Calles sin mascarilla
Para los que llevamos fatal eso de la mascarilla, para los que después de dos años no nos hemos acostumbrado todavía a respirar con esa cosa tapándonos la boca y la nariz, hoy es un día de celebración: ya podemos salir a la calle sin mascarilla. De celebración, sobre todo, porque es un símbolo inequívoco de que la puñetera pandemia que nos ha hecho pasar unos tiempos tan duros, en los que han fallecido miles de personas sin siquiera poder contar con una despedida como es debido y otros miles hemos pasado la enfermedad con más o menos síntomas, con más o menos sufrimiento, está remitiendo. Sí, tal como están las cosas, poder caminar por las calles sin el engorro que supone la mascarilla es un triunfo. Una de las cosas que yo más valoro es volver a reconocer a las personas con las que me cruzo cada día, pues entre que todos hemos ido enmascarados y que no he conseguido aún desentrañar el misterio de llevar el tapabocas sin que las gafas no se me empañen, me temo que me he podido granjear cierta fama de antipático. Sí, hay que celebrar el fin de las mascarillas en la calle, porque volverán los saludos. Lo haremos con la moral elevada, por tratarse de un paso más hacia el final de esta pesadilla, pero sin euforia, pues el virus ya nos ha demostrado en repetidas ocasiones su extraordinaria capacidad de aprovechar el menor descuido. Y no queremos volver a dar pasos atrás.

ÁLEX SALDAÑA