. Hay tranquilidad y mejores vistas desde el balcón».

Alguna gente ha decidido ir a Capçanes (Falset) a «respirar un aire más puro». Así lo explica Helena, que asume con filosofía la situación: «Al principio les costó asumir las medidas, el alcalde tuvo que salir un par de veces a echarnos la bronca, pero ahora me quedo sorprendida porque la gente está haciendo mucho caso y eso que, en el pueblo, nadie se queda nunca en casa», explica.

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