Opinión

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Me niego a mostrar ninguna euforia. No voy a emocionarme, como si fuera un regalo, porque la A-27, al fin, llegue hasta Valls. No voy a dar las gracias por algo que el potencial demográfico y económico de este territorio convertían en inversión obligada desde hace décadas. Pero, más allá de que la apertura no sea más que saldar –parcialmente, ojo– una deuda secular y por tanto no merezca aclamación, tampoco esconderé que la celebro.

Vaya por delante mi perplejidad por el hecho de que, al acceder a ella (por lo menos desde la T-11), el cartel no informe más que con un enigmático «Totes direccions», sin que la palabra Valls ni ninguna otra toponimia den pistas. Yo porque me lo traía estudiado de casa, pero para quien ande despistado y le hablen de ir a buscar «la nueva autovía de Valls», eso de «todas direcciones» puede que le resulte ambiguo.

Puñetas al margen, confieso que llegar a la capital del Alt Camp en un cuarto de hora es un placer que nos han estado robando demasiados años. He pensado que era justo celebrarlo aquí, después de tantas semanas aburriéndoles con mis quejas.

Y bien que las sufrió precisamente una vallenca: la padrina Maria, esa abuela ‘postiza’ que la vida me regaló en 2006 y una de mis más fieles lectoras. No se perdía ni una semana la columna de «Pacu», que así lo pronunciaba ella, acabado en ‘u’, en una sonoridad genuina que nunca olvidaré. Incluso me preguntaba, preocupada, si alguna vez no encontraba mi firma en todo el periódico. Así era ella: una fan de los suyos, incluso de los ‘postizos’. Fuerte, sabia y digna hasta el final, sirva de humilde homenaje esta columna que tantas veces leyó.

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