En su discurso de triunfador, Pablo Iglesias se recomendó a sí mismo y a su partido «unidad y humildad».
Lo de la unidad era un clamor en el congreso y una necesidad del momento. Sorprendió más en su boca la apelación a la humildad, que es claramente una virtud moral, aunque no creo que la tomara Iglesias de la Iglesia.
Es una constatación que las personas más sabias suelen ser humildes. Einstein dijo: «Nunca he conocido a una persona tan ignorante que no tuviera algo que enseñarme». Y ya Cicerón recomendó: «Cuanto más alto estemos, más humildes debemos ser».
Los humildes son inútiles para ofender, rápidos para perdonar, constantes en agradecer, deseosos de aprender, dispuestos a escuchar.
Ojalá Pablo Iglesias y todos los líderes políticos practicaran esta virtud. Las críticas disminuirían, el diálogo avanzaría y la paz sustituiría las tensiones en un mundo más feliz.