2015, año clave

PP y PSOE se juegan la supervivencia política como partidos hegemónicos

19 mayo 2017 23:49 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:22
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El año que comienza está llamado a ser muy relevante en este país. En efecto, en 2015 se celebrarán elecciones autonómicas y municipales el 24 de mayo y elecciones generales previsiblemente a finales del ejercicio o comienzos de 2016. Y hay presagios de que estos hitos democráticos podrían producir una gran convulsión. El caso griego es distante y distinto pero la familiaridad entre ambos escenarios es innegable.

En el terreno político, PP y PSOE se juegan la supervivencia política como partidos hegemónicos; en las europeas del pasado mayo tan sólo consiguieron conjuntamente el 50%, 34 puntos menos de lo que habían logrado en las generales de 2008. Las encuestas parecen anunciar el fin del bipartidismo y la emergencia de una tercera fuerza capaz de competir con las otras dos, pero el sistema electoral –proporcional corregido mediante d’Hont– terminará impulsando a medio plazo un nuevo bipartidismo imperfecto por la gran pérdida de representación que sufre el tercero el liza. Además, la irrupción de Podemos es difícil de precisar mediante encuestas por lo insólito de la situación, la ausencia de programas consolidados y la imposibilidad de que los sociólogos utilicen reglas empíricas que son muy útiles en estos casos.

Lo singular de la emergencia de Podemos es que no se trata de una fuerza convencional dispuesta a competir en el actual tablero de juego: es una organización que pretende modificar el marco, el sistema, mediante la apertura de un proceso constituyente. siempre, claro está, que reúna mayoría suficiente para ello ya que no sería concebible una ruptura ilegal del statu quo. Curiosamente, sin embargo, esta pretensión es opuesta a la otra pulsión rupturista que estamos experimentando, la del nacionalismo catalán, que ya ha empezado a ver que Podemos podría ser el caballo de Troya capaz de dinamitar el soberanismo desde el interior de las organizaciones radicales –la CUP y hasta cierto punto ERC– con las que mantiene familiaridad ideológica.

Ante estas amenazas, el PP cuenta con que la mejora de la situación económica podrá devolverle las adhesiones perdidas y contrarrestar el embate de Podemos. Si no se tuerce la coyuntura, proseguirá sin duda la recuperación económica; sin embargo, es dudoso que la bonanza llegue masivamente a las grandes capas intermedias de la población, que están además muy airadas por la marea de corrupción que ahoga al régimen. Si cundiera la euforia económica y se adoptaran medidas radicales contra la corrupción, podría quizá revertirse la actual decadencia del PP, pero ni aquélla es verosímil ni la formación gubernamental parece darse cuenta de la extensión del magma putrefacto, de la medida de la indignación social y de lo rotundas que deberían ser las soluciones. El PSOE, por su parte, está trabajando bien para renovar su imagen y recuperar el aliento de quienes lo abandonaron en pasadas singladuras, pero habrá que ver si llega a tiempo y con las energías precisas para superar el bache y recuperar una posición esencial para la estabilidad de este país.

La cuestión catalana también llegará a su cenit en 2015, previsiblemente para deparar a los soberanistas una nueva frustración. Todo indica que el independentismo, que surgió también con fuerza como una reacción provocada por la gran la crisis económica y por la desafección social hacia la política convencional, está perdiendo fuelle, ante la intransigencia recíproca de CiU y de ERC, más preocupadas por sus propios intereses que por su supuesto ideal irredentista.

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