En este confinamiento he recobrado mi afición al ajedrez, jugando ahora contra el ordenador, donde me peleo en la fase seis.
El ajedrez instruye para la vida: enseña a pensar antes de actuar, y a pensar qué puede pensar el otro. Se aprende a respetar todas las piezas, sin despreciar al peón, que puede acabar convirtiéndose en una reina.
Hay que poner atención para evitar errores, y considerar tanto la solidez (torre), como la posición (alfil) o la imaginación (caballo); o la conveniencia de protegerse (enroque). También se aprende a no confiarse: las aperturas son importantes y las finales, decisivas.
Ayuda para vivir, y esto sin mencionar que este deporte tiene una ventaja añadida: el bajo índice de lesiones musculares.