Alguien voló sobre el nido del cuco

28 agosto 2020 08:10 | Actualizado a 28 agosto 2020 08:48
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Hace años visité a un psiquiatra y tras explicarle que caminaba por la calle de la amargura me recetó que regresara a su consulta cuando doblara la esquina.

La mente humana está preparada para soportar el sufrimiento durante la contienda y el peligro para la salud mental comienza cuando cesan las alertas que nos protegen.

Una de las enfermedades mentales más comunes es el Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT) producido tras la vivencia de un acontecimiento que nos provoca vulnerabilidad, indefensión o miedo.

Los psicólogos se prepararán para lo que se conoce como ‘Cuarta ola de la pandemia’ en la que aflorarán los efectos emocionales tardíos y acumulados por esta situación de inseguridad, descontrol, sospecha, fragilidad, desamparo, incertidumbre e histeria colectiva. A los brotes del virus sucederán los brotes de niños, jóvenes, adultos y viejos.

Sucederá curiosamente cuando nos saquen la camisa de fuerza y se prevé un tsunami por cuya cresta de espuma vendrán surfeando con los brazos extendidos una cantidad ingente de locos de atar.

Un maremoto de cuadros clínicos con secuelas psicológicas y psiquiátricas más demoledoras que las económicas e incluso las médicas. Mantener la cordura colectiva será la batalla definitiva en la contienda final para vencer al virus.

Decíamos en el artículo anterior que el odio es hijo del miedo, pero tiene al menos otra hermana, la locura, que además ha salido a su padre. En la antigüedad creían que los locos estaban poseídos porque los TEPT pueden llegar, siendo penalmente irresponsables, -no son ellos, es el diablo-, a hacer mucho mal.

La locura solo es un corte drástico con la realidad y hemos dado un salto colectivo a un universo paralelo. Cuando todo esto empezó nos acopiamos de alimentos, papel de váter y munición. La carretera N-240 durante años la más saturada del país, parecía Mad Max, ni las sillas del más antiguo oficio de la tierra. Los semáforos, símbolo del orden como ninguno, habían perdido todo su significado.

Otro trastorno frecuente, el antisocial de personalidad, se caracteriza por el desprecio a las normas sociales y como en el caos cada cual decide cuáles son las normas, un conocido se metía en la gasolinera cerrada de Repsol, penetraba por el túnel de lavado, atravesaba las rotondas de San Salvador en el sentido de las agujas del reloj y sacaba el salvoconducto por la ventanilla cuando lo detenía un control policial. El problema, me decía, no era dar 0,7 miligramos por litro de alcohol en sangre, sino que te pillaran con 37,2 de fiebre.

Cuando nos cruzamos con los demás nos rodeamos a distancia de un brazo estirado con una espada desenfundada y unos jóvenes inmigrantes luchaban a muerte con machetes y llevaban mascarilla.

Hemos aprendido a reconocernos sin vernos el rostro y en Port Aventura pagando con tarjeta, visera, gafas de sol y mascarilla me practicaron el descuento de mayores de sesenta años. Nos saludamos con afectuosos codazos y al final dejaremos de sonreír a costa de no ver la mueca que pone tu querido enemigo.

Hemos iniciado un viaje helicoidal hacia el ombligo y damos vueltas en una puerta giratoria sin encontrar la salida ni para atrás ni para fuera. Sin futuro se pierde la conexión con la persona que fuimos, como si nuestra historia siguiera siendo historia dejando de ser nuestra.

No es que no reconozca por ejemplo a mis hijos o a mis padres, lo son, pero imposible ponerme como antes aquí y ahora en allí y entonces. ‘Quienes estábamos siguen, pero todos los que éramos han muerto’.

Una afirmación así apunta a una grave crisis de identidad con ingreso en el sanatorio, pero los síntomas del TEPT son pensamientos incontrolables sobre la situación que vivimos y seguirán afectando a los sobrevivientes durante años provocando, si no se exorcizan a tiempo, hasta episodios de auto-lesión y de peligro físico.

Al mal exógeno seguirá el mal endógeno de nuestra respuesta cuando quienes no hayan salido con los pies por delante tengan que volver a ponerlos en el suelo. Los que ya escupen a la boca de los que no llevan mascarilla, ignoran que han entrado en sus dominios ni recuerdan cuando estaban cuerdos.

Los filósofos especulan sobre la era post-covid, pero el verdadero problema va a ser reconocer cómo fue la ante-covid. No vaya a ser que distorsionemos el pasado y le endosemos al virus la culpa del mal funcionamiento de todo mecanismo al que ya le faltaba una tuerca.

Para escapar del manicomio no se pueden aportar grandes ideas sobre la belleza del alma o la resiliencia de la especie, solo apelar a que nos aúpen nuestros semejantes para saltar la tapia. Los chinos admiran, sobre todas las virtudes, la de aquellas personas inalterables frente a los cambios, y entre los occidentales no hay mayor cualidad que la de los hombres y tantas mujeres quienes se crecen en la adversidad.

Las puertas de la felicidad abren hacia el exterior, no dando vueltas en una lavadora llena de espuma, y la enfermedad mental no es sufrir el profundo trauma que estamos soportando, sino no saber centrifugarlo, compartirlo, amar, perdonar y conciliarse con nuestro lado oscuro. El padre de la locura es el miedo, pero su madre es la culpa y hay mala gente interesada en que perdamos la chaveta.

Comentarios
Multimedia Diari