Opinión

Creado:

Actualizado:

Vivimos en una sociedad donde la ideología impregna cada decisión, desde lo personal hasta lo institucional. En el terreno del urbanismo, esta carga ideológica se manifiesta de forma particularmente evidente. El diseño de un POUM (Plan de Ordenación Urbanística Municipal) no escapa a este fenómeno, convirtiéndose, a menudo, en un campo de batalla entre visiones políticas que priorizan sus propios intereses sobre el bienestar común.

Tarragona es un caso paradigmático. Ciudad de crecimiento policéntrico, fruto de la evolución histórica y social, su estructura urbana ofrece ventajas notables. En lugar de un único centro, tenemos múltiples núcleos que permiten a los ciudadanos disfrutar de servicios y espacios públicos cerca de sus hogares. Este modelo, que en su momento fue rechazado de forma rotunda en las escuelas de arquitectura, hoy día es una realidad funcional que responde a una nueva forma de entender la ciudad: no como un organismo jerárquico con un corazón dominante, sino como una red de centros vivos e interconectados, capaces de ofrecer cohesión social, descentralización de servicios y una mayor proximidad entre las personas y sus necesidades cotidianas.

Sin embargo, seguimos anclados en discursos antiguos. «Coser barrios» ya no significa levantar bloques de edificios pegados unos a otros, sino tejer redes de transporte modernas, rápidas, eficientes y sostenibles. El futuro del urbanismo no está en la densificación indiscriminada, sino en la conectividad y la movilidad.

Y entonces llega la pregunta clave: ¿por dónde debe crecer Tarragona? La respuesta debería ser simple: por donde quieran sus ciudadanos. Pero no es así. Porque entra en juego la ideología, disfrazada de técnica, imponiendo límites a lo que debería ser una decisión basada en lógica, demanda y calidad de vida.

¿Acaso somos ingenuos al pensar que todos queremos vivir en lugares con buen soleamiento, vistas agradables y proximidad al mar? Si construir cuesta lo mismo en Llevant que en Ponent, ¿por qué tanta resistencia a permitir el crecimiento donde realmente se desea?

Aquí emergen dos posturas ideológicas claras: una, que rechaza cualquier desarrollo que implique ganancia privada; otra, que se aferra a una supuesta tranquilidad, reacia a compartir su entorno. El resultado: una ciudad dividida. Ponent para los menos favorecidos, Llevant para los más pudientes.

Y mientras se perpetúa esta dicotomía, seguimos ignorando lo esencial: la calidad de vida y la salud de los ciudadanos. Como muestra, un botón: el reciente apagón y el humo negro que envolvió los barrios de Ponent, provenientes de los polígonos industriales, dejando una estampa tan simbólica como preocupante. ¿Es ahí donde debe expandirse la ciudad? ¿Queremos seguir destinando a las clases populares a vivir bajo chimeneas contaminantes mientras protegemos otros espacios? ¿Dónde está el sentido común?

Tarragona necesita un urbanismo con visión, no un tablero de ajedrez ideológico. Un POUM debe responder a las necesidades reales de la ciudadanía, no a los intereses partidistas. Porque, al final, el futuro de nuestra ciudad no se escribe con consignas, sino con decisiones valientes y sensatas. Están locos estos romanos... o al menos, algunos de ellos.

Tarragona y su POUM: ¿urbanismo o ideología?

tracking