Opinión

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Hay frases que ―no se sabe por qué― se quedan entre los dientes. Una de ellas es bíblica: «Los caminos del Señor son inescrutables». Soy incapaz de saber en qué libro de la Biblia aparece. Sin embargo, sí puedo aventurar a qué alude: Las decisiones y los actos de Dios son incognoscibles. No hay ser humano capaz de acercarse a conjeturar qué significan esos actos o qué pretende Dios con ellos. Hay una lectura mucho más sencilla: Al ser humano no le es posible comprender cómo se desarrollan los hechos que le suceden en la vida.

Pero hay que ir a lo terreno, que queda más cerca. En el siglo XIX, concretamente en enero de 1833, Mariano José de Larra publica un artículo cuya fama transita todo el siglo XX y llega hasta nosotros. El artículo se titula «Vuelva usted mañana». Larra dibuja las vicisitudes de un animoso buscador de respuestas en la administración. Y lo mejor que pudo hacer ante el volver siempre mañana ―transcribo de El Pobrecito Hablador―, «ante el eternamente futuro, lo mejor, o más bien lo único que había podido hacer bueno, había sido marcharse».

Los tiempos han cambiado. En el siglo XXI las ventanillas se han vuelto más sutiles. Cualquier trámite debe resolverse por los caminos informáticos

Alude ―el lector de hoy lo sabe muy bien― a la lentitud de ciertas instituciones, a la desgana o a la pereza tras algunas ventanillas y otros tantos mostradores, al tedio vivido en las colas, a las demandas irresueltas a pesar, o por encima, de las oportunas explicaciones.

En fin, los tiempos han cambiado. En el siglo XXI las ventanillas se han vuelto más sutiles. Cualquier trámite debe resolverse por los caminos informáticos. «Resuelva su papeleo a través de esta aplicación» se le dice al ciudadano. «Acuda usted al ordenador» se le dice con media sonrisa. «Hágalo usted mismo, verá que es muy fácil» le redondean ante su estupefacción. «Pero si he venido hasta aquí, bien podría hacerlo usted aquí mismo», contesta el ciudadano entre atónito y sobrecogido ante la idea de volverse a casa sin completar el trámite y temiendo echar la mañana entre las teclas de su ordenador. «No, no» ―le responde quien se mueve tras la ventanilla― «Ahora la administración ha decidido resolver este trámite y cualquier otro a través de una aplicación informática».

«¿Podré volver mañana, en todo caso?» ―se atreve a conjeturar el desvalido ciudadano― «¿Y si no acierto con todos los pasos que me demandará el programa?».

Así están las cosas, ni volver mañana se le deja ahora al ciudadano. Los caminos de la administración son fácilmente escrutables: ¡Que el ciudadano se lo haga él mismo, y se lo haga en casa! Y hacia su casa se encamina con su media tristeza a cuestas y su medio enfado esperándole frente al ordenador.

No vuelva usted mañana

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