Refugiados en Tarragona con ansia de felicidad

Reciben clases de español, visitan la Tarragona romana y vivieron Santa Tecla. 'Aprenden rápido. Están motivados´', admite una de sus profesoras. Están cómodos en su nueva vida

19 mayo 2017 17:43 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:31
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Rania y Mohammed, como el resto, son alumnos aplicados. Se podría decir que, en terminología académica, progresan adecuadamente, aunque aquí el contexto y las necesidades sean distintos. Aprenden castellano de forma intensiva en la base de mar de la Creu Roja de Tarragona, cerca del reloj del faro y a muy pocos metros de ese mar Mediterráneo siempre radiante pero erigido en icono del drama de los refugiados.

Ellos lo son, y ocupan dos de las 22 plazas en Tarragona, en una primera fase de seis meses en la que deben adquirir las habilidades básicas para desenvolverse en el día a día. «Van muy bien. Están muy motivados. Quieren aprender rápido. Se toman las lecciones muy en serio porque saben que es importante para ellos, es una oportunidad que deben aprovechar», explica Hakima Abdoun, la profesora voluntaria que les enseña español en dos grupos.

Al primero acuden eritreos que llegaron a través de Italia y sirios que, huyendo de los combates, peregrinaron a través de Turquía. Al segundo, refugiados con un poco más de dominio del inglés, procedentes de países como Pakistán, Kurdistán, Ucrania o Sri Lanka, aunque también de Somalia o de Siria. Palestina, Venezuela, Iraq o Nigeria son otros lugares, generalmente en conflicto, que han aportado refugiados a estas clases de español.

«Nos centramos mucho en los verbos, los artículos, en vocabulario, en conceptos que les hacen falta para el día a día. Con los que sólo hablan árabe hay que tener más paciencia que con los que dominan ya el inglés y disponen de más recursos. Unos son más abiertos que otros. Hay que ir a ritmos distintos en función de las capacidades», admite la profesora. Hacen comentarios de texto y aprenden conceptos ligados a la emoción para responder preguntas como ‘¿Cómo te sientes hoy?’.

En suma, se empapan a contrarreloj (algunos apenas llevan tres meses) para poder conocer el idioma. «Es vital que aprendan para que puedan buscar trabajo o hacer cosas san sencillas como ir al médico. El idioma es la base», comenta Hakima. La competencia lingüística es sólo una parte más de la integración. Estos refugiados, llegados a lo largo del año, residen repartidos en cuatro pisos de Tarragona. «Se han tenido en cuenta aspectos como las afinidades o las edades, y además se han respetado las familias, claro», indican fuentes de la Creu Roja. Cada exiliado es un mundo y a veces también se ha requerido marcar de cerca el estado anímico, tocado por estas emigraciones forzosas.

La cotidinaeidad tarraconense les hace olvidar los dramas, personales e intransferibles, que han dejado atrás y que en muchos casos tienen que ver con la guerra. Unos de los últimos en llegar fue una familia de Siria, recalada aquí proveniente de Alepo, la mayor ciudad del país y devastada por los constantes enfrentamientos. Uno de los miembros acude a estas clases. Otro es alumno de ESO en el Institut Tarragona.

También se intenta amortiguar el shock cultural. La familia siria llegó el 21 de junio, justo unos días antes de la festividad de Sant Joan. «Llegaron y les sorprendieron los petardos, todo ese ambiente. Hubo que explicarles en qué consistía esa tradición», afirman en la Creu Roja. Una vez aquí, los técnicos les acompañaron a procesos básicos como el empadronamiento o la visita al médico.

El seguimiento ha sido cercano, también para cuidar cuestiones como la convivencia, ya que en algunos casos personas que no se conocían ni eran familia deben vivir bajo el mismo techo. El nivel de formación también marca: desde eritreos con escaso bagaje a sirios que tenían buenos empleos en su ciudad (algunos eran conductores o zapateros) y que se vieron obligados a huir, en este caso por la amenaza creciente de las tropas de ISIS o por cualquiera de los grupos que batallan sobre el terreno en plena guerra civil. En este tiempo, los refugiados han llevado a cabo actividades como visitar los monumentos de la Tarragona romana o disfrutar y conocer las fiestas de Santa Tecla. «Fueron por ejemplo a seguir el pregón. Es importante que se integren y que conozcan el contexto en el que están. Eso también ayuda mucho a las clases. Ellos tienen inquietud por conocer», detalla la profesora Hakima.

Culminada esta primera fase de acogida, llegará después la de la integración. Se intenta que luego puedan ganar en autonomía y valerse por sí mismos para poder conseguir un trabajo y mantenerse. Llegados a ese punto, esas 22 plazas quedarán liberadas para una nueva remesa de refugiados. Ahora, eso sí, el seguimiento es mucho más pormenorizado. Se realiza una asamblea semanal para evaluar la situación de cada uno de los recién llegados.

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