A la segunda, ¿la vencida?

Ya se ha desatado la lucha por hacerse con su sede social. Ambas entidades tienen hoy su sede casualmente en Valencia. Y, por lo visto, Ximo Puig ya está moviendo sus fichas

06 septiembre 2020 10:00 | Actualizado a 06 septiembre 2020 10:14
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El pasado jueves, CaixaBank y Bankia hicieron públicas sus negociaciones para formalizar su fusión. La tercera y cuarta mayores entidades financieras españolas, tras comunicar dichos contactos a la Comisión Nacional del Mercado de Valores, emitieron sendos comunicados oficializando su acercamiento. Si la apuesta llegara a buen puerto, la unión de ambas firmas consolidaría el mayor banco del mercado estatal, con activos por valor de 650.000 millones de euros, unas 6.600 sucursales, y más de 50.000 empleados.

La operación se suma a la dilatada secuencia de fusiones de los últimos años, respaldada e impulsada desde el Banco Central Europeo. Este proceso de concentración busca reforzar el sector y recuperar sus niveles de rentabilidad, especialmente en un contexto de bajos tipos de interés, con la amenaza añadida de la crisis provocada por el coronavirus y las provisiones extraordinarias que han debido realizarse. Ambas organizaciones muestran importantes sinergias y complementariedades a nivel de negocio, y el solapamiento geográfico de redes permitiría un adelgazamiento que reduciría drásticamente sus gastos. Aunque los beneficios de las integraciones comienzan a percibirse a medio plazo (los costes inmediatos suelen ser significativos), los dos bancos despegaron en bolsa el mismísimo viernes ante la sola posibilidad de unir sus fuerzas.

No es la primera vez que se sondea esta operación. Allá por el año 2012, en tiempos de Isidre Fainé y Rodrigo Rato, CaixaBank y Bankia estudiaron también su fusión, aunque las interferencias políticas bloquearon este intento. En esta ocasión, Morgan Stanley y Rothschild asesoran respectivamente a ambas entidades, en una negociación que aparenta estar mucho más madura que entonces. De este modo, parece decaer otra las opciones que se barajaban: la absorción de Bankia por parte del BBVA.

En efecto, hace tiempo que se rumoreaba con esta alternativa, cuyos orígenes nos retrotraen al año 2001. Por aquel entonces, tras la fusión del Banco Bilbao Vizcaya y Argentaria, Emilio Ybarra se vio obligado a compartir presidencia con Francisco González, hombre de confianza de José María Aznar. Y tras el escándalo de las cuentas en Jersey, el gallego logró imponerse como todopoderoso emperador del banco vasco. Aquel asalto, con un inconfundible tufo a cloacas del Estado, fue recibido por el potentísimo accionariado vizcaíno como un abordaje imperdonable a uno de los símbolos del poder de Neguri, especialmente tras el proceso de desvasquización de sus cuadros directivos. La reciente caída en desgracia de González parecía la ocasión propicia para desquitarse, impulsando una absorción de Bankia, y colocando al frente de la integración a José Ignacio Goirigolzarri Tellaeche, un hombre de la casa. Incluso se habló de esta operación como parte del acuerdo de investidura entre Pedro Sánchez y el PNV. Las últimas noticias parecen descartar esta eventualidad, aunque la larga sombra bilbaína también planeará sobre la fusión CaixaBank-Bankia: el presidente del banco resultante será el propio Goirigolzarri (exconsejero delegado del BBVA) y el mando ejecutivo recaerá sobre Gonzalo Gortazar Rotaeche (perteneciente a una de las familias con más solera de Neguri). En cualquier caso, son muchos los interrogantes abiertos.

Por un lado, preocupa el indudable impacto de la operación en términos de empleo, en un contexto laboral especialmente precario. Obviamente, uno de los principales objetivos de cualquier fusión es adelgazar estructura, y se prevé que casi la mitad de la actual plantilla no tenga hueco en la nueva organización.

En segundo lugar, ya se ha desatado la lucha por hacerse con su sede social. Si el canje de acciones se efectuara por el valor actual en bolsa, el primer accionista de la entidad resultante sería la Fundació la Caixa, con el 30% aproximadamente, seguido por el FROB, con el 14%. Ramon Tremosa, nuevo conseller de Empresa i Coneixement, se ha apresurado a declarar que «CaixaBank tendría que volver a tener la sede en Catalunya» (aunque, paradójicamente, fue él mismo uno de los dirigentes que quitó más hierro a la desbandada de empresas catalanas de hace tres años). Esta demanda, con razones de peso para ser defendida, choca con el hecho de que ambas entidades tienen hoy su sede casualmente en Valencia. Y, por lo visto, Ximo Puig ya está moviendo sus fichas.

Por otro lado, también inquieta la devolución de las ayudas públicas recibidas por Bankia. Según el FROB, una de las prioridades en esta unión será, precisamente, recuperar la mayor proporción posible de los fondos inyectados a dicha entidad. Recordemos que el grupo BFA-Bankia fue el beneficiario de un rescate por valor de 24.069 millones de euros, incluyendo la cantidad percibida por su absorbida BMN, de los que sólo se han recuperado 3.000 mediante la venta de participaciones y el cobro de dividendos.

En cuarto lugar, también debe analizarse el impacto de esta noticia en la frágil cohesión interna del ejecutivo español. Unidas Podemos no ha tardado en cargar contra la operación, señalando que no ha tenido conocimiento de la misma ni la respalda. En su negociación con los socialistas, el partido morado ya tuvo que renunciar a su propuesta de banca pública y a su oposición a la privatización parcial de Bankia. Su apoyo a la fusión, dependiendo de las condiciones en que se produzca, podría ser recibida por sus militantes como una traición difícilmente digerible.

Y, por último, el proceso de integraciones en el sector financiero comienza a inquietar también a la ciudadanía desde la perspectiva de la competencia efectiva. Según datos del Banco de España, en cómputo de activos, las cinco primeras entidades españolas sumaban el 42% del mercado en 2008, y una década después llegan casi al 70%. Habrá que permanecer vigilantes, aunque el proceso de concentración bancaria, también a nivel internacional, parece imparable. El signo de los tiempos.

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