Robótica, aliada o enemiga del hombre

La inteligencia artificial fue foco de debate el año 2018 sobre todo por los dilemas éticos que plantea. Hasta el momento, sus áreas de desarrollo son la educación, la lucha contra el cáncer y contra la deforestación 

02 enero 2019 11:03 | Actualizado a 02 enero 2019 11:05
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Robots que detectan tumores antes que los médicos, vehículos sin conductor, periodistas o policías cibernéticos... La inteligencia artificial ha sido foco de atención en 2018 por la revolución que genera y, sobre todo, por los dilemas éticos que plantea.

¿Puede un robot sentir como un ser humano? ¿Algún día las máquinas superarán al hombre? ¿El masivo uso de robots restará empleos? 

Son algunas de las preguntas que se hace la sociedad ante el rápido desarrollo de la inteligencia artificial y su incorporación a la vida cotidiana, pese a que lleva décadas acompañándonos, ya que es usada desde mediados de los años cincuenta del siglo pasado. 

Los robots serán más inteligentes que los humanos y, de hecho, en muchos ámbitos ya lo son, opina el científico Ben Goertzel, creador de la androide Sophia -cuya piel replica más expresiones faciales que las de los hombres-. 

Esa revolución ya es objeto de estudio en la británica Universidad de Oxford. Anders Sandberg, doctor en neurociencia computacional y miembro del Instituto de la Humanidad en ese centro investiga cómo adelantarse desde el punto de vista ético, social e incluso político a una expansión de las inteligencias artificiales más rápida de lo previsto. Como muchos otros científicos, Sandberg cree que se debe garantizar que la cibernética sirva realmente para ayudar al mundo. 

Y siguiendo este principio, la inteligencia artificial ha encontrado áreas de desarrollo en temas como la detección precoz del cáncer, la lucha contra la desforestación, la mejora del transporte público, la optimización de la agricultura y el suministro hídrico o la educación. 

Algunas empresas ya han demostrado que puede ser un buen aliado para los aficionados a la práctica de algunos deportes, la domótica, el aprendizaje de idiomas e incluso para los amantes de la cerveza. Pero su generalización también encuentra problemas. Un informe del Banco Interamericano de Desarrollo de este año asegura que hasta el 43 por ciento de los empleos del continente están en riesgo por estas tecnologías. En África, hay analistas que creen que la implantación de robots, al ser mano de obra barata, dificultará la lucha de la población contra la pobreza. 

El periodista estadounidense Andrés Oppenheimer va más allá y en su libro ¡Sálvese quien pueda!, habla del «tsunami laboral» que traerán los autómatas en apenas cinco años. «Va a ser una transición brutalmente rápida y mucha gente se va a quedar fuera de juego», advierte. 

Hay otros analistas que estudian cómo debe repartirse la riqueza generada por la implantación de androides en empleos hasta ahora desarrollados por personas y plantean propuestas como el establecimiento de una renta básica o un subsidio universal. Otra opción sería el denominado «dividendo robot», que trataría de destinar una parte de los ingresos estatales obtenidos en este sector a un fondo para repartir entre los ciudadanos. 

En cualquier caso, en este ámbito todos parecen estar de acuerdo en que hay que compatibilizar el uso de robots con el mantenimiento del empleo, como ya intentan hacer países «altamente cibernéticos» como Corea o Japón. Pero sin duda, donde más preocupa el desarrollo de la robótica es en el sector armamentístico.

Estos desafíos necesitan, según instituciones como la ONU o la Unión Europea, que el hombre no pierda el control sobre la cibernética. O como plantea el Parlamento Europeo, que los robots del futuro estén equipados con un «botón de la muerte» para desconectarlos si amenazan la vida de un ser humano.

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