Tarraconenses contra el Estado Islámico

A 40 kilómetros de Bagdad instruyen al ejército iraquí para medirse a los islamistas. Y sienten como propias las reconquistas

19 mayo 2017 17:34 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:37
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En el centro de entrenamiento de combate de Besmayah, a 40 kilómetros al este de Bagdad (Irak), en medio de la nada, conviven una bandera del Estado Islámico y otra de Reus. La primera es un obsequio del ejército iraquí, después de una reconquista a las fuerzas yihadistas, en agradecimiento a los militares españoles. La segunda la luce, exhibiendo raíces y origen, el sargento José Rosales, natural de Reus. Él es uno de los cuatro ciudadanos de la provincia que participan, aunque indirectamente, en la guerra de Irak.

No entran a luchar en la batalla, pero juegan un papel primordial en el conflicto que tiene en vilo a medio planeta. Las fuerzas armadas españolas forman parte de la Coalición Internacional contra el Daesh, en la que están integrados unos 60 países. Los primeros efectivos se integraron en esta operación en enero de 2015.

La misión cuenta con unos 300 soldados con el objetivo de adiestrar al ejército de Irak y aleccionar para que frene el avance de los islamistas. El sargento Rosales, de 30 años, se alistó en 2001. «Primero estuve destinado en Barcelona y luego fui al regimiento Lusitania de Valencia. Llevo en Irak algo más de seis meses», destaca. Por su parte, el sargento Sergio Moreno, de 36 años y natural de Gandesa, ingresó en caballería en 2001. Ha pasado toda su vida militar en Valencia. A ellos se añade el cabo Fernando, de 31 años y procedente de Tarragona capital, y el soldado Antonio, de 29 y de Tortosa, que pertenecen a la unidad de protección de la fuerza del contingente español.

Todos ellos afrontan una labor dura, exigente, pero agradecida, por las recompensas que ofrece ese ejército iraquí a medida que avanza y conquista posiciones al Estado Islámico. «Vamos siguiendo lo que pasa en Mosul y cada operación que sale bien es un éxito. Es gratificante saber que estás haciendo una buena labor y que las operaciones salen victoriosas. En parte, es gracias a nosotros», admiten. Sergio Moreno tiene contacto directo y cotidiano con los iraquíes. Figura en un equipo de instructores de acorazados mecanizados y carros de combate blindados. Así relata un día en la base: «Nos levantamos a las 4.30 horas, porque aquí nos sobra el calor y el sol. Hay pocas nubes, así que intentamos aprovechar las primeras horas de la mañana. Desayunamos y nos vamos directamente al campo de maniobras, a la instrucción».

Allí los soldados de Irak se suelen ejercitar. «Vienen del combate y les hacemos practicar gimnasia. Ellos no están acostumbrados a ello después de luchar. Luego toca instrucción táctica y técnica, hasta las 12.30 horas», explica el sargento. El adiestramiento suele tener que ver con los carros de combate pero también con todo tipo de armamento individual. A veces la instrucción, que se lleva a cabo con intérpretes, se alarga también por la noche, de forma que la jornada dura hasta las 23.00 horas. No conocen los nombres de los soldados a los que aleccionan y no saben con certeza quiénes acaban siendo bajas en el combate, pero el ‘feedback’ es estrecho y la complicidad aumenta a cada día que pasa. «Hay un intercambio. Es bastante complicado ganarse el respeto del ejército iraquí pero lo estamos logrando. Ellos vienen de combate, con la moral muy alta, motivados, y están deseando volver a luchar. Tienen sus manías, como todos, pero al final ven que nos volcamos y que intentamos hacerlo bien», narra Moreno.

El aprendizaje por parte de Irak atañe sobre todo a cuestiones tácticas y técnicas: «Hemos notado que habían recibido poca instrucción. Los mandan directamente al combate, sin saber mucho. No hacían mantenimiento de los carros. No les gustaba limpiar los armamentos. A veces volvían del conflicto y se sorprendían de que podían disparar mejor. Y es porque el armamento estaba limpio».

La enseñanza es recíproca. «Nosotros aprendemos de ellos en el combate. Te van contando cosas, te explican lo que ha sucedido, y eso es experiencia que nos llega a nosotros». En esas lecciones intensas, casi siempre bajo un calor asfixiante, no es difícil confraternizar. «Les coges afecto. Es gente que tiene poco y lo da todo. Te traen queso, pan. Ahora tenemos dos brigadas que hemos adiestrados y están en Mosul. Estamos preocupados por ellos», cuenta Moreno. A raíz de esa convivencia, los efectivos locales llevaron a la base, tras una reconquista cercana a Mosul, una bandera del Daesh, a modo de presente.

Los militares asumen que en un país en guerra la seguridad «nunca es al 100%». Parte del contingente se dedica a minimizar los riesgos. El sargento Rosales está en esa unidad de protección. «Damos seguridad a la instrucción, dentro de la misma base de la coalición. Protegemos a la seguridad de la base, a los que vivimos en ella, y a los propios iraquíes».

Las zonas de adiestramiento se rodean de un anillo de seguridad para velar por los militares. «Nosotros nos ponemos en segunda fila, como si fuese un cordón policial, para dotar de seguridad al ejercicio que se está haciendo». El entorno dota a la misión de unas exigencias especiales. «Es una vuelta de tuerca más a lo que conocemos, quizás por las condiciones en las que se vive. Estamos llegando a los 45 grados, con 23 kilos de peso encima», cuenta Rosales. Los soldados portan fusiles o pistolas, mientras que cada pelotón lleva un blindado con ametralladora. El objetivo es convertir la base en una especie de burbuja protegida. «A diferencia de nuestros compañeros, intentamos mantenernos al margen de establecer relaciones, pero a veces es inevitable. Se acercan, nos ofrecen cosas y al final acabas cogiendo afinidad», explica.

A pesar de las estrictas medidas de seguridad, siempre se corre riesgo. «En otros centros de la coalición ha habido ataques. Aquí de momento no», explican. Desde hace algo más de un mes se sobreponen a la muerte del soldado Aarón Vidal López, en un accidente de tráfico en una misión de seguridad. «Fue una pérdida dolorosa, un golpe de moral. Todos lo pasamos mal y cuesta levantar cabeza. Sabemos que es algo que aquí puede pasar», apunta José Rosales. Repuestos de aquello, toca seguir adelante, con los pies en la base de Besmayah y la mirada, inevitablemente, puesta en el frente, allí donde sus enseñanzas deben ser de utilidad.

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