Actos extremos

Al final debemos interrogarnos sobre el sentido de la violencia. Entre el bien y el mal

19 mayo 2017 23:28 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:43
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El día de mi cumpleaños un amigo lejano en el espacio me envía a través de otro amigo un libro (una edición ilustrada de “La vuelta al mundo en ochenta días” de Julio Verne). El portador del encargo me regala a su vez otros dos: “La vida sobre una columna” sobre San Simeón y San Daniel (los Estilitas); y “Midnight at the Pera Palas. The birth of modern Istambul” de Charles King, que relata la historia y personajes del mítico hotel Pera Palas en Estambul. Mis dos amigos aciertan plenamente y me dan excusa para redactar esta tribuna.

Pero antes de seguir tengo que advertirles, para que no pierdan el hilo, si realmente quieren seguirlo, que en esos días los tres hemos debatido mañaneramente, que no es una buena hora para debatir, sobre el sentido de la violencia y, en especial o en concreto, sobre la violencia del denominado Estado islámico y sus últimas atrocidades.

Para darle más cultura al asunto intentábamos saber si la palabra “Wanton” (que se traduce por libertina) es inglesa o uzbeca. Les señalaba un ejemplo que nos cuenta Vambéry cuando visita Khiva en el siglo XIX al ver unos prisioneros a los que les sacan los ojos ante la impasividad del khan y de su pueblo.

Vambéry reflexiona sobre estos hechos: el pensamiento árabe lo que no admite es la violencia sin sentido o libertina pero no le repugna la violencia cuando tiene un fin o responde a un castigo. Mis interlocutores, con buen criterio, apuntaban que había que tener cuidado con hacer distinciones porque al final lo que importa es que a los prisioneros les sacan los ojos.

En nuestra existencia cotidiana los actos extremos nos asombran y nos descolocan hasta el punto que intentamos darles una justificación y una finalidad porque, si hay algo que nos asusta y nos aterra, es la violencia sin sentido (la violencia vacía).

Volvamos a los libros

“La vuelta al mundo en ochenta días” es un libro para niños, es decir, uno de esos libros que como el Quijote volvemos a leer cuando somos mayores para intentar recuperar lo que hemos perdido a lo largo de nuestra vida, la fantasía y la ilusión. Hay en el libro actos extremos, violentos incluso, pero todos están teñidos con el color de los sueños. Es un libro sobre un mundo irreal.

“La vida sobre una columna” nos trasporta a Siria y a Costantinopla mil quinientos años atrás. Traduce por primera vez del griego al castellano un texto sobre la vida de San Simeón el Estilita y otro sobre San Daniel también llamado el Estilita. Simeón inicia una moda ascética que consistía en subirse a una columna y pasarse allí toda la vida. Se trataba también de actos extremos en búsqueda del verdadero sentido de la existencia. Su mundo es un mundo sin violencia externa, porque todo es una lucha contra uno mismo.

El sitio donde San Simeón decidió poner su columna se encuentra en las cercanías de Aleppo. En esta ciudad, hoy destrozada por la guerra, se encuentra todavía el mítico “Hotel Baron”. Uno de sus huéspedes era un espía inglés que luego se hizo famoso y fue conocido por Lawrence de Arabia. Se insinúa que años después fue violado por un jefe de policía otomano en Dera´a (el pueblo donde comenzó la revolución contra el presidente Assad). Ese incidente no lo olvidó nunca, hasta el punto que le hizo cometer actos también de extrema violencia en su lucha contra los turcos en defensa de la libertad del pueblo árabe.

Aleppo y el Hotel Baron eran una parada en el famoso Orient Express. Otra era Estambul y el Hotel Palas. Aquí abundan igualmente los personajes históricos, como Kemal Ataturk, el padre de la Turquía moderna. También él cometió actos extremos contra griegos, armenios y kurdos y modificó de raíz un imperio y un pueblo aunque fuese a costa de otros.

En el Hotel Pera Palas escribió la novelista Agatha Cristie la mayor parte de una de sus más famosas novelas: “Asesinato en el Orient Express”. Para los que no son aficionados a este género sólo les diré que su célebre personaje (el detective Poirot) siempre descubre al asesino y éste es castigado: sólo en esta novela, Poirot admite el crimen y deja que todos los asesinos salgan indemnes porque su acción es ilegal pero justa.

En el primero de los libros la violencia es un sueño; en el segundo la violencia es fundamentalmente interior; y “en Midnight at Pera Palas” lo que hay es vida. Y las personas aprendemos al crecer que la violencia forma parte de la vida de los humanos y todo lo impregna. Incluso Daniel el Estilita acabó bajando de su columna, encabezando una revolución y destronando al Emperador; y ya se sabe que Simeon, según la película de Buñuel, acaba también al final bajando de su columna.

¿Existen diferencias entre los protagonistas de “La vuelta al mundo...”, Lawrence de Arabia, El Assad, Ataturk, o los pasajeros del Orient Express? Percibimos que sí.

Al final debemos interrogarnos sobre el sentido de la violencia, que será, en el fondo, buscar la diferencia entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto. Una búsqueda necesaria si no queremos hundirnos en una espiral de locura extrema y de venganza. Es decir, busquemos en nuestros corazones la Justicia, porque sin ella toda construcción humana se hunde como un castillo de arena.

Los niños, con su intuición innata, no se hacen tantos líos. Y así, mi hijo Martín, que tiene doce años, al hablar sobre la violencia de Paris y de Siria, me dice: “Ya lo entiendo, es como mi amigo tal, que lo pinchan, lo pinchan...y al final salta”.

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