Racistas por no parecerlo. Hemos de ser duros con el crimen y con sus causas

Inseguridad en la Ciudad Condal. En Tarragona fuimos duros en los 80 con las causas del crimen al invertir en los más desfavorecidos, acercándoles una sanidad de calidad y una educación inclusiva. Y funcionó.La mirada

23 agosto 2019 15:30 | Actualizado a 23 agosto 2019 15:34
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Era la época del Vaquilla, cuando las bandas juveniles nos acongojaban en las calles de Tarragona. Uno de aquellos días de los ochenta, un matón de pantalón acampanado me paró en una esquina del Casc Antic y me soltó: «Me has llamado hijo de puta». Le juré, por supuesto, que no había sido yo. Y recuerdo haber llorado al descubrir en la otra esquina al grupo de pandilleros esperaban a una señal de su jefe para respaldar su versión a bofetadas.

Los biólogos describen cómo respondemos a estas situaciones: «Fight or Fly (lucha o vuela)…¡Y vaya si volé!». Corrí como un condenado hasta el bar más próximo con la banda pisándome los talones. El bar era lo que entonces llamábamos «progre» y el dueño lo fue tanto que, cuando mis perseguidores empezaron a llamarme a gritos desde la puerta, priorizó la integridad de su local sobre la mía y me conminó a abandonarlo. Luego los asaltantes se liaron entre ellos a tortazos 
-bendito caos- y yo pude escapar por la salida de atrás.

Pido perdón por mi batallita, pero es que estos días en Barcelona se viven situaciones similares, pero peores, porque demasiadas ya han acabado con muertos y heridos. Tal es la alarma social que los mossos patrullan las calles más conflictivas, como si fuera el Bronx en sus peores tiempos. Y hasta el consulado americano ha advertido a sus turistas de que no es una ciudad segura.

Nuestra policía se queja, como en aquel Nueva York, de que la Justicia es demasiado garantista con los reincidentes y de que el 90% de los que detiene acaban sin ingresar en prisión. Así se habría generado un efecto llamada para la delincuencia internacional que disfruta de una metrópoli en la que podrían delinquir sin pagar las consecuencias. Y al final quienes sí pagan la globalización del crimen serían los ciudadanos desamparados.

No soy político y no voy a prometer soluciones que no tengo. Ni siquiera soy un experto en caracterizar el problema. Pero el cuadro se parece mucho al que sufríamos en Tarragona en los ochenta.

Entonces también se acusaba de racista a quien caracterizaba la delincuencia como un problema de minorías o inmigrantes. Y lo cierto es que si no actuábamos sobre ellas con políticas sociales y también policiales y penales, por supuesto, estábamos siendo racistas por no querer parecerlo. Porque eran necesarias.

Tenemos que ser duros con el crimen, pero también con las causas del crimen. Y en Tarragona fuimos duros entonces con las causas del crimen al invertir en los tarraconenses más desfavorecidos, acercándoles una sanidad de calidad y una educación inclusiva; mejorando su urbanismo y dándoles instrumentos para que supieran mejorar su futuro. Y funcionó.

Hoy el desafío viene de los países, en los que, como entonces en aquellos barrios, tener la mala suerte de nacer significa doblar tus probabilidades de ser delincuente. Pero no es tan fácil invertir en ellos, porque una elite corrupta se apropia de la ayuda que les podamos dar. No hay solución inmediata para su atraso, aunque hay que seguir insistiendo en colaborar con ellos para que progresen, pero, mientras tanto, aquí hemos de ser duros con el crimen y con sus causas para no acabar siendo racistas por no parecer serlo.

Las causas del crimen hoy también se combaten con políticas inclusivas de integración. Debemos financiarlas. Y el crimen con una policía y un sistema judicial eficaces. Y si comprobamos que nuestra justicia no sirve para prevenirlo, tendríamos que reformarla. Porque el fin de la justicia es preservar los derechos de todos, empezando por los que más protección necesitan, y, estos días en Barcelona, se diría que los más necesitados de seguridad ya no son los reincidentes, sino que empiezan a ser los ciudadanos.

*Lluís Amiguet es autor y cocreador de ‘La Contra’ de ‘La Vanguardia’ desde que se creó en enero de 1998. Comenzó a ejercer como periodista en el Diari y en Ser Tarragona. 

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