«A ver cuánto duran en la escuela»

15 septiembre 2020 17:20 | Actualizado a 15 septiembre 2020 17:58
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«¡Mi amor, es la clase de siempre! ¡Son tus amiguitos, míralos!», se desgañita una mujer a la puerta del colegio, impotente por ver a su hijo de cinco años llorar y, sobre todo, por no poder pasar de la valla para ir a consolarlo, como él y ella querrían. Son las consecuencias de este extraño curso marcado por la pandemia de coronavirus. Como esa otra madre que, antes de que su retoño avanzara puertas adentro, lo aleccionaba para que «no compartas el bocadillo con nadie, ni los lápices, que te puedes contagiar. Y ten cuidado con la mascarilla, no la vayas a perder. Y, oye bien, ten cuidado con...». El niño ya no la escuchó; echó a correr hacia el patio. Eran las escenas nuevas de una vuelta al cole que, por lo demás, contó con todos los clásicos: lloros, gritos de alegría, empujones, abrazos –muchos niños no entendieron muy bien eso de la distancia social–, carreras… Y padres agolpados –muchos adultos tampoco entendieron muy bien eso de la distancia social– en la puerta, estirando el cuello para ver cómo entraban sus hijos a las aulas seis meses después. ¡Seis largos meses después! Y, tras unos minutos allí parados, todos se volvían hacia casa, o al trabajo, o hacia el coche, con la misma preocupación: «A ver lo que duran en la escuela». Y con la misma incertidumbre: «Si los mandan para casa, ¿cómo haremos?». Bienvenido el inicio de curso más raro.

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