Trabajo garantizado en Alemania

La primera promoción de alumnos de la FP dual transnacional entre el instituto Comte de Rius yBasf acaba este año. A finales de diciembre tendrán un contrato en la sede central de la multinacional

19 mayo 2017 23:18 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:32
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Jordi Prades y Daniel Gómez tienen 24 y 27 años respectivamente. El primero había empezado el grado de química en la URV, el segundo, un ciclo superior de transporte y logística en el instituto Vidal i Barraquer. Unos estudios que ambos dejaron a medias para empezar el grado superior de Química Industrial.

Prades y Gómez forman parte del programa piloto, que comenzó el curso 2013-2014, y representó la primera experiencia de FP dual transnacional. La parte formativa la hicieron en el instituto tarraconense Comte de Rius, mientras que la estancia de prácticas ha sido a caballo entre el site de Basf en Tarragona y la sede de esta multinacional en Alemania.

De hecho, este lunes viajarán de nuevo dirección Ludwigshafen en la que será su tercera estancia desde que empezaron estos estudios. La cuenta atrás ya está en marcha. Permanecerán allí hasta el 11 de abril, a la vuelta se incorporarán a la factoría de Tarragona y a partir de septiembre se marcharán de nuevo otros cuatro meses con un contrato de aprendiz en prácticas. A finales de año, si todo va bien, estos jóvenes tendrán un contrato laboral.

«Si todo va bien yo ya me veo viviendo allí en un piso, aprendiendo bien el idioma y adaptándome a sus costumbres», asegura Daniel Gómez. Una idea similar tiene Jordi Prades, aunque espera ver cómo se adapta antes de tomar una decisión. «Dependerá de nosotros y de la empresa, hay que ver la adaptación y los planes de la compañía», añade Prades. Lo que tiene muy claro es que no se arrepiente de haber dejado la carrera. «La universidad no la cierran. Tengo la intención de reprender los estudios pero puedo hacerlo en cualquier momento. Si una cosa como ésta no la haces a los 24 años cuándo vas a hacerla», insiste.

Para acceder al programa tuvieron que pasar hasta tres entrevistas de selección. La primera por teléfono en inglés, un psicotécnico y, finalmente, ya con el responsable de planta. «Fue duro pero tenían que asegurarse de que teníamos claro la idea de irnos», apunta Gómez. Y él lo tuvo claro desde el inicio: «No lo dudé, quería un futuro mejor del que se me presentaba aquí», dice.

Coinciden en afirmar que «el primer año fue duro». Hacían hora y media de alemán cada día, además del intensivo para adquirir los conocimientos necesarios. «Fue una locura, había días que salía de casa a las 10 de la mañana hasta las 11 de la noche, cuando acababa el entreno del fútbol», apunta Jordi Prades. ¿Y el idioma? «Al final lo dominas sí o sí», describe éste. «He tenido que esforzarme más con la química que con el alemán. La mejora es bestial y valoran muchísimo que te esfuerces y espabilas. Somos una pequeña familia», apunta Gómez.

Aunque han contado con una ayuda clave. Cada estudiante tiene en la planta de Ludwigshafen a otro estudiante que es su compañero de Skype. «Una vez por semana o a través de correo electrónico nos ponemos en contacto y esto hace que estemos más integrados». Así lo explica Albert Lozano.

Lozano (27 años) forma parte de la segunda promoción. Estaba en el segundo curso de ingeniería química cuando dejó la universidad para volver al instituto. «Aprender un idioma como el alemán es importante para trabajar de ingeniero –explica–. Yo ya tengo amigos que están trabajando allí. No debemos ponernos barreras porque estás trabajando por una multinacional. Puede que estés un año allí y después tengas la oportunidad de irte a otro sitio o de venirte aquí», asegura.

Antes de iniciar el curso, la promoción de Albert Lozano estuvo durante una semana en Alemania para conocer la planta y la región. «Si te gusta la química, la planta de allí es impresionante. El centro educativo que tienen en la fábrica dispone de unos aparatos que es como si estuvieras trabajando en una planta real», describe.

Ludwigshafen es la sede central de Basf. Con cerca de 35.000 trabajadores y una extensión de 10 hectáreas «es como una ciudad», concluye Jordi Prades.

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