El 23-F cumple 35 años. La interpretación con la que me quedo es la de Carles Sentís, que allí estaba. Parte de una consideración: el Rey y Suárez se habían repartido papeles para la difícil Transición: Suárez haría el trabajo y Juan Carlos se ocuparía de tranquilizar al ejército.
En cierto momento, con ETA en plena acción asesina, el Rey perdió la confianza en Suárez y los militares dedujeron que el monarca vería bien un «golpe de timón». Cuando Suárez dimitió, para disminuir el ruido de sables, el golpe estaba en el ambiente y algunos no admitieron que se invistiera a Calvo Sotelo, que sería una continuación.
El hipócrita Armada, el impulsivo Milans del Bosch y el exaltado Tejero fueron cabezas visibles de aquel 23-F, que acabó en fiasco.
No hubo ningún muerto, pero sí grave peligro. Al oír disparos todos los diputados civiles se echaron al suelo, excepto Suárez y Carrillo.